Ke!711 Barcelona, su pasado y su futuro en una simple fotografía

Ke!711 Barcelona, su pasado y su futuro en una simple fotografía

Paseando hace unos días por la playa en Barcelona me tropecé con una imagen en la que se aprecian elementos distintivos de la ciudad, que posiblemente sintetizan su historia 

(Tiempo estimado de lectura: 6 minutos)

Paseando hace unos días por la playa en Barcelona (era domingo, algún día hay que descansar) me tropecé con una imagen que lanzó una serie de conexiones en mi cabeza. Yo diría que en circunstancias normales la imagen en cuestión no me habría dicho nada, pero estoy tan interesado actualmente por ver caminos para nuestro futuro (esa mezcla de economía y cultura que va a constituir la nueva sociedad) que la imagen se me apareció como una síntesis inquietante, y decidí que merecía ser comentada aquí.

La imagen es la que incluyo al principio de este artículo. Una vista de Barcelona desde la costa del PobleNou, en la que se aprecian elementos distintivos de la ciudad, que posiblemente sintetizan su historia reciente. Véamos.

1) La chimenea del PobleNou: el símbolo de la revolución industrial en Barcelona. Una de las pocas que quedan en esa parte de la ciudad que fue llamada la Manchester Catalana, en la que florecieron en el siglo XIX decenas de pequeñas (y no tan pequeñas) fábricas textiles, y de otras cosas. Es la marca de una economía industrial (dura) de la ciudad, que atrajo a miles de personas del campo catalán, y de otras zonas de España en busca de trabajo. Y es el símbolo de un capital local que supo invertir (o sea, arriesgarse) para inventar nuevas posibilidades de generar réditos. Una generación de patricios inquietos que construyeron valor a partir de la combinación de riesgo y tecnología (las “nuevas” tecnologías de ese momento).

2) El templo del Tibidabo: el edificio que culmina la montaña más representativa de la ciudad y que, en cierta manera, es el faro geográfico que cose el crecimiento del ensanche barcelonés. El Tibidabo te ayuda a orientarte en la ciudad (mar versus montaña). Más aún, es el botón que certifica el carácter metropolitano de la misma. El Tibidabo es el centro geográfico del círculo metropolitano. Pues bien, el Tibidabo es, en cierta manera, el símbolo de una etapa de la ciudad marcada por el crecimiento urbanístico y humano, la del sedimento migratorio. Es de una economía basada en el incremento de la población, o sea, del consumo. Una etapa dominada por el crecimiento económico fundamentado en el crecimiento de la población, en la línea de conseguir una masa crítica de población suficiente para que la ciudad tuviera entidad económica generadora de riqueza. Una riqueza ya no basada en la industria manufacturera sino en una enorme diversidad de industrias y servicios. Una ciudad “moderna”, capaz de pagarse sus “importaciones” y de ganar más de lo que gasta. Una ciudad en la que se genera riqueza con la que subvencionar otras partes más pobres de territorio que la rodea.

3) La farola eléctrica: una infraestructura hoy básica, “invisible” en nuestro día a día aunque totalmente crítica para nuestras rutinas. Esta torre representa otro momento histórico de la ciudad, el de la electrificación, el del surgimiento de nuevas posibilidades para la dinámica de las fábricas. De otras posibilidades para el movimiento de las personas y cosas (los tranvías y los trenes). De una ingente cantidad de pequeños aparatos que nos ayudan cada día, desde que nos levantamos hasta que nos dormimos. Otra industria de aparatos que dio riqueza a la ciudad. Una infraestructura que obligó a una acción de envergadura sobre un territorio no tan cercano a la ciudad, a través de embalses y pantanos, de centrales eléctricas y, hoy, de centrales nucleares (en las que, por cierto, un accidente de ciertas proporciones acabaría con dos mil años de historia de la ciudad). Un símbolo de una economía de consumo.

