Ke 773! Lo que podemos aprender de la gran flota china, de Bután y de Edison: el futuro pasa por la hibridación de geografía, política y cultura

Ke 773! Lo que podemos aprender de la gran flota china, de Bután y de Edison: el futuro pasa por la hibridación de geografía, política y cultura

Es imprescindible tener hoy una importante dosis de humildad histórica si se quiere intuir remotamente el futuro que nos espera. Dicho de otra forma, hay que intentar entender el pasado para poder imaginar el futuro plausible. En este sentido, el discurso vital ya no es tecnológico, ni siquiera económico. Sino que es de orden más básico: geográfico, histórico, cultural. Dicho de otra forma, es en las capas más básicas del entramado humano dónde podemos encontrar las claves de nuestros posibles futuros. ¿O quizás “ya” no? En este artículo lo discutimos.

La muerte de la geografía como ventaja económica

Esta reflexión empieza a partir de un documento excepcional: el libro “Guns, Germs and Steel” (traducido por “Armas, gérmenes y acero”) del profesor e investigador norteamericano Jared Diamond. Este fascinante texto es un buen ejemplo de lo útil que resulta hacerse una pregunta relevante. O más concretamente, de lo productivo que puede ser entender cuando una pregunta aparentemente simple contiene una carga intelectual de primer orden. Su texto parte de una pregunta que le hizo, con curiosidad y preocupación, uno de los miembros de una tribu de Papua durante una de sus largas estancias como investigador en la isla: “por qué los occidentales tenéis tantas cosas materiales mientras que los papuanos tenemos tan pocas”. Una pregunta sorprendentemente simple que podía ser resuelta desde lo trivial (“por qué sí”) o que podía iniciar una búsqueda de una respuesta “científica”, de gran calado. Diamond dedicó los siguientes treinta años a intentar buscar una respuesta científica a la pregunta de su amigo papuano. Y la encontró treinta años más tarde: la razón básica del desequilibrio de riqueza entre Occidente y Papua era la geografía.

Por qué tienen menos “bienes” que nosotros?

No podemos resumir aquí todos los interesantísimos vericuetos intelectuales por los que se sumerge Diamond, pero si podemos dar algunas pinceladas. Diamond “descubre” que durante milenios, la agricultura de los papuanos se ha basado en el cultivo de plantas con pocas posibilidades energéticas. Dicho de otra forma, por el clima y la vegetación de Papua, el tipo de plantas que se pueden cultivar requiere de mucho trabajo humano para poder extraer de ella la energía necesaria para vivir. O sea, hay que trabajar muchas horas sólo para meramente poder sobrevivir. Además, no se dispone en esas latitudes de animales susceptibles de ser convertidos sin mucho esfuerzo en animales domésticos que ayuden en las tareas agrícolas (por ejemplo, caballos o bueyes). En contraste, la agricultura “occidental” (léase, de base europea) se deriva de la agricultura desarrollada hace algunos milenios en el “creciente fértil” (próximo oriente), basada en especies vegetales, como múltiples ejemplos de cereales, susceptibles de ser cultivadas en masa. O sea, susceptibles de ser sembradas, cosechadas, con grandes rendimientos: unas pocas personas pueden producir el alimento para centenares de personas, que quedan así “liberadas” de las tareas de búsqueda de alimento y pueden dedicarse a otras cosas, por ejemplo, a desarrollar “tecnologías”. Además, las culturas de oriente próximo disponían de un bien geográfico inesperado: animales susceptibles de ser domesticados, como ovejas y cabras, o caballos y vacas. Algunos para sacar alimento de ellos, y otros que brindaban energía para el cultivo de los campos.

Cuando los factores climáticos en el oriente próximo cambiaron, y aumentó la temperatura promedio descendiendo consecuentemente el nivel de lluvias, sus habitantes emigraron hacia este y oeste, manteniéndose siempre en prácticamente la misma latitud (hay que ver aquí el mapa para entender lo privilegiado de oriente próximo en esta cuestión: es realmente la “bisagra” entre Oriente y Occidente). Este mantenimiento de la latitud se desveló como históricamente crucial: el clima de los lugares a los que emigraron nuestros antepasados del creciente fértil era idéntico al suyo originario, lo que representa que sus semillas y animales domésticos no tuvieron ningún problema de aclimatación.

