02 Sep Economía de objetos
La economía de consumo favorece que aumentemos constantemente nuestro ajuar de cachivaches (la mayoría inútiles). La producción ridículamente barata (nos dicen) de todo tipo de objetos, en países en los que la legislación laboral cabe en un papel de fumar (en letras de cuerpo 28), hace que dispongamos de las cosas más insólitas, sean bolígrafos, útiles (¿?) de cocina, llaveros, o mandíbulas-automóviles, a precios inverosímiles. Antes teníamos un reloj. Hoy tenemos por lo menos 10[1].
Somos una economía de objetos, no nos engañemos. Por ejemplo, los periódicos se regalan. Los periódicos que aún se compran van, cada vez más, como añadido a un objeto: una novela por un euro, un disco por tres, un tomo de una enciclopedia por cinco. Hasta las suscripciones online a periódicos de referencia se estimulan mediante regalos de enciclopedias digitales (eso sí, en CD físico). El mensaje es, creo, claro: la información no vale nada. Va de relleno de un objeto de compra impulsiva. Es la paradoja de que el periódico es el envoltorio de un objeto[2].
Por otro lado, los discos y películas se copian sin rubor. La información digitalizada es una tentación difícil de resistir. Pero, sorpresa, los mismos jóvenes que copian compulsivamente como piratas digitales, desafían récords de resistencia en colas kilométricas para comprar las entradas para un concierto, por unos precios de decenas de euros. Los jóvenes no están dispuestos a gastar en el objeto disco lo que precisan para comprar la experiencia concierto.
Así pues, no sólo somos una cultura de objetos (cosas) sino también de experiencias (emociones). Somos manos (las herramientas y los abalorios) y cerebro, pero en la era digital este último dispone de todo tipo de información e ideas, a bajo precio, y aprecia más las sensaciones que las razones. La edad de la pura razón terminó ya hace mucho tiempo.
Hacer objetos (y hoy construir experiencias emocionales) es la base de nuestra economía. Ya lo decía, con su sintético ejemplo de los fabricantes especializados de agujas, Adam Smith hace mucho tiempo. El problema es que la producción de esos objetos, que otrora se hacían en nuestras ciudades, se hacen cada vez más en los lugares más remotos de la Tierra.
Nos dicen que es ley de vida, y que si otros producen (mejor y más barato), nosotros nos debemos dedicar a pensar nuevas cosas (innovar y diseñar) y a comercializarlas (vender y dar servicio).
Esto estaría muy bien si fuéramos pocos, pero la verdad es que somos muchos. Y no todos tienen un doctorado en Telecomunicaciones para trabajar con un buen sueldo en una empresa que diseñe las nuevas generaciones de antenas matemáticamente perfectas. Somos muchos los que no podremos ni diseñar nada nuevo ni tenemos las habilidades para vender cualquier cosa.
Los escandinavos hace tiempo que lo entendieron. Muchos se dedican a la concepción y producción de objetos especializados (fabricación de élite): instrumental médico, herramientas de todo tipo, nuevos materiales, telecomunicaciones, electrónica de consumo exclusivo, etc. Los escandinavos parecen estar entendiendo que el camino es la multiplicación de ciencia por empresa. Es inventar nuevos conceptos, basados en la comprensión fina del mundo, y ser capaces de aplicarlos a dar soluciones a nuestros problemas (que son infinitos y profundamente variados[3]).
[1] Antes comprar una joya era un acto singular. Hoy puede ser una rutina digital http://es.bluenile.co.uk/.Hoy la “socialización” del todo lleva a que una de las empresas de más éxito en Internet sea BlueNile, que ha introducido una nueva categoría en las formas de comercialización de la joyería, a distancia.
[2] (no sólo cuando lo usas como tal al cabo del tiempo, sino desde el mismo momento en que lo compras).
[3] Así pues, lo que debemos hacer, estoy cada día más convencido, es regar la sociedad para que emerjan empresarios que crean en la ciencia como motor de negocio. En la ciencia como única forma de encontrar disrupciones en los materiales y las energías, para idear nuevas soluciones a problemas.
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