31 Ene Membranas y fronteras
Hace ya unos cuantos años, “cuando Internet empezaba”, por decirlo de alguna manera, me atreví a decir que mi generación llegaría a ver un mundo en el que lo real sería un mero caso particular de lo virtual. La idea es que gracias a los avances en imagen digital, llegará un momento en que no podamos distinguir entre una imagen “sintética” y una imagen “real”; todo depende, básicamente, del número de polígonos que se usen para generar la imagen, y en el momento presente, la realidad virtual puede manejar millones de ellos por segundo, lo suficiente para confundir a nuestro ojo. De hecho, lo que pronto empezaremos a discutir es que es “lo real”, porque, ¿no es acaso lo que experimenta directamente el cerebro algo real? Un cerebro sumergido en una realidad virtual realista, ¿no está experimentado “otro tipo” de realidad, aunque de origen sintético más que natural? Será un mundo en el que las palabras “real” y “virtual” dejarán de tener el sentido de dicotomía (separación clara) que ahora les damos.
En este contexto, toma un interés especial todo el universo de interfaces con el que nuestro cerebro (a través de nuestros ojos, básicamente, pero también a través de los demás sentidos) deberá aprender a jugar. El futuro de nuestros hijos, por no decir el nuestro propio, es claramente uno de relación con pantallas y otras “membranas” que nos relacionan, interactivamente, con máquinas. Una interfaces hoy algo “tontas”, pero que aprenderán a leer cómo nos encontramos; pasarán, por tanto, de ser interfaces a las que tenemos que dar “órdenes” a interfaces “sensibles” a nuestros actos y, más adelante, a nuestro estado de ánimo.
En su día, Steve Johnson escribió un fascinante librito que llevaba por título “Interface Culture”. Trataba de cómo la tecnología está transformando las maneras en las que creamos y comunicamos. Presentaba las grandezas y las miserias de las metáforas visuales paradigma de la informática, como la metáfora de la mesa de trabajo (el desktop utilizado como organizador de información en Windows, por ejemplo), o del propio Windows, que no abre ventanas hace mundos mayores, sino que simplemente permite tener abiertas distintas sesiones de trabajo.
También criticaba muy inteligentemente el concepto de “enlace” (link), y lo comparaba con el de “traza” (trail) que ya había propuesto en su tiempo Vannevar Bush.
Hoy está cada vez más claro que somos, en cierta manera, nuestra relación con el mundo, y esa relación se produce a través de interfaces. Y esta relación cambiará significativamente en los próximos años, como consecuencia de la aparición de nuevas posibilidades de la tecnología. Viene, pues, un mundo dominado por interfaces en las que las imágenes generadas nos ayudaran a manejar mejor la información (eficiencia) o nos sorprenderán desde la estética (emoción). El resultado será, posiblemente, que tengamos más entrenados nuestros ojos para captar la confluencia de datos del entorno en forma de impactos visuales.
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