Ke!733 No hay innovación posible sin juego

Ke!733 No hay innovación posible sin juego

Un pequeño velero “manual”, alquilado este verano por mis hijos en

el Parque de Luxemburgo, en París. Sin pilas: juego esencial

Han pasado sólo unas pocas semanas desde que volvimos de vacaciones y ya estamos de nuevo anclados en el estrés. No sé qué hemos hecho mal, pero es evidente que una sociedad que sólo se basa en el trabajo está mal diseñada.

A finales de julio, en un largo viaje en el que ya me había “comido” todo lo que me había llevado para leer, me tropecé con una de esas revistas de avión que hojeas con la mayor de las indiferencias. Se trataba del Holland Herald, la revista de KLM. Y en ella encontré una pequeña joya de síntesis que ahora quiero comentar: un artículo de título “I play, therefore I am”.

La base del artículo era un comentario sobre el libro Beyond work and love: why adults need to play, de Lenore Terr (http://www.amazon.com/gp/reader/0684863162/infonomia). Su hipótesis principal: el juego (activo) es uno de las tres esencias de la vida del adulto, junto con el trabajo y el amor. Dicho de otra forma, no hay salud (física y emocional) posible sin jugar. Entendiendo aquí por jugar, focalizarse voluntariamente en una actividad que te absorbe placenteramente. Cuando alguien juega “de verdad”, está tan concentrado que “se siente un uno con mundo, en ese instante”.

El juego activo requiere concentración. Más exactamente, requiere “concentracción”. Porque no es juego lo que es una mera observación (ver la tele o pelearte con un videojuego), sino lo que implica sumergimiento en la actividad.

Un juguete mecánico de madera: el artesano que lo hizo estaba

totalmente sumergido en él… vivía en “otra dimensión” del trabajo

(Exploratorium de San Francisco)

Puedo hablar en primera persona, si se me permite. Desde hace unos meses estoy construyendo una maqueta de tren para mis hijos (esa es la excusa: obviamente la hago para mí). Pues bien, ha sido un tremendo descubrimiento ver hasta qué punto me olvido de todo, me concentro en lo que hago, y encuentro sentido a mis actos, mientras estoy “construyendo” algo que antes no existía. Mi propio trabajo, con mis “manos” genera algo nuevo del desorden de los elementos. Es importante remarcar que uso “mis manos” y no “mi cerebro” (o lo que pueda quedar de él después de 9 años escribiendo historias como ésta) para hacer esta actividad. No me di cuenta de hasta qué punto ya estaba desconectado de la “realidad” del hacer, y abducido por la “irrealidad” del pensar, hasta que redescubrí mis manos.

Mi maqueta, “in the making”…

El mundo digital no nos está ayudando en esta cuestión, precisamente.

Por un lado, los nuevos instrumentos (teléfono móvil, portátil, etc.) nos “roban” ocio: hoy trabajamos à la Martini (dónde estés y a la hora que estés). Tenemos menos tiempo para jugar porque las tecnologías de conexión nos impiden desconectarnos del trabajo (una tautología que merece una tesis doctoral, si aún no se ha hecho).

Por otra parte, las propuestas de juego que recibimos son más de abducción de atención que de acción: nos entretienen capturando nuestro córtex visual, y no nos permiten “crear” con las manos, sino pulsar con los dedos. Son retos simples que se responden con agilidad automática. Lo mismo podríamos decir, por cierto, en clave de aprendizaje: no aprendemos viendo o leyendo, sino haciendo, a ser posible con nuestras propias manos.

Es curioso, por lo menos, ver como “lo” digital no sólo está destruyendo el juego, una de nuestras esencias, como decíamos al principio, sino que también se está colando en el espacio de otra de ellas, el amor: el messenger y el dating (matching) son ya las verdaderas “killer applications” de la Red.

El juego de verdad es pasión por algo, es concentración, es creación. Es sentirse conectado con uno mismo, no con una realidad foránea. Es inquietud y curiosidad.

La “propuesta de valor” del Exploratorium de San Francisco

Se me ocurre aquí acudir a una metáfora que creo haber leído en el Maktub de Paolo Coelho (leer a Coelho NO es pecado, amigos intelectuales): una sociedad es como un bosque, en el cada árbol son personas, todos juntos tienen fuerza y pueden resistir los vientos más fuertes, pero sólo si cada árbol tiene su propia y sólida raíz. Un bosque/sociedad de árboles/personas sin raíz es una falsedad.

Creo que esta es una de esas situaciones de “cruce” de la que podemos derivar mucha energía si somos inteligentes. Que estemos perdiendo una de nuestras esencias (culturales y posiblemente genéticas) como consecuencia de la invasión del tiempo de ocio por una productividad extendida a todas horas, y por una propuesta lúdica básicamente pasiva, requiere una rebelión por nuestra parte.

Porque si el amor se trivializa a un flirteo light via Messenger, y el juego se reduce a matar enemigos en un juego de imperios, sólo nos quedará el trabajo.

Dice Pat Kane, autora del texto The Play Ethic (http://www.amazon.co.uk/exec/obidos/ASIN/0333907361/infonomia): “la era de la información precisa de jugadores autónomos más que de trabajadores desmoralizados. Ser un jugador es abrazar el futuro, ser un trabajador es defenderse de él”.

La vida es entusiasmo. Quién no ama está muerto.

Léase todo lo dicho en clave práctica y se verá cuánto nos queda por hacer para incorporar saludablemente las tecnologías digitales en nuestra vida.

Exploratorium de San Francisco

Moraleja final: ¿cómo podremos ser innovadores si vemos la vida desde el aburrimiento del que no juega activamente?

No vemos las cosas cómo son, sino cómo nosotros somos. Gente aburrida generará visiones aburridas.

No hay innovación posible sin juego.

Alfons Cornella
Infonomia.com

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