Por tanto, Diamond concluye que la excelencia geográfica del creciente fértil de oriente medio es la causa última de la viabilidad y productividad de la agricultura occidental, de la que se ha acabado derivando su riqueza material. Porque cuando el alimento está garantizado para la población, más y más personas se pueden dedicar a otros menesteres, como, por ejemplo, a pensar y hacer mejores herramientas, o a construir mejores edificios, o a escribir libros para intentar entender el mundo. Algo que ya comentó el divulgador británico James Burke (http://www.k-web.org), al respecto del por qué de la revolución industrial en Inglaterra: un efecto inesperado de un largo período de extraordinarias cosechas en el país, quizás consecuencia de un minicambio climático que trajo temperaturas templadas que el campo agradeció sobremanera.

El libro dice muchas más cosas, en referencia a las armas, gérmenes y acero del título. Pero aquí lo que nos interesa es remarcar el enorme cambio que se ha producido en los últimos cien años en prácticamente todo el mundo por lo que respecta al uso de la geografía: la producción agrícola está industrializada, unos pocos centenares de miles de personas garantizan el flujo de alimentos para toda la sociedad, y el tiempo que las personas pueden dedicar a inventar, producir y vender “cosas” es prácticamente el 100% de su tiempo. Queda al margen de este desarrollo África, a causa, como muchos expertos coinciden en destacar, de la falta de salud de su población, seguramente relacionada con su geografía (enfermedades tropicales que aun no entendemos bien) y con, de nuevo, su alimentación. Y quizás Brasil, con sus enormes bolsas de hambre que Lula está intentando sofocar.

El mundo hoy está al revés…

El mensaje, por lo tanto, es claro: la ventaja que históricamente ha representado la geografía (dónde vives en el planeta) quizás ya no lo es tanto, porque hemos avanzado en la producción de alimentos a escala global. El mundo empieza a estar también globalizado en este respecto; hay países productores de alimentos y países consumidores. La consecuencia de todo ello es que prácticamente la totalidad de la población del mundo se dedica, o se podrá dedicar en el futuro, a tareas no agrícolas. Esta enorme fuente potencial de riqueza (gente con tiempo para pensar y hacer) puede ser el detonante de un impresionante desarrollo económico en las próximas décadas.

Aunque la muerte de la geografía como elemento de competitividad que aquí se anuncia quizás sea también el origen de nuevos problemas. La pandemia de gripe de origen aviar (o de la enfermedad que sea) que se anuncia ya como inevitable, a escala global, se propagará de forma acelerada como consecuencia, justamente, de la “muerte de la distancia”. Y según como sea esta pandemia, podría llegar a afectar a la economía global en términos de menor producción de alimentos y de colapso económico de las ciudades (que no saben producir sus propios alimentos). Pero este capítulo de la historia, que puede ser uno de los más interesantes para entender la evolución social de nuestra especie, está todavía por escribir, aunque se escribirá pronto, muy pronto. Quizás demasiado pronto.

La política importa más que nunca

Si las ventajas geográficas ya no importan, ¿desaparecerán las “distancias económicas” entre los países? Esta es una cuestión clave que podemos intentar responder desde otra lectura interesante. Se trata del texto “1421: the year the Chinese discovered the World” (traducido por “1421: el año en que China descubrió el mundo”), de Gavin Menzies (base de un proyecto de “búsqueda de evidencias” sobre la hipótesis principal del libro, que se construye día a día en el espacio http://www.1421.tv). Este best-seller tiene momentos brillantes, bien documentados, y otros más polémicos. Su autor, un comandante retirado de submarino británico, usa su extraordinario conocimiento práctico de los mares del mundo (y en especial, del régimen de vientos característico de cada zona del planeta) para elucubrar sobre la posibilidad de que los chinos ya llegaran a América antes que los europeos.

De hecho, una parte de su libro se construye sobre hechos hoy bien aceptados, como es la estrecha relación comercial establecida a principios del siglo XV entre China y todos los pueblos costeros de Asia (desde Malasia hasta la India y Arabia), así como sus contactos puntuales con los reinos de África más ricos y desarrollados (en la costa del Índico). La fantástica “flota del tesoro” china, con juncos gigantescos de cien metros de eslora y nueve palos, dejaban en ridículo a los barcos contemporáneos europeos (“meras chalupas que zozobraban en las aguas”). Es hoy conocido que el objetivo de esta flota, de unos trescientos barcos de distintas medidas, con 28.000 personas a bordo, era establecer un sistema de tributos a China, que dejara claro cuál era el país dominante del momento (al menos en Oriente). Pero Menzies aventura que esta flota no sólo llegó a África, sino que la circunnavegó, llegó hasta el Golfo de Guinea y allí enganchó los alisios que, de forma suave, natural y sin obstáculos, les llevó al Caribe. Y desde allí a norte y sur América. Y etc., etc. La verdad es que el libro, leído como best-seller que es, es apasionante. Aunque desde el punto de vista científico, habrá que esperar a encontrar más evidencias de este fantástico viaje. Menzies basa su hipótesis en la idea (no demostrada) de que todos los europeos que viajaron hacia el oeste por el Atlántico llevaban consigo un mapa anterior, que mostraba qué se encontrarían en el viaje. Un mapa que propone, sólo los chinos estaban en disposición de haber confeccionado. Y propone que en algún lugar concreto del Caribe, que él señala, encontraríamos restos de naufragio de los enormes juncos.

