Ke!961 Nación de innovación

Ke!961 Nación de innovación

Resulta una paradoja que, justo en los países en los que más ha prosperado el espíritu de la libre empresa, se impone ahora la necesidad de alinear lo público y lo privado para poder competir con la fuerza, aparentemente irresistible, de los países emergentes. La idea es simple: no podremos competir con la voluntad de la gente de esos países por prosperar a cualquier precio, si no ponemos en sintonía el motor de riqueza que representa la actitud de los emprendedores e innovadores, con la capacidad de maniobra, económica y social, de las administraciones públicas. Estas, deberán pues, dejar de ser una “losa” de control sobre las iniciativas (siglo XIX), y un “mal menor” con el que el ciudadano debe convivir (siglo XX), para convertirse en un sistema que genere eficiencia, tanto en las personas como en las empresas.

En esta línea, podemos leer informes como el titulado Innovation Nation, del Secretary of State for Innovation, Universities and Skills, del Gobierno Británico (http://www.dius.gov.uk/publications/ScienceInnovation.pdf), en la que se definen acciones muy concretas que deben llevar al país a la excelencia económica, a través de la orquestación de lo público y lo privado, con foco en la eficiencia y en la innovación. Tema principal: desarrollar la potencia acumulada en el talento de la gente (del ciudadano), para convertir a toda la nación en una nación de innovación. Innovación para ser líderes en negocios (manufactura, ¿por qué no?, comercio, industrias creativas, etc), y en servicios públicos (educación, sanidad, justicia, transporte, y, claro está, defensa).

Se trata de movilizar la riqueza que hayamos podido acumular hasta ahora, gracias a modelos económicos que seguramente no se van a repetir, para inventar la eocnomía del futuro. O sea, se trata de apalancar hoy la riqueza generada ayer para asegurar el mañana. Obvio. El problema es que hacerlo no es tan fácil, y que decidir en qué apostar por el futuro, en qué invertir la riqueza acumulada, es algo bastante sujeto a lo subjetivo.

Es por ello que resulta interesante empezar por algo más sencillo: las administraciones deben asegurar que los servicios que prestan son lo más eficientes posible. Por ejemplo, poniendo en sus instalaciones sistemas de generación de energía alternativa para pagar menos (en el futuro) por la electricidad que ellas consumen. Más aún, en algunas pequeñas ciudades norteamericanas, la ventaja de las mismas, como atractoras de empresas, consiste en el bajo precio de la electricidad que deben pagar estas últimas, gracias a la apuesta por el Sol y el viento que han hecho las municipalidades, que se convierten en proveedoras (utilities). Por tanto, las administraciones pueden convertirse en una oferta de servicios más eficientes, gracias a la innovación.

Pero también, como grandes generadores de demanda que son, las administraciones pueden estimular la innovación de las empresas a través de la compra de servicios. Si es obvio, en muchos países, que la educación, justicia, transporte, etc, no funcionan correctamente, poner al sector privado a proponer soluciones que los hagan más eficientes podría convertirse en un enorme motor de riqueza, generando empleo y, mejor, innovaciones susceptibles de ser convertidas en nuevos productos en el mercado. La lógica sería la misma que la otrora utilizada para justificar la carrera espacial o la industria militar: los desarrollos conseguidos en la innovación aplicada a la mejora de los servicios públicos, derivaría en multitud de aplicaciones en otros muchos sectores de la sociedad.

Aparte de este motor de lo público como oferta y demanda innovadora, la riqueza acumulada por una sociedad debería aplicarse a crear las condiciones para que la innovación fuera la norma. Inversión en ciencia básica, explotación del conocimiento generado en las universidades (mejor conexión entre universidades y empresas), mejora de las habilidades de los ciudadanos, etc.

Una parte sustancial de estas acciones deberían tener un foco local, o sea, estar centradas en el desarrollo económico de territorios concretos, aprovechando las capacidades de sus gentes, poniendo en sintonía todos los actores de la zona. Porque, a pesar de que las tecnologías actuales permiten pensar en la muerte de la distancia, y en que los equipos de trabajo en cualquier proyecto pueden estar distribuidos por cualquier lugar del mundo, la realidad también impone que no todo el conocimiento puede ser codificado (además del conocimiento explícito, hay mucho conocimiento tácito, indocumentable), y, por ello, tiene sentido la localización (la concentración local) de actividades de innovación en lugares densos en conocimiento (los clusters).

Estas acciones de movilización local de la densidad de conocimiento deben estar basadas en las capacidades diferenciales de cada territorio. Y, en algunos países en los que existe una presión moral por devolver a la sociedad lo que esta te ha dado, esas acciones de movilización pueden apoyarse sobre la generosidad de ciudadanos locales que han hecho fortuna en los negocios y desean que sus conciudadanos disfruten de un mejor futuro, gracias a la aceleración del espíritu innovador. Vemos, así, como el tradicional sistema de donaciones a universidades (con las que el vínculo local del innovador de éxito puede ser muy pequeño) puede ser sustituido por un nuevo esquema en el que los ciudadanos con éxito empresarial se conjuran con los poderes públicos para dar nueva vida al territorio en el que nacieron.

La innovación no es, pues, sólo una cuestión de personas con una energía especial. Debe ser también un objetivo de la nación. Porque sólo a través de la combinación de la energía de los individuos (su talento y su capacidad de riesgo) con la riqueza acumulada por el colectivo (administrada por lo público), podremos garantizar el mantenimiento de un estándar de vida que ha costado, literalmente, siglos conseguir.

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