Ke!679 No hay futuro como nodos aislados de una red

Ke!679 No hay futuro como nodos aislados de una red

Somos red

Creo que la «tensión esencial» se da en estos momentos entre el individualismo feroz, de base económica, con el que nos está seduciendo el poder neoliberal (que ahora rige el mundo), y la realidad de que somos un colectivo, en un mismo planeta, que debe funcionar de forma ecosistémica. Dicho en otras palabras, sólo nos importamos a nosotros mismos, pero sin los demás no podemos vivir.

La colaboración es el ethos de la productividad de una red. En otras palabras, una red en la que los nodos sólo piensen en su beneficio personal no puede prosperar. No tengo datos científicos para asegurar esta afirmación, pero es mi más profundo sentimiento actual.

PARA PENSAR:

(Tiempo estimado de lectura: 8 minutos)

Hace unos años leí el texto La tensión esencial de Thomas Kuhn ( http://www.amazon.com/exec/obidos/tg/detail/-/0226458067/infonomia). El autor de «La estructura de las revoluciones científicas» proponía en este libro que la evolución de la ciencia era resultado de una tensión «esencial» entre «ciencia normal» (las teorías ya aceptadas, que van siendo aplicadas) y las «disrupciones» que los científicos jóvenes, menos ligados a la «ciencia normal», aportaban. Dicho de otro modo, en ciencia se avanza gracias a la tensión permanente entre conservadurismo y progresismo, entre norma y ruptura.

Me he acordado de este libro hace poco, durante una cena a la que fui invitado como «ponente» (estas cenas y comidas de personas con inquietudes se están propagando por Barcelona). Me preguntaron si podía «resumir la situación actual»: ¿Qué está ocurriendo? Mi metabolismo cerebral buscó rápidamente una respuesta, y salió una que posiblemente estaba allí esperando a ser liberada.

Creo que la «tensión esencial» se da en estos momentos entre el individualismo feroz, de base económica, con el que nos está seduciendo el poder neoliberal (que ahora rige el mundo), y la realidad de que somos un colectivo, en un mismo planeta, que debe funcionar de forma ecosistémica. Dicho en otras palabras, sólo nos importamos a nosotros mismos, pero sin los demás no podemos vivir.

En esta línea, comenta Putnam en su libro Bowling alone ( http://www.amazon.com/exec/obidos/tg/detail/-/0743203046/infonomia) que los norteamericanos ha dejado de «vivir en comunidad». De hecho, utiliza en el propio título de su libro una observación que le sorprendió: muchos hombres ya van a jugar solos a los bolos (una actividad otrora claramente social). Kjell Nordstrom también nos decía hace unas semanas que el porcentaje de personas que viven solas en las grandes capitales de Europa no para de crecer (en algunas ya sobrepasa el 60%). 

La paradoja está servida. En la época de las redes, donde todo está conectado con todo (pronto lo estarán billones de «cosas», gracias a las etiquetas de radiofrecuencia), resulta que nos empeñamos en vivir como nodos aislados.

Nuestro «aburbujamiento social» (vivimos en una burbuja cuyas fronteras son la hipoteca y el plan de pensiones) se evidencian a menudo en un pésimo comportamiento cívico. Como ciudadano no puedo dejar de deprimirme cuando veo el estado de los contenedores de reciclaje (rodeados de basura que sus «propietarios» no han querido separar adecuadamente), o cómo queda la playa el domingo por la tarde después de dos días de intenso uso por parte de ciudadanos que sólo se preocupan de su metro cuadrado individual. Lo de todos no es de nadie.

Si esta actitud in-cívica (sólo me importa lo mío) se mezcla con una cultura de la avaricia (tener es ser), el resultado es un modelo socioeconómico de nodos que compiten más que colaboran. Es cierto que el ser humano siempre ha sido avaricioso (quizás por autoconservación), pero, como nos recordaba brillantemente Diane L. Coutu en su artículo «I was greedy too» (Harvard Business Review, feb 2003, p38, http://harvardbusinessonline.hbsp.harvard.edu/b02/en/common/item_detail.jhtml; jsessionid=NB2P5OICP5AGYCTEQENR5VQKMSARUIPS?id=R0302B), el problema cambia de escala cuando la avaricia «infecta a toda la sociedad», y cuando el dinero es la única métrica del éxito.

Es cierto que hay que competir para avanzar darwinianamente. Pero también lo es que algunos biólogos nos dicen ahora que colaborar (simbióticamente) es tanto o más importante para la supervivencia de las especies. El ecosistema impone un marco en el que sólo la colaboración permite sobrevivir.

De hecho, vemos la importancia de la colaboración en algunos campos de actividad. Así, es justamente la colaboración constructiva la que hace avanzar a la ciencia. Sin un flujo abierto de ideas no estarían donde estamos, en términos tecnológicos. Si cada idea de Newton o Schrodinger se hubiera patentado, todavía arderían teas para iluminar nuestras casas, y nos moveríamos a caballo.

Algo parecido lo vemos en algunas culturas básicamente colaborativas; pese a su preocupante estado económico actual, fruto de una burbuja especulativa inmoral, el futuro de Japón parece una apuesta segura, por el «orden» social que reina en la comunidad (¿en qué otra metrópolis de mundo puedes dejar tu coche con las llaves puestas, sin peligro de robo, más que en Tokio?).

