Ke!964 Reinventar las universidades

Ke!964 Reinventar las universidades

Las universidades son economía. Son uno de los lugares dónde se genera conocimiento, y hoy el conocimiento es la materia prima del crecimiento económico. No es extraño, por tanto, que en el diseño y construcción de los “sistemas de innovación” de las naciones, se tenga tan en cuenta a las universidades. Así ocurre, por ejemplo, en el ejemplar programa “Innovation Nation” del Reino Unido, en el que se programa movilizar de forma sintonizada lo público y lo privado con el fin de convertir al país en uno de los más innovadores del mundo. Y en ese programa, la función de las universidades como estructuradoras de grupos de investigación, en estrecha relación con la empresa privada, más próxima al mercado, se considera sustancial.

Quizás una de los retos más importantes de las universidades en el próximo futuro consiste en convencer a la sociedad civil de su crítico rol. Ya no es suficiente que consigan recursos públicos para llevar adelante su tarea (en especial, la relacionada con la investigación básica, más alejada a corto plazo del mercado), sino que deben seducir a individuos y organizaciones privadas, que aporten recursos con los que llevar a cabo proyectos más ligados a la conversión de conocimiento en resultados, a la generación de empleo, a la conjunción de la investigación con los procesos empresariales más normales. En este sentido, hay universidades con gran experiencia, como las de la Ivy League norteamericana, que consiguen importante sumas en forma de donaciones (sólo Harvard tiene un “endowment” acumulado de 2800 millones de dólares; compárese con la mejor dotada por este concepto de las escuelas de negocios de España, el Iese, que dispone de 56 millones de dólares). El reto de aumentar las donaciones de la “parte privada” de los sistemas de innovación nacionales va a ser la norma en los próximos años. Así, por ejemplo, Oxford anunció recientemente el inicio de una decidida campaña para conseguir 1250 millones de libras en donaciones privadas.

Una de las novedades más interesantes en este campo podría consistir en la consecución de una mayor relación entre la donación y su uso, de manera que el dinero aportado vaya a una determinada aplicación, en lugar de a una bolsa indeterminada cuyo uso decida la universidad. De hecho, esto es algo que siempre se ha hecho cuando el dinero se aplica a un edificio, por ejemplo, que acaba llevando el nombre del donante. Pero la idea de un vínculo entre donación y uso en otro tipo de aplicaciones permite pensar en una especie de mercado en el que se anuncien necesidades susceptibles de ser financiadas por los donantes. Así, por ejemplo, existen proyectos como Fynanz.com, en el que los estudiantes universitarios solicitan recursos de personas individuales (como familiares y amigos) para financiar sus estudios (a cambio del pago de intereses a futuro: los “inversores” invierten en el talento y esfuerzo de estudiantes individuales, con nombre y apellidos), o como Donorschoose.org, en el campo de la educación secundaria, en el que profesores de instituto postean sus necesidades (por ejemplo, dinero para comprar un nuevo microscopio para llevar adelante tal actividad en clase), y donantes particulares aportan el dinero necesario para esa actividad concreta, de la que pueden hacer un seguimiento a través de las fotos de la misma que los alumnos cuelgan en la web del proyecto.

La universidad es economía porque está demostrado que, además de generar empleo a través de compañías más competitivas en una economía global, una parte creciente de ese empleo puede ser empleo cualificado que, a la larga, acaba pagando más impuestos que los ciudadanos menos formados. Es la conclusión del informe “Education Pays” (2007): a más salario, más impuestos. Quizás sea por esto que los gobiernos acabarán considerando las ayudas a la educación universitaria como una tarea fundamental de su acción, a través de decisiones potencialmente polémicas como, por ejemplo, ayudar a las universidades, públicas y privadas, a becar a alumnos no necesariamente pobres (algunas universidades de élite en los Estados Unidos han aumentado el nivel de renta por debajo del cual un estudiante es aceptado en los programas de becas).

Quizás una forma de renovar el impulso de las economías occidentales en época de crisis consista, justamente, en llevar de nuevo a millones de personas a la universidad. Ya se trate de militares que vuelven de misiones activas (como los veteranos de Iraq y Afganistán, en los Estados Unidos), de corredores de bolsa que el sistema expulsa en momentos de vacas flacas (como en el momento presente en la City londinense), o de empleados que pierden su empleo, siendo sin embargo sostenidos por el Estado con generosidad a cambio de comprometerse a algún tipo de formación competencial (como en el esquema liberal-socialdemócrata conocido como flexsecurity en Dinamarca).

La universidad tiene un rol fundamental si es cierto que esta es una economía del conocimiento (algo a demostrar aún el lugares dónde ha reinado el ladrillo durante décadas). Eso implica que más y más empresas tendrán sus propias universidades (corporativas), cuyos “instrumentos” pedagógicos y administrativos (gestión del conocimiento de la organización) se van haciendo más y más complejos (veáse, por ejemplo, algunas de las más conocidas en el portal corpu.com). Y que algunas de esas universidades serán el referente en su campo, por delante de las universidades convencionales en su campo. Así, por ejemplo, ¿qué mejor lugar que el Network Rail Graduate Programme de los ferrocarriles británicos para aprender sobre redes de telecomunicaciones aplicadas a los ferrocarriles). O que las universidades de ThyssenKrupp, Intel o Microsoft, para aprender en la frontera de sus áreas de conocimiento. Véase, por ejemplo, el caso de la Dyson School of Design Innovation, en la que el fundador de la “revolucionaria” aspiradora Dyson (http://www.dysonschool.com) propone una nueva forma de enseñar diseño industrial desde la aplicación del talento a la resolución de los problemas del día a día de los ciudadanos, más que desde una perspectiva más teórica de la cuestión.

Las universidades van a tener que impulsar la investigación en los “grandes retos” que vamos a tener que afrontar en las próximas décadas. El cambio climático, la escasez de alimentos, la gestión del agua, la energía, etc. Grandes programas que los gobiernos lanzarán para movilizar las economías, en un movimiento keynesiano de una envergadura que quizás no hayamos visto nunca antes. Para ello, habrá que movilizar a miles de personas, habrá que diseñar nuevas formas de mimar y retener al talento, habrá que “cruzar” universidades entre todos los puntos geográficos del planeta (universidades del “norte” que van al “sur”, del “oeste” que van a “este”, e incluso del “sur que van al “norte”, como las universidades chinas que se instalan en los ricos emiratos árabes.

Incluso veremos como países tradicionalmente receptores de estudiantes universitarios, como los Estados Unidos, se dan cuenta de la desventaja que eso supone en un mundo global (sus estudiantes apenas salen del país, y, en consecuencia, están menos preparados para entender las lógicas globales de la economía actual), y deciden enviar decenas de miles de sus estudiantes a descubrir mundo (la Paul Simon Study Abroad Foundation Act de 2007 urge el envío de un millón de estudiantes universitarios norteamericanos al extranjero).

Las universidades se cuentan entre las instituciones más longevas de las economías conocidas. Tienen un papel fundamental en la economía del conocimiento. Las universidades no son un capricho: son economía. Y como todo lo que toca a la economía, van a tener que reinventarse, profundamente, en las próximas décadas.

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