14 Feb Ke!891 i = i x i : la innovación es infraestructura por imaginación
Tengo la impresión de que, dentro de unos años, alguien mirará hacia las dos décadas finales del siglo XX y establecerá que fue entonces cuando ocurrió “la gran inflexión”.
Antes de ese “momento” de inflexión, los mercados funcionaban, por lo general, desde el dominio de la demanda sobre la oferta: la riqueza creciente que resultó del final de la segunda Gran Guerra, con el optimismo que se derivaba de ello, hizo que en muchos ámbitos, la oferta fuera menor que la demanda. Lo que se era capaz de fabricar, se vendía con facilidad. Los mercados eran absorbentes, difíciles de saciar. En este contexto, la tecnología que se requería era una que ayudara a conseguir máxima eficiencia en la producción. En este estadio, el paradigma empresarial reinante era el manufacturero (manufacturing mindset), y la tecnología precisa era cualquiera que ayudara a automatizar las rutinas de producción, con el objetivo de aumentar la productividad. Siendo la productividad el cociente entre output (resultados) conseguido con un determinado input (recursos), las tecnologías que se precisaban iban dirigidas, pues, a mejorar la eficiencia en la función recursos-resultados, normalmente reduciendo los costes de producción (robotización, producción a escala, etc.). En esta época de la historia, que quizás nunca más se repetirá, la palabra clave era eficiencia.
Después de lo que hemos denominado “la gran inflexión” (aun por datar), fue entrando en los mercados (ya globales), de forma progresiva, el dominio de la oferta sobre la demanda: habíamos conseguido tal eficacia con las tecnologías de automatización, que producíamos en exceso de prácticamente todo. La oferta era superior a la demanda, en muchos mercados, sectores y países. Uno iba al lineal de yogures y no sabía por dónde empezar: peor, no sabía cuál escoger. Los mercados estaban saturados. Se producía lo que Barry Schwartz ha denominado “la paradoja de la elección” (hay tanto de todo que lo más fácil es no elegir: “más es menos”). Además, como todas las empresas podían disponer de la misma tecnología (SAP everywhere, so what’s the strategic difference) de aumento de la productividad vía automatización de rutinas, la competencia era creciente en más y más eficiencia, a nivel global. En esta situación de “ecualización de la eficiencia” (si no eres eficiente no juegas, pero ser eficiente no te garantiza ganar), el paradigma reinante emergente era el de la seducción (marketing mindset). Las tecnologías que buscábamos en este estadio eran aquellas que nos permitieran traducir la imaginación en ventas. Eran tecnologías que permitieran convertir las ideas en valor, y, además, de forma muy acelerada. Eran tecnologías que facilitaran la innovación sistemática. Que permitieran conseguir la que se había convertido en la nueva palabra clave: la diferencia (sostenible) frente a la multitud de ofertas compitiendo por la misma (exigua) demanda.
La “gran inflexión”, por tanto, se había producido cuando la acumulación de riqueza, que había estimulado justamente tecnologías orientadas a la aceleración de la productividad durante décadas, las había convertido en una mera infraestructura: sin tecnologías no se podía competir, pero tenerlas no te garantizaba la seducción de un mercado del exceso. El “nuevo mundo” empezaba con la necesidad de convertir sistemáticamente la imaginación en resultados (know-how en cash-flow).
Empezó así la era de la innovación: la infraestructura tecnológica orientada a la productividad de las máquinas, multiplicada por la tecnología capaz de traducir la imaginación de las personas en nuevos productos y servicios al mercado. La innovación como el resultado de la infraestructura (máquinas) multiplicada por la imaginación (las personas).
Lástima que alguna empresas, en algunos países, siguieran pensando que las infraestructuras eran serias (máquinas que funcionan) y la imaginación era una broma (personas que divagan).
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