20 Jun Ke!968 Declaración de California/ Manifiesto por el 2020 la innovación como principal garantía de futuro
Durante la última semana de julio de 2004, un grupo de unos 50 profesionales españoles, directivos y empresarios, pertenecientes a empresas, universidades, organizaciones e instituciones relacionadas con las nuevas tecnologías y la innovación en España, participaron en una misión comercial organizada por las cámaras de comercio de Barcelona y Madrid a California, junto con el Parque de Innovación Tecnológica y Empresarial La Salle de Barcelona. Estos profesionales formaban, en cierta manera, una representación de lo que podríamos llamar el “sistema de innovación” en España (empresas innovadoras, capital riesgo, instituciones públicas de apoyo a las empresas, universidades, parques científicos y tecnológicos, etc).
Durante esa semana pudieron conocer mejor la experiencia del Silicon Valley, pudieron conversar con profesionales y profesores norteamericanos (en Stanford y Berkeley), y establecieron algunas decenas de conversaciones entre ellos mismos. Consecuencia de todo ello es un conjunto de propuestas sobre el futuro de la innovación en España, o sea, sobre el futuro del país sin más, que los participantes en la misión desean compartir con toda la ciudadanía a través de esta Declaración.
Visión y Liderazgo
El “sistema de innovación” español dispone de talento y capacidades. Somos capaces de generar tecnología, productos y servicios de nivel mundial. Hemos podido comprobar personalmente que nuestros productos despiertan mucho interés en los inversores norteamericanos, aunque quizás no somos tan buenos a la hora de comercializar nuestros productos como lo son otros países (en especial los Estados Unidos). Pero aún siendo hoy buenos, nuestro talento y capacidades deben mejorar y multiplicarse. Consideramos que en un mundo dominado por la innovación permanente en productos y servicios de base tecnológica, será fundamental que todos, individuos, empresas e instituciones, entendamos que no hay competitividad posible sin profesionales que apuesten por estar en la vanguardia mundial de la ciencia y la tecnología, sin emprendedores que inventen y desarrollen nuevas ideas e innoven, ni sin empresas que se arriesguen en los mercados internacionales con nuevos productos y servicios, y que mejoren su calidad de forma obsesiva.
Es obvio que el motor principal de la innovación debe ser el negocio. No innovamos por qué sí, sino para generar empresas que rindan beneficios. No hay innovación sin empresarios que entiendan la innovación como una forma más de hacer negocio, de generar riqueza y empleo, y sin capital que apueste con riesgo responsable en nuevas iniciativas. No habrá innovación si no somos capaces de demostrar que hay empresas innovadoras de éxito. Pero también consideramos que esto no es sólo una responsabilidad de los profesionales y de las empresas que ya están innovando. Sino que, posiblemente, no hay nada más crítico para estimular la innovación en España que creérselo todos de verdad, todos. Es vital que se comunique con energía a la ciudadanía que sin innovación no hay futuro sostenible. Es fundamental que la conversión de nuestro sistema económico en un sistema basado en la innovación de vanguardia sea una misión de todos los colectivos del país, en los sectores públicos y privados, que deben coordinarse estrechamente en este objetivo nacional. La senda que ha de llevarnos a la innovación no es una política más, sino que es un estado mental compartido. Innovaremos si entendemos que innovar es fundamental para mantener nuestro nivel de vida, y no una moda pasajera más. Empresarios, trabajadores e instituciones tienen que entender que éste es el camino.
Dicho de forma sintética, no se trata sólo de dar a conocer “el coste de la no-innovación”, o convencer a la ciudadanía de que “la innovación es la mejor inversión para el futuro”, sino que es preciso coordinar y alinear de forma seria las iniciativas privadas con políticas aparentemente independientes en un claro foco en el futuro. Así, por ejemplo, las políticas de ciencia, industriales, de estímulo de la innovación, y también las de educación y proyección internacional del país, han de verse como piezas de un único puzzle que queda incompleto si sólo falta alguna de ellas. Todo ello implica, pues, que se precisa de un liderazgo fuerte y claro que nos conduzca a un país focalizado hacia el futuro, y no adormecido en el pasado o claudicante ante un presente de corto plazo que, aunque satisfaciéndonos hoy, en realidad hipoteca nuestro futuro como una poderosa trampa.
