Virtual meeting

Virtual meeting

Quiero aprovechar este espacio para disculparme públicamente ante los que me han propuesto en diversas ocasiones acudir a sus ciudades para participar en conferencias, congresos, seminarios, y demás. Ellos saben que soy cada vez menos propenso a viajar. Entre otras cosas porque me resisto a tener que viajar cientos (y a veces miles) de kilómetros con la única finalidad de hablar unos minutos (que acostumbran a no ser más de 60). Si uno mira la cantidad de combustible que se precisa para trasladar mis átomos en el espacio-tiempo, y añade a ello la inaceptable cantidad de CO2 que se genera con ello, lo que no se entiende es cómo la gente sigue trasladándose tanto por actos tan breves. Ello resulta más incomprensible aún si tenemos en cuenta que ya disponemos de tecnologías digitales que permiten llevar a cabo reuniones a distancia (virtual meetings) con gran calidad. La herramienta ya existe, y se usa cada vez más.

El ejemplo de la videoconferencia es muy relevante. ¿Por qué nos resistimos a usarla con más frecuencia? ¿Alguien realmente sigue creyendo que es tan importante verse físicamente, aquello de “darse la mano” como signo de confianza? ¿No será que, como acostumbra a ocurrir con la tecnología, el problema no es disponer o no de la herramienta, sino que la dificultad principal consiste en convencer a los humanos para que la usen? Una tecnología es sólo una palanca: el punto de apoyo es las ganas de las personas de utilizarla. Y eso implica cambiar la forma en qué trabajamos. Y como todo cambio, nos da miedo. Somos ignorantes y anacrónicos en el uso de los viajes porque no queremos cambiar nuestros hábitos.

Hasta que, simplemente, empiezas a hacerlo. Así me ha ocurrido a mí. Anti mi “proverbial” falta de colaboración a la hora de trasladarse a Sudamérica, por ejemplo, ya empiezan a bypassar el obstáculo proponiéndome directamente realizar mi seminario por videoconferencia. Llega a mi oficina (algo tarde por la noche, eso sí, por las diferencias horarias) una furgoneta con todo el instrumental de telecomunicaciones en su interior, despliega una antena parabólica, escanea el cielo buscando el rebote de la señal del satélite, instalan una cámara, y empiezan a emitir. Total: unos 30 minutos de tiempo. Tras 60 minutos, ya está. Algo parecido podríamos decir de la telefonía IP: llevar adelante una reunión telefónica, con varios interlocutores situados cada uno en distintos puntos del planeta, puede hacerse hoy fácilmente con sistemas como Skype. Además con un coste total de CERO euros.

Quizás haya que esperar a que el precio del petróleo se dispare, o a la explosión de crisis sanitarias, como el SARS o la gripe aviar, para que las empresas se vean forzadas a usar las reuniones virtuales, y, tras ello, descubran con sorpresa su gran utilidad.

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