22 Abr Ke!902 El largo plazo importa
El orgullo de vivir en una de las épocas más aceleradas de la historia nos lleva a la soberbia, quizás inevitable, de pensar que todo lo que experimentamos es nuevo. Pero es probable que lo contrario sea justamente más cierto: podemos aprender del pasado para no repetir nuestros grandes desastres.
Esta es, por ejemplo, la tesis principal de un fantástico libro de Jared Diamond, que lleva por título Collapse: how societies choose to fail or succeed. La idea principal del libro consiste en analizar diversos ejemplos históricos de “colapsos” de sociedades (o, incluso, de civilizaciones) a lo largo de la historia del mundo, para sacar algunas conclusiones de lo que no deberíamos volver a hacer. Ejemplos como los de la deforestación de la Isla de Pascua, la caída de la cultura de los Anasazi en Nuevo Méjico, la desaparición de los Maya, el fracaso de la colonización por los Norse escandinavos de Groenlandia, el genocidio de Rwanda, o el futuro de Australia tras una excesiva explotación minera, son tratados con detalle en este texto. Es cierto que también introduce algunos ejemplos de “buena gestión”, como el caso de las sabias decisiones comunales de Islandia (¿por qué Islandia pudo ser colonizada mientras que Groenlandia, que está prácticamente a la misma latitud, no?), o la política de preservación de los bosques japoneses iniciada como respuesta a una importante crisis medioambiental en el siglo XVII (hoy, el 80% del territorio de Japón son bosques).
Pero el mensaje principal del libro es que el colapso de sociedades humanas se produce por la combinación de una serie concreta de factores: el daño medioambiental (que se deriva de no tener en cuenta la fragilidad del territorio en el que vives), el cambio climático (la erupción de un volcán, por ejemplo, puede acabar con toda una cultura), la existencia de vecinos hostiles (que te obliguen a desplazarte a zonas peores desde el punto de vista del rendimiento agrícola), la pérdida de relaciones con vecinos con los que había una buena relación comercial (si desaparece quién nos compra nuestra producción, nosotros acabaremos desapareciendo), y, finalmente, la capacidad de la sociedad en cuestión para responder a los problemas medioambientales.
Muchas veces estos cambios son lentos, imperceptibles, pero, por lo general, nuestro principal defecto es que, como sociedad, fallamos a la hora de ver la gravedad del problema para el conjunto de la sociedad. Y este es un efecto muy característico de nuestro momento histórico actual: un auge estrepitoso del individualismo hace que cada uno se preocupe por sus propios temas, pero, paradójicamente, el mundo es cada vez más una sola cosa y estamos entrelazados como nunca. Los problemas ya no son de una nación; son globables. Y frente a ellos debemos tomar decisiones de ámbito global. Y decisiones en el largo plazo, algo que tampoco va en la línea de lo que ahora acostumbramos a hacer.
En definitiva, la historia nos enseña que gestionar mal nuestros recursos naturales, sobrexplotándolos por ejemplo, lleva a tal desequilibrio que la sociedad que lo ha producido no tiene más remedio que colapsar, entendiendo por colapso “una drástica disminución de la población humana, o de su complejidad política, económica o social, en un área geográfica considerable, por un período exteso de tiempo”, según Diamond. Los ciudadanos pueden responder entonces con dos acciones: cómo compran y cómo votan. Y en esto segundo, deben ser cada vez más conscientes de que los problemas a los que ahora nos enfrentamos no pueden ser resueltos desde el corto plazo, no a escala local. Y lo mismo ocurre a nivel de empresa: es vital entender la empresa como un proyecto de todos, no como un vehículo de proyección profesional individual. Todos estamos en un mismo barco, ya sea en la empresa, o en mismo planeta.
Diamond se pregunta, por ejemplo, como responder al hecho de que “es dolorosamente difícil decidir si abandonar o no alguno de los principios fundamentales de uno mismo cuando se demuestran incompatibles con tu supervivencia”. Sin un cambio en tu esquema de valores (a menudo, pensando en la supervivencia a largo plazo frente a la comodidad del corto), no es posible resolver muchos de los problemas a los que hoy nos enfrentamos.
La importancia de la bondad de la naturaleza para el progreso de una sociedad ya quedó clara en un anterior texto de Jared Diamond, su legendario Guns, Germs, and Steel. Allí mostraba cómo las diferencias puramente geográficas explicaban en buena parte el éxito económico y social de una población. Por ejemplo, si has nacido en una zona tropical, sabes que buena parte de tu tiempo lo tendrás que dedicar a conseguir comida, porque el clima, la temperatura y el régimen de lluvias, en especial, no favorecen una agricultura intensiva, como si que disfrutamos en zonas templadas como el Mediterráneo. Así, una mera observación del MapaMundi evidencia que los países ricos están en las zonas templadas, y los pobres en los trópicos y subtrópicos. Dos lugares en los que ha prosperado la Humanidad a lo largo de la historia han sido Europa y China, lugares con un clima agradable, buenas cosechas y un régimen regular de lluvias. Por lo contrario, en las zonas tropicales la lluvia acostumbra a ser irregular e impredecible.
Que no sepamos usar bien ese fantástico don de nuestra geografía es, simplemente, un delito contra el resto de la humanidad. Que no apliquemos políticas de largo plazo para mantenerlo es, simplemente, de idiotas económicos.
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