Mejorar las reglas del juego
Pero más allá de la visión de futuro y del liderazgo necesario para llevarla a cabo, es preciso también entender que, sin unas condiciones de entorno favorables, la pasión por la innovación se convertirá en un mero intento estéril de acelerar un país con una inercia de pasado. Habrá que cambiar algunas reglas para que la voluntad de innovar fructifique. Habrá que revisar la fiscalidad de la innovación, incentivar el consumo de soluciones tecnológicas nacionales por parte de las administraciones y empresas (nacionales). Habrá que desarrollar (de una vez por todas) las infraestructuras que fluidifican la red de servicios de base tecnológica. Se debería revisar algunas leyes de contratación pública, que en muchas ocasiones impiden que pequeñas empresas concursen. Se debería modernizar aceleradamente el sistema educativo con más recursos tecnológicos de acuerdo con una renovación de su pedagogía (programas y proyectos para el uso de nuevas tecnologías por profesores innovadores), mejorando el marco legal que rige el sistema universitario y pone barreras a una organización eficiente y sostenida de la investigación. Habrá que desarrollar mejores formas de facilitar la circulación de estudiantes de ciencia y tecnología por las empresas innovadoras del país, la movilidad de profesores e investigadores, la difusión del espiritu emprendedor, etc. Finalmente, habrá que acelerar la creación y maduración de fuentes de capital semilla y capital riesgo, hacia dimensiones muy superiores a las actuales. Es cierto que habría innovación sin capital riesgo, pero mucho más lenta: el capital riesgo es un acelerador de la innovación.
Además, habrá que inyectar dinero, generosamente, al conjunto del sistema español de innovación: potenciar y, en su caso, crear una red de centros de excelencia en temas críticos de futuro (biotecnología, genómica, nanotecnología, telecomunicaciones de banda ancha y wireless, supercomputación, electrónica, robótica, medicina avanzada, clean energy, etc). Basta, para entender la importancia de este tipo de acciones, observar simplemente lo que están haciendo países europeos como Irlanda o Finlandia, o, incluso, países hoy aparentemente menos desarrollados que España pero que, sin embargo, como Dubai por ejemplo, invierten hoy fuertemente en infraestructuras de soporte a la innovación para asegurarse un asiento de primera línea en la economía del futuro.
Se trata, en definitiva, de diseñar una red de infraestructuras de todo tipo, tecnológicas, legales, financieras, educativas, que faciliten la innovación de empresas españolas, así como la llegada de empresas de otros países que contribuyan significativamente a la mejora del sistema español de innovación. El mundo es hoy uno sólo, y nuestro país debe ser uno de los principales polos que atraigan talento, conocimiento y generación de riqueza.
Proyectar futuro
Podemos innovar tanto como queramos, pero para vender nuestros productos al exterior, algo que es cada vez más fundamental, quizás deberemos cambiar la imagen de marca del país. En este sentido, consideramos que será fundamental mostrar al mundo aquellas empresas innovadoras españolas que han conseguido el éxito gracias a su innovación, en productos, procesos o estrategias. Hay que proyectar decididamente al país hacia el exterior, no ya sólo como destino turístico, sino como nación innovadora, a través de acciones tan concretas como campañas en los principales medios económicos, financieros y empresariales del mundo. Esto no debe consistir en pura propaganda, sino que se debe diseñar desde las experiencias de empresas españolas innovadoras de éxito ya existentes, que son, sin duda, nuestra mejor tarjeta de presentación. Por otra parte, también es preciso proyectar al mundo los casos de éxito de empresas multinacionales de base tecnológica hoy instaladas en nuestro país. Ellas son las mejores referencias que podríamos encontrar para atraer talento y capital inteligente en forma de empresas de vanguardia. Si en su momento fuimos buenos en proyectar un mensaje que nos ha convertido en uno de los principales destinos turísticos del mundo, hoy deberíamos superarnos y proyectarnos como uno de los nodos de futuro en los que toda empresa innovadora del mundo debe considerar.
