Ke!736 Una nación transformada por la información

Ke!736 Una nación transformada por la información

Ke736

20/10/2004

Una nación transformada por la información

He tenido ocasión de leer recientemente el interesante libro “A nation transformed by information”, editado por Alfred Chandler (profesor emérito de Harvard) y James Cortada (consultor ejecutivo de IBM Global Services) (XXXX).

El texto es una brillante recopilación de los hechos históricos que han determinado que los Estados Unidos sean hoy una de las sociedades informacionalmente más avanzadas del mundo. Una historia que empieza en la época colonial y llega al presente momento de la revolución red, de la que hemos visto los primeros pasos.

Una de las constataciones del libro es que ha habido una serie relativamente pequeña de acontecimientos que han determinado dónde estamos hoy, informacionalmente hablando. Es aquello de pequeñas cosas que tienen grandes efectos. En una parte importante, esas pequeñas decisiones con grandes efectos son, en realidad, acciones de “política informacional”.

Me propongo comentar aquí algunas de esas decisiones, con el objetivo de ayudar a entender la relevancia de esas políticas informacionales, en un momento en que nuestros gobiernos tienen una interesante oportunidad de ayudar a nuestros países a desarrollarse informacionalmente y, tener, en consecuencia, alguna posibilidad de progreso en el próximo futuro.

He aquí algunos de esos “momentos mágicos”:

La época colonial británica estuvo caracterizada por una aristocracia informacional, reflejo de la estructura social de la metrópolis. La información circulaba “de arriba a abajo”, y como consecuencia había una élite informacional, gente bien informada en medio de una masa de gente “rústica y simple”. Frente a este modelo, la ética protestante de los colonos se basaba en la convicción de que la alfabetización era una herramienta útil para la piedad, conversión y salvación de las personas. La aristrocracia informacional estaba reñida con la fe.

Más aún, los revolucionarios americanos estaban convencidos de que era importante para la nación que “la gente normal estuviera informada”. John Milton dijo en su momento que “knowledge thrives by exercise” (el conocimiento crece a través del ejercicio): personas informadas generan conocimiento. O sea, el bien público requiere una ciudadanía informada. Más aún, era un deber del ciudadano estar informado (“sólo la vigilancia de un ciudadano informado podía proteger la libertad”). Esta conexión estrecha entre libertad y difusión libre de información estaba en la base de los fundadores del sistema político americano (aunque, curiosamente, había un pacto tácito entre todas las fuerzas sociales sobre un tema del que los ciudadanos no debían estar bien informados: la esclavitud).

 En coherencia con estos principios fundacionales de libertad a través de la información libre, se dio especial importancia a la construcción de un sistema de escuelas públicas y de un sistema postal eficiente. Así, por ejemplo, en 1760 el nivel de alfabetización llegaba al 75%.

La magnitud geográfica del país (Estados Unidos tiene dimensiones de continente) obligaba a buscar maneras de cohesionar el territorio y su gente. Se pensaba en la necesidad de un estado policéntrico, en el que “ningún centro pudiera conseguir un dominio sobre los demás”. Una manera de conseguirlo era a través de un sistema postal eficiente, un mecanismo de conexión ágil entre todos los puntos del país

El sistema postal americano (US Post) se ve hoy como una institución que fue fundamental en el desarrollo económico e informacional del país. Fundado por Benjamin Franklin, sobre las bases del sistema británico, su acta fundacional (la Post Office Act, de 1792), establecía, por ejemplo, que el sistema transportaría periódicos a un coste “extremadamente bajo”, asegurando así el flujo de información por todo el país, y ayudando también al policentrismo que comentábamos más arriba. Se trataba, por tanto, de un “subsidio de facto” de la distribución de periódicos por parte del Congreso, con un importante efecto en la “informacionalización” (y democratización) del país. Un simple dato muestra la relevancia de esta decisión: en 1796, la distribución de prensa representaba el 3% de la facturación del sistema postal, pero el 70% del peso transportado. En 1838, las correspondientes cifras eran de 15% y 95%.

Como simple anotación sobre el punto anterior, en los primeros años de la República se permitió a todo editor de periódicos que recibiera gratis una copia de cualquier periódico publicado en el país. Como consecuencia, los editores se convirtieron en un grupo privilegiadamente bien informado del país, pero, al mismo tiempo, podían informar de lo que ocurría más allá de lo local, asegurando así el policentrismo geográfico (ningún territorio dominante) que contribuía a la cohesión de la nación.

