10 May Ke!957 Salud es futuribles
Según Schumpeter, la clave del capitalismo es la innovación (a través de su concepto de “destrucción creativa”, que es como la aplicación de la teoría de la selección natural de Darwin aplicada a la empresa: sólo los que innovan sobreviven, porque adoptan unas características que les permiten superar a los que no lo hacen, que en el camino quedan destruidos). Para innovar es fundamental disponer de recursos: por ello, Schumpeter dice que, quizás, en instrumento fundamental del capitalismo es el “crédito”, disponer de dinero avanzado, con la voluntad de que rinda a futuro. Por tanto, no hay sistema capitalista sin la palabra “a futuro”. El capitalismo es optimismo hacia el futuro. Las crisis aparecen justamente cuando se ve el futuro con suspicacia, cuando se es pesimista respecto a él. Nuestro sistema económico se reduce a “crear” valor, crear “dinero”, a partir de ideas, movilizando para ello recursos que deberán rendir en el futuro.
En este orden de cosas, la salud es una variable fundamental del capitalismo. Hasta ahora, una frase como esta podía significar que el “sector” de la salud era económicamente importante, o sea, que movía mucho PIB. Y es cierto. Algunos informes sobre de prospectiva sobre las economías “avanzadas” del mundo, proponen que la industria de la salud puede ser la “salvación” de aquellas frente al crecimiento industrial y de servicios de Oriente. Esto lo hemos visto en algunos de nuestros proyectos, como el elaborado recientemente para TICSalut en Catalunya, donde hemos documentado una veintena de ejemplos de innovación en la aplicación de tecnologías a la salud. Y también hemos evidenciado cómo empresas industriales convencionales entran en el campo de las tecnologías médicas, buscando mayores márgenes (el caso de Avinent.com es ejemplar).
Una de las razones de la potencia de este sector es que todos somos clientes del mismo: acabaremos enfermos, tarde o temprano, y cada día la sociedad es más anciana, por lo que requiere mejores y más sofisticados servicios. Y esto ocurre en todo el mundo. Los servicios de salud son una industria universal, y la tendencia es que sean un servicio universal en todas partes (de hecho, la extensión de la cobertura sanitaria a más porcentaje de la población puede que se convierta en uno de los temas estrella de la campaña presidencial en 2008 en Estados Unidos).
Pero hoy la frase en cuestión (“salud es una variable fundamental del capitalismo”) tiene más significados. Así, por ejemplo, si Jacques Attali acierta en su pronóstico sobre el futuro en los próximos cincuenta años, los dos sectores más boyantes de la economía del futuro serán el entretenimiento (para distraer el miedo al “hoy”) y los seguros (para mitigar el miedo al “mañana”). Ello significaría que, por ejemplo, los individuos asegurarán su vida, su salud, su casa, su coche, pero también su empleo, su pareja, su felicidad quizás. Y el sistema de seguros, la industria de asegurar, exigirá a sus asegurados más y más garantías de que estos “se cuidan”, de que cumplen unos “estándares” de salud (física y mental) que reduzcan al óptimo lo que es ese sector se conoce como “riesgo moral” (la tendencia del humano a engañar: uno se puede asegurar la vida en mucho dinero cuando sabe que va a morir, por ejemplo). Las oportunidades que ello podría generar en la industria de la salud son inimaginables: sistemas portátiles para detectar si cumples el estándar en cada momento (y me refiero a cosas más sofisticadas que el termómetro o la medida de la presión sanguínea, claro está), y, más allá, sistema para “corregir” tu mal estado (tu “avería”) en tiempo real. O sea, tu mismo te analizas, tu mismo te corriges.
Porque en una economía Schumpeteriana voraz, estar saludable será esencial para competir. No en vano, algún estudio ha mostrado alguna vez que una característica común de grandes empresarios de la historia es, justamente, su salud.
En esta línea, no nos debe extrañar que los humanos aceptemos “hibridarnos” con todo tipo de objeto y maquinaria. Las prótesis, físicas (caderas de titanio o dentaduras postizas) y químicas (viagra o prozac), estarán al orden del día. La superación de las deficiencias, físicas y mentales, con la ayuda de tecnología, será algo habitual, si es que no lo es ya. En una entrevista con Daniela Cerqui, en este mismo número de “if…”, descubrimos que la pregunta fundamental que emerge de los posibles cyborgs (hombre-máquina) es muy simple: ¿en qué consiste la “normalidad”? O sea, ¿qué es “ser normal”? Cerqui ha llegado a una conclusión interesante: la normalidad es lo que la sociedad acepta como tal. Hace unos siglos, llevar gafas se convirtió de golpe en aceptable. Hoy, lo es operarse de miopía. Mañana, implantarse cámaras en los ojos. Hoy, algunas discotecas sólo aceptan a clientes que llevan implantado un chip bajo la piel. Mañana, quizás pagaremos el metro acercando el antebrazo, con el chip bajo la piel, ante la puerta rotatoria de la estación.
Ray Kurzweil ha dicho en su texto The Singularity is near: when humans trascend biology, que el momento en el que hombre y máquina se funden (tecnología + biología) es un momento realmente único en la historia de la humanidad, una “singularidad” en la que las leyes de lo conocido no tienen por qué funcionar. Una sociedad de cyborgs es una sociedad básicamente diferente. Piénsese, por ejemplo, en que algunos están diciendo que el descubrimiento de que algunos comportamientos psicológicamente “anormales” son consecuencia de “anomalías” del cerebro, pone en cuestión hasta qué punto la persona que los padece, y que en consecuencia, ejecuta actos socialmente punibles, es responsable de ello. Así, un cyborg, ¿debería ser juzgado como hombre o como máquina?
Para terminar, la gran pregunta seguirá siendo por algún tiempo si la inmortalidad es posible. Un científico inglés, Aubrey de Grey (http://www.technologyreview.com/Biotech/14147/), y algunos otros, consideran que la muerte no es esencialmente inevitable, y que puede llegar algún día a ser manejable. Kurzweil es más atrevido, y asegura que esto lo verán ya nuestros hijos, y que, para los más jóvenes del planeta la cuestión es cuidarse para llegar a 80 años, y así enganchar entonces la posibilidad de ser eterno.
Claro que uno se pregunta que sentido tendría ser eterno, si toda la gracia de la vida es el “carpe diem” de los latinos: aprovecha cada momento como el último. Si uno es eterno, para qué molestarse.
Todo ello, por cierto, sin dejar de lado que el acceso a servicios de salud es aún muy limitado en la mayor parte del mundo, y que tratar de mejorarla debería ser una obligación de nuestra especie.
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