Ideograma de Zheng He

No estamos aquí, sin embargo, para darle más vueltas al texto del Menzies, sino para preguntarnos cómo es que, siendo China a principios del siglo XV una potencia marina descomunal, de repente dejó de serlo para replegarse hacia dentro de sus murallas. La razón la encontramos en los vuelcos de la política. El emperador que mandó construir la enorme flota, Zhu Di, tenía una visión política de China como única potencia (del mundo conocido), lo que requería de aventuras marítimas arriesgadas. En este empeño le ayudaron con esmero los eunucos de la corte. El gran almirante de la flota, Zheng He, cuyo 600 aniversario se celebra este año en múltiples lugares de Asia, entre ellos en Singapur (http://www.visitsingapore-zhenghe.com/) ante la ignorancia suprema de Occidente, era él mismo un eunuco, de la casta de los Semur, de religión musulmana.

Pero, cosas de la suerte, un (mal) rayo caído del cielo (que era lo que dictaba la suerte de los gobernantes) sobre la ciudad prohibida que el mismo emperador hizo construir, inició allí un incendio que fue el principio de su caída en desgracia, así como de los eunucos, en beneficio de la corte de mandarines. El resultado fue la orden por parte del nuevo emperador de destruir la flota, de quemar todos los documentos generados en sus viajes, y de “cerrar” China a la influencia exterior. O sea, la imposición del ostracismo como sistema político, que marcó el futuro de China hasta las últimas dos décadas del siglo XX.

Así, por tanto, la historia de nuevo nos indica como un pequeño número de decisiones políticas pueden tener una enorme influencia en el futuro económico y social de inmensas partes del Globo. Si los mandarines no hubieran sabido utilizar (para su propio beneficio) maquiavélicamente la caída de aquel rayo, quizás China no habría tenido que esperar cinco siglos para dominar el mundo, como pronto lo hará en el siglo XXI.

Hoy, este tipo de decisiones políticas también son cruciales, y de ellas puede depender el futuro de todo un país. Así, por ejemplo, y puestos a criticar “lo próximo”, es en mi opinión muy reprobable que la economía de España se haya sustentado durante prácticamente una década en la burbuja inmobiliaria que, además de basar la riqueza en la especulación de un recurso que debería estar regulado, el suelo (esta es mi opinión personal), ha lanzado el mensaje de “lo fácil que es hacerse rico sin pensar”. Ante la riqueza del ladrillo, la investigación y desarrollo parece un chiste de tontos. Y la educación no encuentra una raíz para su motivación: ¿por qué esforzarse en aprender si basta con especular con la vivienda o, lo que es intelectualmente similar, darle golpes a una pelota en un circo ante miles de fanáticos?  

Queremos estar en el G8 o continuar en el G-ladrillo? Imagen por Ruca

Las políticas de país son vitales, por mucho que nos salga la vena liberal que nos pide reclamar menos acción pública y más libertad económica y social. El caso de los países escandinavos, y en especial el de Finlandia, son destacables. Pero uno debe empezar a fijarse hoy en otros puntos más exóticos del planeta, en los que se busca un nuevo futuro a partir de pequeñas decisiones de gran impacto.

El caso del pequeño reino de Bután es un ejemplo a observar (remarcado por el Technology Review en su número de agosto de 2005). Este país ha decidido expresamente no caer en la simple copia del modelo anglosajón de “desarrollo sin freno”. Justamente allí se ha querido encontrar un equilibrio entre Oriente y Occidente, fundiendo lo mejor del modelo económico desarrollado (en especial, de la “variante” asiática del capitalismo) con lo mejor del estilo de vida tradicional del país (valores religiosos budistas, de “com-unión” entre humanos y el planeta). Con un resultado esperado de personas más sanas (a través de un ambicioso programa de medicina preventiva y un sistema de salud público), más ricas (gracias a un desarrollo económico bien orientado a encontrar las ventajas del país frente a sus vecinos), y más sabias (conservando el equilibrio de una cultura que sabe de los límites de los bienes materiales). Habrá que ver si son capaces de superar su actual nivel de pobreza con este modelo mixto Oriente-Occidente. Es una especie de laboratorio político vivo: ¿estará Bután dentro de veinte años en una posición económica de riqueza comparable a algunos de sus vecinos mayores?