De cara al interior del país, por otra parte, y si, como se ha sugerido antes, la innovación es más un estado mental compartido que una mera política diseñada desde las alturas, es importante que se muestre que innovar es posible, que hay centenares de empresas que ya lo hacen. Que hay miles de profesionales comprometidos en ponernos en la primera línea del desarrollo económico mundial. Hay que “poner nombres y apellidos” a los que ya apuestan por el futuro, porque su ejemplo nos ayudará a crear un proyecto de futuro compartido por todos.
10 acciones concretas
Con el ánimo de contribuir de forma práctica a estimular la transformación de nuestra economía en una “economía de la innovación”, consideramos que, entre las muchas medidas a llevarse a cabo, podrían constar las diez siguientes:
Un país de innovadores: hay que facilitar el surgimiento de emprendedores de base tecnológica (ayudándoles en todo lo posible, desde la financiación a la reducción temporal de impuestos), y proyectarlos como motores de nuestra economía futura. Hay que enviar el mensaje de que innovar no sólo es posible sino que es fundamental. Y esto debe hacerse, entre otras cosas, incorporando al innovador en el sistema de referentes sociales del país (con medidas tan impactantes como la proyección a través de la televisión pública de figuras de la innovación: los inquietos que están rediseñando nuestro país silenciosamente). Y también consiguiendo que las universidades muestren a los estudiantes la función social del empresario como creador de riqueza, presentando modelos de éxito (y de fracaso), y que escuelas politécnicas y escuelas de negocios realicen programas conjuntos.
Internacionalizarse o morir: hay que promover una voluntad permanente de ir a buscar nuevos mercados al mundo, de forma sistemática. Hay que invertir en más y mejores misiones comerciales al exterior. Hay que incentivar la observación de las vanguardias mundiales (a través, quizás, de observatorios avanzados de la competencia), y dar a conocer lo que ya se está hoy haciendo en este campo por parte de instituciones y organizaciones de apoyo a las empresas. Esto quizás implica también que habrá que complementar la actual función de las oficinas comerciales en otros países (“ayudar a vender a otro”) con una función más orientada a establecer acuerdos (“ayudar a ser parte de una red”). Y, probablemente, se deberían desarrollar incubadoras españolas (financiadas por las grandes empresas o por el Estado) en puntos “calientes” de la innovación tecnológica mundial como Estados Unidos, la India o China, entre otras cosas para que los profesionales españoles que trabajan en esos países puedan crear su empresa allí, cerca de donde está el mercado, sin necesidad de desplazarse aquí.
Tecnología para hacer más eficiente al país: hay que invertir decididamente en soluciones tecnológicas que ayuden a resolver los problemas de ineficiencia de los sistemas críticos para el funcionamiento del país (sanidad, educación, judicial, etc), con la ambición de convertirse, en diez años, en país ejemplar en algunas de estas áreas. La Administración debe ser el primer cliente de las empresas de vanguardia españolas, erigiéndose como dinamizador de demanda sofisticada. Hay que renovar el sistema de ciencia y tecnología cambiando el marco jurídico de forma que las universidades y los centros de investigación dispongan de abundantes recursos pero tambien dispongan de los caminos para organizarse, crear masas críticas y planificarse a largo plazo. El cambio de marco jurídico ha de establecer la rendición de cuentas y el mérito y la transferencia de tecnología como eje de la organización de la investigación universitaria en España.
Empresas más competitivas gracias a la tecnología: facilitar la mejora sistemática de los procesos de las empresas a través del aumento de la inversión en stock de capital tecnológico, y mediante programas concretos, ágiles, bien comunicados, de difusión de las soluciones existentes en el mercado, así como nuevos programas de formación y la incorporación, necesaria, de la lengua inglesa en su equipo de trabajo. Puede que esto represente algún tipo de Plan Renove tecnológico para las pequeñas empresas, así como el aumento de la dimensión de los programas formativos de calidad sobre tecnologías aplicadas a la productividad y la innovación.
