Ke!732 – RFID

Ke!732 – RFID

La sigla RFID está llamada a la celebridad a corto plazo. Básicamente, se trata de etiquetas que identifican unívocamente un producto, de forma que puede realizarse la identificación y el inventario de productos (y/o “cosas”) a distancia (per tecnologia inalámbrica).

Hay un excelente resumen visual de lo que es, y para que sirve, la RFID en

http://www.technologyreview.com/purchase/pdf_dl.asp?79juh=969478&hy6f0=16559

En una tienda, por ejemplo, un emisor (que recibe aquí el nombre de “lector” de productos) emite una pequeña cantidad de energía, que una antena, colocada en el producte, recibe. Como consecuencia de esta “alimentación” a distancia, un emisor colocado en el producto emite una señal, que básicamente es un código que lo identifica unívocamente (“soy este y estoy aquí”).

El código en cuestión tiene típicamente una longitud de 128 bits, mucho más de lo que se puede incluir en la información contenida en un código de barras tradicional. Por ejemplo, la etiqueta puede incluir información de su fecha de fabricación, o de su fecha de caducidad (muy útil en alimentación, por ejemplo). El código de producto recibe hoy el acrónimo de EPC (electronic product code).

Entre las ventajas que parecen presentar las etiquetas de RFID podemos remarcar que la identificación es “individual”, y no por meras categorías (identifica cada producto, con “nombres y apellidos”, y no sólo su categoría: no nos dice que hay una maquinilla de afeitar presente, sino cuál de ellas en concreto). Por otro lado, la determinación de la presencia de un producto no requiere una línea visual con él, como si es necesario con el lector de código de barras. Así, el producto puede estar en algún lugar del almacén, o en el carro de la compra cuando llegas al cajero, y el sistema puede identificarlo (es una cuestión, básicamente, de la cantidad de energía que el emisor puede emitir). Lo normal, hoy por hoy, me ha parecido entender, es que las etiquetas se identifiquen a 30 pies (unos 8 metros).

 

TechnologyReview

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La base de esta tecnología ya estaba inventada hace algún tiempo. La diferencia es que ahora su coste es mucho menor. El hecho de que las etiquetas RFID hayan pasado de costar euros a décimas de euro, y que en futuro puedan pasar a costar sólo fracciones de céntimo, ha cambiado totalmente el panorama de sus posibles aplicaciones.

Se dice que la “cifra màgica” (el “tipping point”) de esta tecnología está en el medio-centavo USA. Por debajo de esa cantidad se puede empezar a pensar que cada producto (“cosa”) de la Tierra llevará, más tarde o más temprano, una etiqueta que lo identifique unívocamente. Sin embargo, según algunos expertos, las etiquetas de coste inferior a un céntimo pueden tardar aún unos 5 a 10 años en llegar a los mercados de manera masiva.

Al parecer, el coste de una etiqueta se reparte equitativamente entre sus tres principales componentes: el chip donde está almacenada la información, la antena que recibe y emite, y el “empaquetamiento”, el soporte, del chip y la antena. Rebajar el coste de fabricación de la etiqueta implica bajar el coste de los tres componentes a la vez, lo que no es sino un interesante reto tecnológico.

Más aún, hay hoy ya tecnologías que permitirán “imprimir” la antena de la etiqueta RFID, de manera que en lugar de insertar algún tipo de cable o circuito metálico (conductor tradicional), las funciones de antena sean realizadas por un circuito impreso en tinta conductora. Puede verse un ejemplo de esto en las tecnologías propuestas por PowerPaper (http://www.powerpaper.com), de las que hemos hablado aquí en diversas ocasiones. Otra opción consiste en pulverizar metal metálico y esparcirlo por la etiqueta de tal forma que sus granos conecten y hagan la función de antena.

El futuro de las aplicaciones de la tecnología RFID es, ciertamente, inimaginable. Que toda cosa se identifique, y que pueda haber sistemas que reconozcan la presencia de cosas, y haga un inventario de las mismas, es una verdadera revolución. Los almacenes se podrán, literalmente, gestionar por ellos mismos.

Piénsese, por ejemplo, en cosas tan sencillas como la entrada de un pallet de cajas en un almacén. Con la tecnología RFID no será necesario abrirlas para “ver” qué hay dentro de ellas (cosa que, por otra parte, nos permite también imaginar la picaresca que ello puede generar: etiquetas falsas que emiten como si algo estuviera en las cajas).

Y en una tienda, los sensores indicarán que productos han “pasado” por la caja, dando información en tiempo real de lo que se ha vendido cada día, y de qué zonas de la tienda se ha vendido más. Todo un prodigio de información que requerirá nuevas formas de interpretación. De la RFID emergerá una nueva disciplina dentro de la gestión de la información, seguro.

Incluso nos dicen que podremos gestionar mejor nuestros armarios: qué hay en ellos, desde cuando (y, por tanto, qué podría ya ser renovado), e incluso qué combinaciones nos podrían convenir hoy. Un sistema parecido también te podría aconsejar qué cocinar hoy combinando los “componentes” identificados en tu cocina.

  

La “optimización” de procesos que la RFID puede traer se me presenta como fascinante. Habrá mucho que aprender al respecto.

El disparo de salida del uso cotidiano de las etiquetas RFID lo dio ValMart cuando anunció hace unos meses que requerirá a sus 100 principales proveedores que sus productos lleven incorporada la etiqueta para enero de 2005. Aunque, para ser más precisos, parece que lo que ha pedido es etiquetas en los pallets y cajas, y no aún en los productos individuales (las etiquetas son aún algo caras, como hemos dicho), en especial si los productos son baratos (algunos productos electrónicos lo llevarán seguro, pues su precio lo justifica claramente).

En definitiva, el objetivo final de todo ello es sustuir, por algo mejor, las etiquetas de código de barras. Una tecnología de las más eficientes, desarrolladas y globalmente utilizadas de nuestra historia.

Finalmente, es obvio que, como toda tecnología todavía poco conocida, lo amplio de sus aplicaciones incita la sospecha de que algunos querrán utilizarlo incorrectamente. De hecho, si un cliente no “hace desconectar” las etiquetas en la tienda, podría darse el caso de que la tienda “sepa” lo que aquel tiene en su armario. Es como si introdujeras una especie de “virus” en tu propio armario.

Incluso he leído (Reason 8.04, p10) que el Senado de California ha aprobado una ley por la que se permite a tiendas y bibliotecas que almacenen información sobre los productos que sus clientes compran o piden, pero al mismo tiempo se les prohibe “leer” o “ver” los productos que aquellos lleven con etiqueta y que no hayan adquirido en sus instalaciones. Curiosamente, parece que no se ha legislado que “borren” el contenido de las etiquetas de los productos una vez que “dejan” la tienda. Conclusión: miles de personas van a estar “desnudas” sin saberlo.

Una nueva “profesión”: el hacker de RFID, personas que se dedican a sacar etiquetas de productos y a espacirlos aleatoriamente por el mundo. Una curiosidad: ¿qué pasaría si descubrieras la RFID de un producto de lencería atrevido en el despacho de tu consejero espiritual (caso de que tengas tal lujo)?

Más en:

Scientific American

“penny-wise smart labels”, Agosto 2004, p30

http://www.sciam.com/article.cfm?articleID=0003874C-DE1C-10FA-89FB83414B7F0000&sc=I100322

o en

http://www.technologyreview.com/articles/04/07/wo_hellweg071304.asp

o, periódicamente, en

http://www.rfidjournal.com/

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