Repensar a Sócrates

Repensar a Sócrates

En una clara muestra de falta de modestia, establecí en su día que mi lema sería “desaprendo, luego existo”. Es ésta una frase atrevida, porque, en la tradición de la que venimos, parece que aprender sea un proceso acumulativo, como la construcción de una casa o el adoquinado de una calle. Pero las actuales dinámicas políticas, económicas, tecnológicas y sociales, muy aceleradas, exigen repensar radicalmente cómo y qué aprendemos.

El futuro de la educación/formación depende principalmente de que entendamos mejor:

Cuándo debemos aprender: ¿cuándo se establece una sintonía óptima entre nuestras necesidades de aprender y las oportunidades de aprendizaje que nos rodean? En un entorno de innovación permanente como el actual, va a ser importante conectar la observación inteligente del entorno con el aprendizaje. En otras palabras, no podremos aprender sobre cosas alejadas de lo que está cociéndose en el mundo. Cada persona de la empresa debe ser un observador del mundo exterior. Y debe pasar de explicar lo que sabe a compartir lo que va viendo y aprendiendo. El aprendizaje deberá ser una parte del proceso diario, del día a día.

Qué conviene aprender en cada ocasión: ¿hay que aprender las palabras o la sintaxis, o sea, hay que aprender cosas concretas o hay que aprender a conectar ideas y hechos para combinarlos y aplicarlos? (en fin, ¿es la formación llenar botellas o encender fuegos?). No aprendes si no quieres. Y estás más predispuesto cuando tienes una necesidad de aprendizaje. Por tanto, hay que avanzar en técnicas que ayuden a determinar qué debes aprender en cada momento, o sea, hay que ligar el aprendizaje a la carrera profesional (repensarla en clave de carrera de conocimientos y experiencias y no sólo en clave de carrera de responsabilidades).

Cómo aprendemos: es obvio que memorizar sirve en algunas ocasiones (quizás para el substrato básico de nuestro aprendizaje, cuando lo aprendido queda en la memoria profunda) pero casi siempre uno aprende haciendo (y equivocándose). Pero, ¿cómo metabolizamos lo que aprendemos, cómo lo convertimos en un incremento de nuestras capacidades, cómo lo añadimos a nuestro capital mental? Todo el mundo se queja en las organizaciones de tener demasiada información, y empieza a correr la sensación de que la formación consiste, en realidad, en darte más información, que tampoco podrás digerir (Sócrates no era un mero proveedor de contenidos).

Hay que idear nuevas formas de experimentar aprendizaje. Así, por ejemplo, la brevedad es atractiva: lo que puedas explicar en una página es de agradecer. Las imágenes no son anécdotas: el potencial de la visualización de la información no está bien aprovechado. El tempo facilita la asimilación: hay que definir el equivalente a una dieta educativa, dando a la persona las dosis de información y aprendizaje que pueda asimilar. Las experiencias atraen el interés: a los profesionales les interesa mucho lo que sus compañeros, colegas o competidores hacen. Las narrativas convierten las experiencias en una emoción. Y las simulaciones nos aproximan a la realidad: nos permiten aprender haciendo.

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