Lo auténtico como un lujo

Lo auténtico como un lujo

Cuando todo lo que te rodea (cosas y personas) es “de plástico” (o sea, falso), lo verdadero, lo auténtico, tiene su valor diferencial. “El lujo ya no se define como lo extravagante y lo opulento, sino como lo simple y auténtico”, nos decía Richard Tomkins. Es un lujo descansar un fin de semana en un “hotel con encanto” o en un balneario donde “te cuiden” y “te cuides”. Es un lujo conectarte a la gente que vale la pena, la verdadera, más que al promedio estadístico o a la élite que vive en el Júpiter social (extraterrestres que hablan de unos triviales temas de lo más raro). Es un lujo poder ir a buscar a tus hijos a la salida del colegio. Es un lujo poder leer en aquel sofá en el que el tiempo no pasa y te encuentras a ti mismo. Es un lujo comer pan de verdad. Asistir a una conferencia donde no se usa el PPT porque es una vulgaridad, y donde el arte de la palabra se ha redescubierto. Es emocionante leer a los clásicos como fuente de inspiración, en lugar de los manuales de best sellers de marketing que carecen de vitalidad (son “libro-fórmulas”). Te sientes vivo al zambullirte en el Petit Prince y ver que todo ya ha sido dicho por un niño.

No es, pues, extraño que alguien vea las oportunidades de lo auténtico como producto que genera un margen superior a las commodities que nos inundan. Si lo auténtico vende, “Hagámoslo, pues, producto”. Así, por ejemplo, es un producto turístico diferencial que una ciudad te ofrezca la lentitud como producto (slow food, slow cities). Es diferencial que los niños vayan a colonias de verano donde no se permite el teléfono móvil. Es diferencial que compres productos de comercio justo, en especial si este es transparente, o sea, que tienes certeza de que lo que pagas “de más” va a parar al agricultor y no a algún nuevo intermediario avispado. Es diferencial que te devuelvan la autenticidad recordándote los olores que te acompañaron en la infancia. Porque, en muchas ocasiones, definir experiencias auténticas consiste en hacerlas memorables.

Es curioso que, como paradoja del progreso, la sociedad industrial nos ha dado de muchas cosas en exceso, pero las cosas realmente esenciales de la vida se están haciendo escasas: el agua, el aire, el tiempo, la amistad, el amor. Pero, más complicado aún, hay cada vez menos cosas escasas. Como Seth Godin señalaba con lucidez, ahora “la escasez es escasa”. Hay pocas cosas de las que haya poco, y, por tanto, hay pocas cosas con verdadero valor (que cuesta tenerlas). Y lo que ahora es muy escaso es lo humano. Lo humano es muy apreciado, por auténtico.

Pero, cuidado, que los mercaderes acechan. Así, nos decía Naomi Klein, la “contra” del NoLogo que uno de sus pequeños dramas personales era que el fabricante de ropa Fruit of The Loom, una de las marcas que ella criticaba en sus textos, había hecho justamente de su frase NoLogo una marca, imprimiéndola en miles de camisetas. Lo auténtico mercantilizado.

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