Recursos para acelerar la innovación: reconsiderar las ayudas fiscales a la innovación, poniendo especial atención en la agilidad y rapidez con la que se determina su concesión. Hay que poner en hora el reloj de las administraciones con el de las empresas. También se considera de vital importancia que aumente la disponibilidad de capital semilla y capital riesgo en el país, muy inferior hoy, en términos relativos, al que podemos encontrar en la mayoría de países occidentales. Sin capital riesgo, la innovación va a paso de tortuga. Aunque, finalmente, lo realmente crítico sería que la gente, en general, entrara en una nueva cultura inversora: sin capital riesgo la innovación va más lenta, pero sin la ayuda de amigos y business angels, muchas iniciativas innovadoras no habrían llegado al estadio en el que pueden empezar a hablar con las empresas de capital riesgo.
Organizar la oferta: hay que organizar mejor, y quizás estructurar de manera formal, la oferta tecnológica española, excesivamente fragmentada en miles de muy pequeñas empresas. Habrá que construir bases de datos de calidad sobre la oferta de servicios especializados en España, y habrá que buscar mecanismos para que el sistema español de innovación (empresas, universidades, fuentes de capital) actúe como una verdadera red, ya sea en forma de clusters específicos o, incluso, de marcas colectivas para favorecer su presencia en mercados exteriores.
Estímulo a la contratación de talento: hay que dar a conocer mejor los programas hoy existentes para que las empresas contraten a estudiantes y profesionales hoy en el extranjero, y hay que diseñar nuevos programas en esta dirección, dotándolos generosamente. Es un verdadero derroche que miles de brillantes profesionales españoles formen parte del sistema de innovación de otros países. También hay que aumentar el número de becas de españoles en el extranjero. Análogamente, hay que conseguir que las empresas españolas entiendan que es fundamental aumentar el número de doctores que trabajan en ellas. Y convertir a la Universidad en uno de los motores económicos: en una economía basada en el conocimiento, donde la competitividad de las empresas reside en su capacidad innovadora, es clave conectar los centros de investigación con las empresas.
Una infraestructura potente para la innovación: hay que hacer de la innovación un programa de futuro para el país, pero hay que hacerlo a través de las adecuadas infraestructuras, tecnológicas, financieras y legales (el Silicon Valley es, en realidad, una “red de redes”, un conjunto de todo tipo de expertise relacionado con la innovación). Un Programa de Innovación nacional debería ser responsable de coordinar todas las políticas de infraestructura susceptibles de estimular la innovación de empresas y organizaciones de todo tipo. Universidades y Parques Científicos y Tecnológicos han de cumplir dicha misión. Además, habrá que desarrollar, y financiar generosamente, desde lo público y privado, centros de excelencia en aquellos ámbitos en los que claramente podemos competir a nivel mundial.
Gestión de la innovación más próxima a las empresas: se considera que la velocidad con que las empresas deben moverse para competir en un entorno basado en la innovación requiere de una gestión pública ejemplarmente eficaz y rápida. Posiblemente, ello implicará llevar las esferas de decisión lo más cerca posible de las empresas, o sea, en el ámbito de los poderes locales y autonómicos. Hay que transferir los recursos adecuados a las administraciones cercanas a las diversas realidades de las empresas del país.
Un país bilingüe: hay que conseguir que, en el medio plazo, la mayor parte de la población del país sea bilingüe (y trilingüe en algunas comunidades), de forma que pueda expresarse en la lingua franca mundial, en inglés. No se puede innovar en un mundo de hibridación a escala mundial si uno no puede ni siquiera expresarse. La potenciación de intercambios universitarios internacionales ha de contribuir en este sentido.
Podemos hacerlo. Tenemos el talento y las capacidades. Posiblemente también disponemos de los recursos. Sólo nos falta creérnoslo y coordinar al sector privado con el público para hacer del foco en el futuro un proyecto de todos. De todos.
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