Ke!662 ¿Se convertirá la información en infraestructura gratuita?

Ke!662 ¿Se convertirá la información en infraestructura gratuita?

Una de las novedades sociotecnológicas más interesantes de las últimas semanas ha sido, en mi opinión, la implantación del sistema de peaje para vehículos en el centro de Londres. Estamos viendo cómo infraestructuras tradicionalmente gratuitas cómo las calles se convierten en bienes restringidos, y cómo bienes comerciales como el acceso a Internet se convierten en infraestructuras gratuitas.

Y ¿qué pasa con la información? Hay dos escenarios de futuro…

(Tiempo estimado de lectura: 7 minutos)

PARA PENSAR:

Una de las novedades sociotecnológicas más interesantes de las últimas semanas ha sido, en mi opinión, la implantación del sistema de peaje para vehículos en el centro de Londres. El sistema, que recibe el nombre de Congestion Charge (https://www.cclondon.com/WebCenterBrandedTR4/StaticPages/index.asp) no es exactamente una novedad (creo que algo parecido ya se aplicaba en ciudades endémicamente congestionadas como HongKong). Pero el hecho de que se haya implantado en una ciudad tan emblemática como Londres me ha hecho pensar. Véase casi todo sobre el tema en http://www.timesonline.co.uk/section/0,,5284,00.html.

Ante todo hay que señalar que el sistema es posible porque se dan dos condiciones:

Primera, existe la tecnología para hacerlo: un sistema de cámaras captura las matrículas de los coches que circulan por el área restringida, y compara los datos que obtiene con una base de datos de vehículos permitidos. Habrá que ver el grado de fiabilidad de esta tecnología. Pero existir, existe.

La segunda condición es que se afirma una diferenciación entre los ciudadanos a partir de su percepción del valor del tiempo. Hay quien está dispuesto a pagar por entrar en la City con su automóvil, porque, por ejemplo, eso le permite hacer una mejor explotación de su tiempo (caro, se supone). Piénsese que en los primeros días desde la implantación del sistema, parece que el tráfico en la zona restringida ha bajado un 30%, lo que aporta un premium de movilidad a los que deciden pagar por entrar. Otra cosa es que se recuperen los costes del proyecto ( http://www.timesonline.co.uk/article/0,,2-583189,00.htm).

La solución adoptada no extrañará a los que viven en ciudades congestionadas. Pero la reflexión que propongo es que pensemos cómo una infraestructura básica, como las propias calles de la ciudad, se convierten, por la necesidad surgida de la escasez de movilidad, en un bien de pago. De hecho, parece que volvamos a la Edad Media, en la que había peaje por todo, incluso para entrar mercancías en una ciudad (algo que históricamente no está tan lejos: se hacía en algunas ciudades españolas hace algo más de un siglo, vía aranceles locales).

La moraleja es que lo que dábamos por supuesto como infraestructura gratuita, las calles, se convierte en un bien restringido. Lo hizo en su momento el agua. Quizás en el futuro lo sea el propio aire (ya es así, en cierta manera, para los países: se trafica con las cuotas de emisión de CO2).

En una dirección aparentemente distinta, he leído estos días una instructiva y, al mismo tiempo, emocionante entrevista (en la publicación World Technology Intelligence, de la World Technology Network, http://www.wtn.net/new/intelligence/index.html) con Trevor Baylis ( http://windupradio.com/trevor.htm). Este hombre que ha sido de todo, desde vendedor de piscinas hasta artista de circo (escapista), inventó en 1996 una tecnología que está teniendo un importante efecto en muchos países en desarrollo: la radio de cuerda. Hoy muchas empresas las fabrican. Incluso se fabrican otros objetos de base auto-energética (o sea, que no precisan de baterías químicas o de corriente eléctrica), como una linterna. Pero la primera empresa en poner en el mercado los desarrollos de Baylis fue FreePlay ( http://www.freeplay.net). Se espera que está tecnología, ya disponible para un modelo de teléfono móvil de Motorola ( http://www.freeplay.net/newsite/product/freecharge.html), permita pronto un sistema autoenergético para los ordenadores portátiles. Un nivel de autosuficiencia con importantes consecuencias.                                     

FreePlay Coleman Outrider               FreePlay Coleman Sentinel 

Lo que es más interesante del caso de Baylis es por qué se puso a desarrollar la radio de cuerda. él explica que se le ocurrió al ver un programa de TV (ergo, la caja sirve para algo, al fin y al cabo) sobre el SIDA en África. Pensó que sería útil la emisión de programas de radio con consejos útiles de salud sexual. Pero, para que llegara a la gente, se debía enfrentar con la no disponibilidad de corriente eléctrica en muchas aldeas. La radio de cuerda, auto-suficiente energéticamente, era la solución. Se puso a hacerlo, y aquí está.