La colaboración es el ethos de la productividad de una red. En otras palabras, una red en la que los nodos sólo piensen en su beneficio personal no puede prosperar. No tengo datos científicos para asegurar esta afirmación, pero es mi más profundo sentimiento actual.

En esta situación, nos encontramos con quienes aceptan que el individualismo es la forma de ser a la que tendemos naturalmente. Toda sociedad tendería así a una masa de individuos que procuran para sí mismos. La ciencia nos dice, ahora si, que en esa situación tienden a aparecer espontáneamente desigualdades de renta. Unos pocos prosperan, la mayoría sobreviven, y unos muchos no tienen nada que esperar. Una situación de desesperación de los excluidos, económica y tecnológicamente, que ahora no vemos, pero que será, me atrevo a pronosticar, el principal problema social dentro de 25 años.

En esta situación, algunos abogan por el «control» de los que se ajusta a la «realidad». Así, me ha parecido curioso que el Business Week haya escogido hace poco como «desarrollo a seguir» una tecnología de simulación y predicción del crimen, à la «Minority Report». 

Pronto en tu barrio, de verdad

Se trata de un software, ideado en la universidad de Carnegie Mellon, que permite predecir, con un mes de antelación, y dicen que con el 80% de precisión, cuantos crímenes, y de qué tipo, ocurrirán en un determinado barrio de una ciudad. El modelo matemático se basa en los datos de criminalidad de los diez años anteriores de unas ciudades tipo. Más en http://www.icpsr.umich.edu/NACJD/PDF/nij-sum2000.pdf, y en http://www.ojp.usdoj.gov/nij/maps/Conferences/02conf/Durso.doc

Otros creemos en que no está dicha la última palabra. Que este modelo económico calvinista del mundo como un permanente farwest no es el fin de la historia de los modelos económicos, como el sistema democrático que tenemos no es el último eslabón en el desarrollo de un sistema de gobierno más justo. Otra democracia es posible ( http://otrademocraciaesposible.net). Otra economía debe ser posible ( http://www.nologo.org).

Por eso, me ha parecido muy ilusionante, por refrescante, que algunas personas profundamente metidas en la economía competitiva (fusiones, adquisiciones, valor más allá del valor real, etc.) reconozcan que «los propios capitalistas se van a cargar el capitalismo», en una clara prueba de que lo no ecosistémico (lo que no tiene en cuenta el equilibro entre los componentes de un sistema) no tiene futuro.

Un ejemplo es lo que nos propone Claude Bébéar, fundador de la aseguradora francesa AXA. En su libro Ils vont tuer le capitalisme (van a matar al capitalismo), comenta lo que otros muchos han dicho: que la economía financiera (todo especulación) va por libre, sin conexión con la economía real (la producción). 

En particular, el «valor» de las acciones (su precio en el mercado) no se corresponde con el «valor verdadero» de las empresas. A los inversores les importa poco lo que hace, por qué lo hace, y cuáles son los planes de una empresa: sólo les importa el valor «ahora» de las acciones.

Bébéar propone un pequeño pero significativo cambio, que basa en la idea de que los accionistas de una empresa no sólo tienen derechos, sino que también tienen deberes. Propone que votar en las juntas de accionistas debería ser obligatorio. Y, más aún, propone que el valor de las acciones no sea el mismo para todas ellas, sino que se premie al accionista que las conserva más tiempo (a aquel, por tanto, que es fiel a la empresa, que cree en su proyecto, que es parte de su «sistema»).

Análogamente, propone que los dividendos sean función del tiempo de posesión de las acciones. Así, la compra puramente especulativa quedaría en inferioridad de condiciones respecto a la compra «constructiva». Más en http://www.lexpress.fr/Express/Info/Economie/Dossier/bebear/dossier.asp?nom=

En una línea parecida, aunque sin llegar a dar recomendaciones tan claras, encontramos la propuesta de Saving Capitalism from the Capitalists: Unleashing the Power of Financial Markets to Create Wealth and Spread Opportunity, de Rajan y Zingales http://www.amazon.com/exec/obidos/tg/detail/-/0609610708/infonomia

En fin, que veo la tensión entre individualismo económico y colectivismo ecosistémico como la más importante para los próximos años.

Un tema que tiene enormes derivaciones en otros campos más allá del económico. Así, en la política, y como simple ejemplo, vemos en las políticas de concentración de poder en las capitales de los estados un intento de controlar radialmente la economía. El ante todo nosotros frente al bien común. Un estado diseñado «radialmente» no es un estado «en red». No es un estado para todos sus ciudadanos. Poca colaboración se puede esperar de quien se siente expulsado a la periferia por una ambición de control central. Hay tantos separatistas como separadores.

Necesitamos, pues, cambios radicales de actitud, que nos orienten a lo que realmente somos: un colectivo único en el planeta.

Quizás precisamos ver las mismas cosas desde otra óptica. Así, como ejemplo, se me permitirá la acrobacia de ilustrarlo con lo que se me proponía hace unos días en un anuncio de detergentes. Frente al mensaje estándar de «las manchas son malas; extermínalas», me decían «las manchas enseñan a vivir». Límpialas, claro está, pero no intentes vivir una vida sin manchas. Sería clínicamente remarcable, pero vitalmente nulo. En el aprendizaje de los niños las manchas tienen un rol esencial.

Las manchas enseñan a vivir

Alfons Cornella
Infonomia.com

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