El reto de la triple A

El reto de la triple A

En su libro A whole new mind, Daniel Pink nos dice que la supervivencia de una empresa depende hoy de que sea capaz de hacer algo que los trabajadores de otros países (más baratos) no puedan hacer, que tampoco puedan realizar más rápido los ordenadores, y que satisfaga los deseos de trascendencia de una época marcada (en el mundo desarrollado) por la abundancia (el exceso). Pink ha designado como «la triple A» estos tres demonios: Asia, automatización y abundancia. Así, en un mercado del exceso, hay que proponer emoción, actitud, sentido, trascendencia, estilo, más que mera eficiencia. El coste prácticamente nulo de las comunicaciones hace que hoy se pueda trabajar con empresas en cualquier parte del mundo. Y las máquinas han avanzado tanto (recordemos el triunfo de Deep Blue sobre Kasparov) que la pregunta que debemos hacernos es si acabarán prescindiendo de nosotros.

Dice Pink que para prosperar en este nuevo contexto marcado por la triple A, no podemos limitarnos a explotar la capacidad de análisis de nuestro lado izquierdo del cerebro, sino que debemos aprender a destilar lo que resulta de mezclarlo con las habilidades intuitivas del derecho. O sea, hay que aprender a multiplicar el análisis (racionalidad) por la imaginación (emoción de las ideas). Habrá, pues, que aprender a explotar mejor nuestra parte derecha del cerebro, o sea, nuestra habilidad de combinar e hibridar elementos en nuevas formas, de determinar patrones para generar nuevas ideas, algo que un cerebro meramente analítico, como el de las máquinas de hoy, no puede aún hacer.

Es decir, hay que sacar partido del hecho de que somos humanos, una circunstancia curiosa en un entorno de creciente automatización donde la eficacia total es la norma. Una economía imaginativa basada en las emociones humanas. El negocio de multiplicar la imaginación por la tecnología.

En un futuro de máquinas perfectas, los humanos todavía seremos necesarios. Porque somos capaces de aportar criterio experto (la intuición, la experiencia, que te permite resolver problemas para los que no hay una solución rutinaria), y porque nos movemos bien en la comunicación compleja (la capacidad de persuasión, de seducción, de transmisión de pasión que tienen algunos humanos). Los humanos han hecho a lo largo de la historia cosas que un robot (al menos uno de las primeras generaciones) no podría ni entender ni realizar.

El Homo Next, el humano que viene, es un ser que no tendrá miedo de la tecnología, y que sabrá que su valor diferencial reside precisamente en su humanidad.

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