Lo más curioso del caso es que las radios de cuerda que ves en África, nos dicen, es muy probable que hayan sido distribuidas por una agencia de ayuda gubernamental o por una ONG, porque su coste sigue siendo demasiado alto para que un ciudadano normal la adquiera. Y, en contraste, la radio de cuerda ha acabado siendo un best-seller en Occidente (con más de tres millones de unidades vendidas), donde no es un aparato estrictamente necesario. Y lo está siendo también, al parecer, en la China y en India.

O sea, un bien de pago, como es la radio de cuerda en Occidente, se puede convertir en una infraestructura gratuita en los países en desarrollo, porque hay una necesidad que cubrir (en este caso, la información sanitaria para hacer frente al desastre de la epidemia de SIDA).

De hecho, tenemos más ejemplos de bienes que están basculando hacia la infraestructura. Quizás el ejemplo más interesante sea el de la conectividad Wi-Fi. Los colectivos inalámbricos de muchas ciudades están implantando sistemas de conexión a Internet sin hilos, de forma que hay ya miles de hotspots (puntos calientes) en los que disfrutas de conexión gratuita. Véase, por ejemplo, ArenysSenseFils ( http://sensefils.arenys.org), o Barcelona Wireless ( http://barcelonawireless.net).

Algunos expertos pronostican que la conexión de alto ancho de banda se irá convirtiendo paulatinamente en una infraestructura gratuita. Una especie de respuesta a un nuevo derecho de los ciudadanos: el derecho a estar conectado a la Red. (Una propuesta en este sentido la podemos encontrar en el esencial dossier “Digital Dilemmas” publicado por The Economist hace unas semanas, http://economist.com/surveys/displaystory.cfm?story_id=1534303).

Recapitulemos: estamos viendo como infraestructuras tradicionalmente gratuitas como las calles se convierten en bienes restringidos, y como bienes comerciales como el acceso a Internet se convierten en infraestructuras gratuitas.

Y ¿qué pasa con la información?

Hace unos días pude asistir en ESADE a la defensa de una tesina de licenciatura que versaba sobre el caso Napster (su autor, Marc Lite). Obviamente, sobrevolando el caso Napster está, todo el rato, la controversia entre pagar por los contenidos y aprovecharse del intercambio entre personas de los ficheros, a coste cero. La información es un bien difícil de tratar.

Pero se me ocurre que el verdadero problema en la cuestión de nuestra percepción de la información como bien es que estamos en un momento de transición: estamos en el limbo, ni en el cielo ni en el infierno. Y toda situación provisional, como esta, crea ansiedad.

Hay dos escenarios de futuro, tras nuestra estancia en este limbo:

Primero, puede que la información se acabe definiendo como bien. Y que todos entendamos que hay que pagar por ella.

Para que esta situación llegue deben pasar varias cosas.

Una, que superemos el factor moral, concretamente, que no sea socialmente aceptable el robo de contenidos sometidos a propiedad intelectual. Hay un término que describe la situación actual: “ignorancia plural por la que no consideramos como delito algo que hacemos todos (copiar archivos protegidos por la ley) (aprendí el término “ignorancia plural” durante la lectura de la tesina citada).

Otra, que exista tecnología fiable que impida la copia sin permiso de contenidos. Se están desarrollando este tipo de sistemas de protección (gestión) de derechos, pero nos queda mucho camino por recorrer.

Otra es que aprendamos a paquetizar los contenidos, de forma que aporten utilidad a los usuarios. Y que estén dispuesto a pagar por ellos. Aquí nos encontramos sin embargo, con la situación de que hay millones de personas en el mundo dispuestas a hacer esto mismo a cambio de nada, por el simple placer de publicar sobre algo que les gusta.

El segundo escenario consiste en que la información pasa a ser infraestructura. La idea es que no paguemos “directamente” por ningún componente informacional (ni siquiera el software), sino que disfrutemos de ello por el hecho de ser ciudadanos de una sociedad informacional. La forma en que los productores de paquetes de dígitos recuperarían su inversión sería a través de un sistema de reparto de un impuesto digital general. Tanto se ha utilizado tu paquete digital (información o software), tanto cobras.

Bueno, esta idea ya la comenté hace un año ( http://www.instituteofnext.com/extranet/index.asp?idm=1&idrev=1&num=614), en el contexto de una trilogía de artículos sobre el pago de contenidos. Pero ahora son más los que van en la misma dirección. Por suerte, entre ellos está William Fisher ( http://www.instituteofnext.com/grandes/grandes.asp?id=13211), del Berkman Center for Internet and Society de la Harvard University ( http://cyber.law.harvard.edu).

La idea es, pues, que el ciudadano tenga la impresión que no paga por los contenidos o el software, aunque en realidad paga por ellos a través de sus impuestos.

Hoy nos puede sonar extraño, pero si es así es porque estamos al principio de la transición hacia una sociedad informacional. Estamos en el limbo, y eso implica un despiste general.

Alfons Cornella
Infonomia.com

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