Curiosa también la expansión del telégrafo como sistema paralelo al tren. El hecho de que la inversión en el despliegue del tren requería de grandes inversiones de capital, hacía que fueran frecuentes las vías únicas. Para sacar rendimiento de las vías (más coordinación de los trenes con riesgo mínimo de colisión), el telégrafo se convirtió en una herramienta fundamental. O sea, la necesidad de aumentar la eficacia del transporte físico constribuyó al rápido desarrollo del telégrafo, cuyos usos posteriores fueron muchos más de los, posiblemente, originariamente pensados.

                                          

La historia informacional está repleta de pequeñas innovaciones metodológicas con grandes efectos. Una que me parece notable es la introducción de la clasificación postal a bordo de los trenes, acción que permitía una mayor rapidez en la distribución de las cartas y demás efectos.

Otra anécdota: ¿sería Nueva York lo que es sin el teléfono? ¿Podemos imaginarnos el movimiento de información en el interior de los rascacielos sin el teléfono?

Bell, en su conversación fundacional

La aparición de la radio se concibió como una oportunidad para la cohesión nacional, como una herramienta para culturizar al creciente y acelerado ritmo de incorporación de inmigrantes. Aunque, como también se reconoce en el libro, esta posibilidad ce culturización fue menos fácil de lo esperable por la presión ya creciente de la economía en la viabilidad de los medios de comunicación (los anunciantes mandaron desde muy pronto).

                                                                                                   El desarrollo económico de los negocios en el país a principios del sXX, llevó a una cierta avidez por “máquinas” simples que ayudaran a aumentar la productividad. La máquina de escribir, el papel carbón, las calculadoras más rudimentarias (sumadoras), los cajones de archivo, etc., fueron contribuyendo a este aumento de la eficiencia. Pero lo más interesante es que las enormes dimensiones del mercado norteamericano favorecieron la aparición de empresas de “sistemas para la oficina”, como IBM, que fueron desarrollando una comprensión inteligente de cómo vender esas máquinas a las empresas. Un conocimiento, una experiencia, que fue de extrema utilidad cuando aparecieron los ordenadores.

No comentaré aquí nada sobre el impacto de la radio y la televisión, que se puede imaginar que fue ingente.

Pero si querría terminar con un momento estelar muy importante (al que James Cortada da mucha relevancia). Eran las 9:00 de la mañana del día 21 de abril de 1952. Se iniciaba entonces un seminario en los Bell Lab de Murray Hill (New Jersey) sobre el transistor, un reciente invento desarrollado por AT&T, la matriz de BellLab. Unas 30 empresas habían sido invitadas, cada una de ellas pagando unos 25000 dólares por el derecho a asistir y a poder fabricar después el transistor. La decisión de licenciar el transistor, tomada por AT&T siguiendo su compromiso de equilibrar su monopolio telefónico (en aquel momento) con un incremento del acervo tecnológico del país, así como para evitar, posiblemente, ulteriores acciones anti-monopolio (que, de todas modos acabaron padeciendo en los 80, con la famosa “divestiture” del sistema Bell), es considerado como uno de los momentos álgidos del desarrollo informacional de los Estados Unidos. Ello permitió que decenas de empresas trabajaran en usos impensables del transistor, en miles de aplicaciones, y que, por el camino, se crearan millones de puestos de trabajo.

Y la aparición de una industria totalmente nueva, la del software. Una industria que requiere de poca inversión de capital si se dispone del suficiente talento. Una industria que ha creado miles de oportunidades para pequeñas iniciativas, un paraíso (al menos, en principio) para los emprendedores. En ese sentido, el software es una “discontinuidad” en la historia informacional del país. Un algo muy diferente que no se basaba en experiencias anteriores. Es curioso ver, por ejemplo, que muchas de las iniciativas del software no nacieron de las empresas existentes, sino que se trataba de empresas completamente nuevas (aunque los acuerdos con las “viejas” acabó resultando crítico, como evidencia la historia de Microsoft).

Es obvio que hay otros elementos esenciales en este cóctel histórico: el sistema universitario americano, la inversión pública en investigación y desarrollo, el sistema de patentes, el sistema antitrust, la disponibilidad de capital, la magnitud de la economía (y geografía norteamericana).

También es verdad que no todo el monte es orégano. Así, por ejemplo, el libro también comenta momentos miserables como la ola de desinformación sensacionalista que la prensa de Hearst promovió durante la guerra entre España y los Estados Unidos.

Pero no se puede terminar sin remarcar la importancia en toda esta historia de la manera de ser de los Estados Unidos, al menos hasta ahora. Una sociedad con una profunda creencia en el bien del progreso continuo, con una fe en el valor de la tecnología. Una sociedad meritocrática en la que reconoce como lógico que la innovación se recompense con riqueza. Al menos hasta ahora…

Termina el libro con esta frase: “this is a nation that enjoys the taste of information” (esta es una nación que disfruta del sabor de la información).

Es una nación básicamente informacional.

Quizás ahí está el truco…

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