4) La torre de Collserola: el mundo de las telecomunicaciones, construida para las Olimpíadas de Barcelona en 1992. El símbolo de una ciudad con vocación universal, que quería atraer las miradas del mundo durante unos días. Una ciudad multilingüe, que aprovechó el acontecimiento para cambiarse el uniforme gris por un vestido de fiesta. En la torre hay dispuestas decenas de antenas de todo tipo, símbolo de una economía del espectro electromagnético que hay que gestionar como un recurso escaso. Símbolo de las imágenes, en una sociedad que satura nuestros cortexs visuales. 1992 es un punto de inflexión en la ciudad. La puso en el mapa de las ciudades que cuentan en el mundo. Una economía global.

5) La Torre Agbar: un edificio “singular” que ya está cambiando el “skyline” de Barcelona. Una torre en la que trabajarán algunos miles de personas, algunas a una altura privilegiada, literal y profesionalmente. Todos ellos “trabajadores del conocimiento”, manejadores de símbolos. Personas ligadas a una silla que después se atarán a una máquina para perder peso (sedentarismo promuscular). Un símbolo de una economía de las corporaciones, de las grandes marcas, de las enormes capacidades de inversión, de la Bolsa, de la nueva conquista (esta vez económica) de otros territorios. Un símbolo de la economía financiera. Es interesante observar que no hay muchas de estas construcciones en la ciudad, a diferencia de lo que ocurre en otras capitales europeas (o sea, Madrid). En mi opinión, la razón de esta escasez de “torres corporativas” es que esta batalla quizás ya la hemos perdido. Por muchas razones, que algunos economistas de prestigio están ya explicando (entre ellas, por ejemplo, la concentración en la capital del Estado de todas las sedes de las empresas privatizadas en las últimas décadas, pagadas por todos durante años pero ahora convergentes en un único centro de decisión). Si el futuro de la economía es la línea de las mega-corporaciones esta ciudad no tiene futuro.

6) El aire: quizás no tenemos grandes edificios corporativos, pero tenemos un aire contagioso de creatividad. Aunque su ímpetu tiene fecha de caducidad. La ciudad está hoy repleta de pequeñas iniciativas innovadoras, de grupos pequeños de gente bien preparada, inquieta, con ideas susceptibles de ser convertidas en nuevos productos y servicios, muchos de ellos de nivel internacional. Lo sé con certeza porque hemos construido una base de datos de innovadores en la ciudad que cambia mi estado de ánimo cada vez que paseo por ella. La innovación son personas. Y en esta ciudad hay muchas “nuevas” personas (salidas del sistema universitario o venidas de otras partes del mundo atraídas por la calidad de vida de la ciudad), que luchan por hacerse un sitio en la economía del futuro más próximo. Lástima que el status-quo, el establishment, y la nomeklatura de la ciudad no los tenga en absoluto en cuenta. Esta ciudad no ha descubierto aún que su futuro, que la continuación de la Manchester Catalana, del crecimiento urbanístico, de la electrificación, no es sólo la “vía corporativa” sino la economía en red de miles de iniciativas de alta densidad de valor intelectual. Nos falla la capacidad de nuestro capital (que haberlo haylo) de asumir nuevos riesgos (¡¡qué envidia de los patricios del siglo XIX!!). De entender el mundo al que vamos, en el que primará la capacidad innovadora. De entender la conexión entre educación, ciencia, tecnología y productividad (ver uno de mis últimos artículos: http://www.instituteofnext.com/extranet/index.asp?idm=1&idrev=1&num=709). Nos falla la conexión entre los miles de “mundos pequeños”, los nuevos gremios tecnológicos, de la ciudad. Viene una “nueva” economía que aún no ha dejado su edificio representativo en la ciudad (la chimenea, la iglesia, etc.). Porque, seguramente, en ella son más importantes las conexiones (las sinapsis) que el edifico. Esta es una economía de flujos y no de esqueletos. No quedarán edificios (real state). Quedarán ideas (mind state).

¿Cuándo nos daremos cuenta (en Barcelona como en otras muchas ciudades) de que el futuro es nuestra gente y no nuestras organizaciones?

Alfons Cornella
Infonomia.com

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