Regala un presidente

Regala un presidente

Por suerte o por desgracia, los políticos (en especial los de mayor “grado”) han entrado en el espacio de lo (tragi)cómico. Los vemos en los muñecos del guiñol, en la televisión, caricaturizados, satirizados a partir de algunas de sus frases más, o menos, acertadas. De sus tics, de sus gestos. Porque son frecuentemente las frases, lo que dices, lo que permite una cierta posibilidad de mofa. Ya no se ríen de cómo vas vestido, sino de lo qué dices: “por la boca muere el pez”.

El efecto de tales caricaturas es considerable, aunque no tiene por qué ser devastador: un político que sepa aprovecharse de su caricatura, y reírse de ella sanamente, puede acabar pareciéndonos más auténtico, más humano. Aunque a mí sigue pareciéndome triste que una tarea de tanta responsabilidad, y tan poco agradecida, como la del político, sea objeto de sorna. No me extraña que las vocaciones políticas honestas vayan a la baja, y que nadie quiera meterse en política si puede dedicarse a otra cosa, más anónima. Es terrible que la caricaturización de los políticos, de la política, les robe la seriedad que se merecen por el bien de todos. En mi opinión es inaceptable que algunos de ellos a veces hagan su trabajo tan mal que ni siquiera piensen que sus caricaturas son injustas y les maltratan. Quizás lo aceptan porque incluso son peores en la realidad.

Pero esto no hay quien lo pare, me temo. Así, por ejemplo, las “muñequizaciones” de los presidentes norteamericanos se han convertido en un éxito de mercado en aquel país. La gente compra figuras “à la Madelman”, con las caras de algunos de los presidentes más famosos, polémicos o recientes, que pronuncian algunas de sus frases célebres, tanto las que todos deberíamos recordar como las que merecerían ser olvidadas.

La cosa no queda en las figuras, sino que se amplía a los complementos. De hecho, parece que una figura del actual Bush II vestido de piloto de guerra (como cuando apareció de repente en Iraq hace unos meses, para fotografiarse con el famoso Pavo de Acción de Gracias de plástico) hizo verdadero furor. En este caso había una lógica, porque ambos pavos, el de la vida real y el del muñeco, eran tan ficticios y con poca base cerebral como el personaje. Uno puede comprar los muñequitos para hacer un regalo divertido o, directamente, para hacerle voodoo. Veremos qué éxito tienen de cara a las próximas elecciones presidenciales.

En fin, que la mofa de la realidad genera mercado. Y que la miniaturización de los dramas libera tensiones. Y hay tantas cosas que criticar que uno acabaría llenando su cosa de personajillos. Quizás a alguien se le ocurra lanzar al mercado un coleccionable de espantajos. Y con ello deje a los políticos honestos trabajar en paz para ayudarnos a definir un futuro cívico común y viable.

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