La segunda mano invisible

La segunda mano invisible

Adam Smith, el fundador de la teoría económica moderna, utilizó en su día la metáfora de la mano invisible para ilustrar cómo, buscando cada persona su propio beneficio, emergía un beneficio para el conjunto de la sociedad: “[un individuo]  al perseguir su propio interés, frecuentemente promueve el de la sociedad más eficazmente que si realmente intenta promoverlo [directamente]”.  Gracias a las leyes de la oferta y la demanda, de la competencia y de la búsqueda por cada individuo de lo que más le conviene, se produce un orden espontáneo de los recursos de la sociedad. En un ejemplo citado por el propio Smith, que dispongamos de comida en una ciudad no es consecuencia de la filantropía del carnicero, sino de su búsqueda de una forma de ganarse la vida.

Dicho de otra forma, procurando por mi bienestar, contribuyo al bienestar de la sociedad. Pero lo más interesante de la idea de Smith es que este mecanismo de propio interés resulta, en su opinión, más eficiente que las acciones planificadas por el gobernante. Así, por ejemplo, la degradación medioambiental no se resolverá por las buenas acciones, sino cuando cada uno de nosotros vea como más beneficioso conservar el medio ambiente que dejar que se siga degradando. El hambre en África no se resolverá con ayudas multimillonarias, sino con la creación de miles de empresas, propulsadas por sus emprendedores, que busquen aumentar su riqueza personal y con ello creen riqueza para sus países. El problema del reconocimiento de la mujer directiva no se resolverá (sólo) con acciones dirigidas a promover la igualdad, sino cuando las empresas entiendan que precisan del talento de las mujeres, y cuando las mujeres aporten decididamente sus habilidades de dirección sin frenarse a sí mismas.

En una línea parecida, Alex Steffen, fundador del proyecto WorldChanging, afirma que el problema medioambiental del planeta no lo resolverán los gobiernos, sino las empresas.

Y aquí es donde descubrimos curiosamente lo que podríamos denominar la «segunda mano invisible»: las empresas, buscando el beneficio de la sociedad en su conjunto, acaban incrementando su propio beneficio (do well by doing good). La idea sería que la aseveración de que existe una obligación de escoger entre ganar dinero o hacer un bien a la sociedad es obsoleta.

Así, por ejemplo, en un contexto social muy sensible a los temas medioambientales, que una empresa sea respetuosa con el planeta es muy atractivo para cada vez un mayor número de gente. Esto puede parecer hoy sólo bonito (nice) y no imprescindible (must). Pero las cosas cambiarán rápidamente, es esperable, conforme el impacto negativo sobre el planeta de un siglo industrial desbocado se haga más y más evidente. Lo mismo ocurrirá con la participación de las empresas en la consecución de un mundo más justo: hoy son relativamente pocos los interesados en el comercio justo, pero es muy posible que sean mayoría los que se interesen por ello en el futuro. En todo esto, la principal razón para las empresas no será quizás la urgencia por ser caritativas, sino la necesidad de aprovechar el impulso de nuevos consumidores en nuevas áreas del planeta.

Nos encontramos aquí, pues, con un beneficio social que emerge de la búsqueda individual de satisfacción, y con un beneficio privado de las organizaciones que se preocupan por el bien colectivo. Una segunda mano de Adam Smith, que equilibra la pareja simétrica que nos caracteriza como especie. Y hay que obviar la pregunta sobre cuál es la izquierda y la derecha: lo zurdo y lo diestro no existe en economía.

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.