18 Ene Las compañías híbridas, un nuevo concepto de empresa
El reciente crac de Dubai ha llevado a las primeras páginas de la prensa internacional un nuevo tipo de empresa que fluctúa entre el sector privado y el sector público: las compañías híbridas. Bautizadas con una multitud de nombres distintos (compañías controladas por el Estado, paraestatales, organizaciones subvencionadas por el Estado), tienen un rasgo fundamental: oscilan entre ambos sectores según sus intereses. Se trata de compañías confusas, de entidades que tienen tantos vínculos con los gobiernos que es prácticamente imposible distinguir donde empieza uno y acaba el otro.
Este tipo de organizaciones ha estado vinculado históricamente a los países desarrollados: Francia siempre ha tenido predilección por las compañías parcialmente estatales y recientemente el gobierno de EE.UU ha invertido en muchas empresas para tratar de salvarlas de la crisis financiera mundial. Por su parte, China y Rusia también se han convertido en grandes promotoras de este nuevo modelo de corporación y en ambos países encontramos un gran número de compañías que mantienen estrechos lazos con los gobiernos locales o centrales, así como empresas estatales que compran activos del sector privado a precios muy bajos. Sin embargo, esta clase de organizaciones actualmente también está proliferando con fuerza en países en vías de desarrollo.
Las compañías híbridas operan principalmente en el sector económico y energético. 13 de las empresas petrolíferas más importantes del mundo están controladas por el gobierno, pero a la vez tienen acceso a grandes cantidades de capital privado y a exclusivo know how. Y es que el concepto de “compañía estatal” se ha redefinido y posee un gran número de ventajas. En primer lugar, aprovecha lo mejor de ambos sectores: goza de la seguridad del sector público y de las oportunidades del sector privado, utiliza la presencia internacional para proveer a su país de los mejores recursos mundiales; además, puede obtiene préstamos con mejores condiciones gracias a garantías gubernamentales y utilizar su brazo político para adelantarse a rivales peor posicionados.
Sin embargo, estas organizaciones también tienen flaquezas, tal como ha evidenciado el crac de Dubai. El principal problema de las compañías híbridas es que se trata de organizaciones confusas, que a menudo realizan operaciones internas difíciles de entender y que tienen comportamientos erráticos raramente predecibles. La naturaleza vaga de estas compañías también desconcierta a los inversores, tal como ha sucedido recientemente en Dubai. Ante el enorme asombro de éstos, el gobierno ha anunciado que no se hará cargo de sus deudas y que cada acreedor es enteramente responsable de sus préstamos, debiendo diferenciar entre Estado y empresa.
Este posicionamiento denota la politización de las compañías híbridas, otro de sus principales inconvenientes. A menudo esto se traduce en ofrecer puestos a miembros políticos, como sucede en China (se habla ya de los “empresarios rojos”, dada la fuerte vinculación entre el sector privado y el gobierno) o en verse implicado en luchas de poder, típico tanto de los países desarrollados como en vías de desarrollo.
Pero el problema de la politización es especialmente grave cuando las compañías estatales quieren expandirse al extranjero: suelen evocar imágenes imperialistas y refuerzan el sentimiento proteccionista de las personas xenófobas, tal como hemos visto recientemente con la furiosa reacción en EE.UU. después que Dubai intentara comprar puertos americanos.
Ante las suspicacias y la desconfianza que en ocasiones despiertan estas organizaciones, la clase política parece tener clara la postura a adoptar: hay que transmitir a la opinión pública la sensación que se es consciente del problema y que hay que controlarlo. Veremos si, efectivamente, se adoptan medidas para la ambigüedad que reina en las compañías híbridas o simplemente se trata de declaraciones vacías.
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