¿Quién nos iba a decir que quizás podríamos aprender de uno de los países más pobres del mundo? Un país históricamente desaventajado por su geografía, que hoy puede acelerarse por la sabiduría de sus decisiones políticas (para empezar, su rey absoluto, pasará a finales de este año la soberanía al pueblo). Un “exsoberano” educado en Oxford que en su día ya advirtió que para su país era más importante la Felicidad Nacional Bruta (FNB) que el Producto Nacional Bruto (PNB). Y si no, que se lo pregunten a los que deben atajar la “epidemia” de enfermedades mentales que se abalanza sobre Occidente.

Tiene futuro la sociedad que tiene revolucionarios

En un seminario reciente sobre liderazgo en el que participé, expuse con toda la vehemencia que pude la idea de que nuestra sociedad precisa de nuevos referentes, en especial de innovadores que pongan su combinación de visión, energía, riesgo y suerte (el acrónimo VERS), al servicio de la creación de futuros plausibles para la sociedad en la que viven. Una inteligente joven en la audiencia me comentó, con mucho acierto, que el problema de mi propuesta es que quizás no estaba nada en sintonía con el momento que vivíamos. Lo dijo de forma muy sintética: “es que hoy la radicalidad no vende”. Muy cierto. ¿Cómo va a vender la radicalidad en un entorno dominado por un 56% de las familias con dificultades para “llegar a fin de mes”, y con miles y miles de jóvenes con “contratos basura”, y con el poco aliciente de “pisos jaula” a precios astronómicos? La pregunta es ¿quién ha permitido que esto ocurriera? ¿Quién, y escudado en qué política económica, ha hipotecado el futuro del país dejándole sin esperanza de mejorar?

El futuro requiere ahora de mucha radicalidad, aunque nos digan que esto no venda. Necesitamos de una “cultura de lo nuevo”. Porque tenemos literalmente que reinventarnos el país (incluyendo, claro está, nuevos modelos de relación entre los territorios del mismo). Y ello se hará sólo a través de personas inquietas, atrevidas, desafiantes, incluso algo locas. Necesitamos miles de pequeños (y grandes) Edison. Porque en un entorno global donde la ventaja geográfica ya no es tal (que el turismo nos siga aguantando la “cuenta de resultados” del país es tremendamente patético), y en el que el poder económico y político se vuelca hacia el tandem Chindia (China + India, como así lo bautizaba BusinessWeek el pasado verano), las decisiones de país, construídas sobre el “capital” de sus innovadores, son críticas y urgentes.

Hay que asustar más a la población sobre el futuro que nos espera. Yo opino que esta difícil decisión (en especial en términos de coste electoral) es la principal aportación que deberíamos hoy exigir a nuestros políticos (o sea, gobernantes). Hay que hablar más del poder del dragón chino. Hay que mostrar las cifras, y hay que hacerlo en los telediarios de todas las cadenas. Hay que mostrar el dinamismo de los emprendedores e innovadores de nuestro país, que son el único “antídoto” contra la epidemia de cierres y despidos empresariales que se avecina (en España y en Europa). Hay que hibridar los equipos de trabajo en las empresas, mezclando a gente procedente de diferentes disciplinas (algunas aparentemente “inútiles”), para que exploten nuevas ideas radicalmente diferentes. Hay que dejar de lado nuestra ventaja geográfica temporal (el Sol) para acelerar nuestra potencial ventaja humana (la imaginación).

Atrevámonos a pensar. Imagen por Ruca

La mejor aportación que podrían hacer muchos de los consejos de administración de nuestras empresas “históricas” sería despedirse a si mismos para iniciar así una revolucionaria renovación. Porque es imposible planificar un futuro que se ve muy distinto, en términos competitivos, partiendo de la base de que históricamente lo hemos hecho bien. La historia nos sirve para entender pero no debe usarse para planificar. La juventud debe tomar el poder.

Conocemos muy poco a nuestros innovadores. Nadie da importancia a la historia de los inventores, de la tecnología, del país. Y, sin embargo, no hay hoy futuro sin ellos. Para Infonomía son los ciudadanos más importantes. Quizás somos pocos, pero juntos sumamos enormes cantidades de la radicalidad imprescindible. Hoy.

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