27 Mar Ke!949 Una breve historia del futuro (1)
He podido leer este verano un libro muy estimulante: Una breve historia del futuro, por Jacques Attali (http://www.attali.com/eng/index.htm), en francés. El texto sugiere algunos escenarios de futuro que, en opinión del autor, se derivan del mundo que ahora estamos construyendo así como de la historia que arrastramos. Y la verdad es que algunas de sus sugerencias son muy convincentes.
Es un texto largo y repleto de ideas como para resumir en un par de páginas. Por ejemplo, dedica una parte considerable de su esfuerzo a describir como lo que el denomina “el orden mercantil” (el control del mundo por la lógica del mercado) se ha ido imponiendo sin posible freno a lo largo de la historia (superando progresivamente el orden religioso y el militar). Y continua ilustrando con rigor y detalle cómo fue en las ciudades (más o menos independientes) de la Edad Media donde se gestó el motor de progreso que es la competencia, impulsada por una clase de comerciantes que buscaron en la creatividad (nuevas ideas de nuevos productos) una forma de mejorar sus oportunidades.
Una serie de ciudades se fueron pasando el testigo del “control” de cada etapa del progreso del orden mercantil: Brujas, Venecia, Amberes, Génova, Amsterdam, Londres, Boston, Nueva York y, en el momento presente, Los Angeles (en un curioso “viaje” hacia el Oeste del globo, que el autor resalta). Cada una de esas ciudades aprovechó una circunstancia que le era propicia (por ejemplo, los banqueros de Amberes gestionaron el oro español que venía de América), y se basó en una combinación de esa clase creativa ya comentada y una infraestructura de transportes (por lo general, un gran puerto), así como en la existencia de un territorio cercano capaz de producir los alimentos que la ciudad precisaba para crecer.
Cada ciudad, además, se aprovechó de una tecnología emergente y disruptiva, por ejemplo, las galeras veloces en Venecia, la imprenta en Amberes, la contabilidad de doble entrada en Génova, el valor en Londres, el motor de explosión en Boston, la electricidad en Nueva York, y las tecnologías de la información, en particular Internet, en Los Angeles.
Y esas nueve ciudades “corazón” de la historia del orden mercantil, acabaron sucumbiendo a su propio éxito, normalmente cuando su sistema financiero no es capaz de mantener de forma competitiva su paz interior, o de defenderse de sus muchos enemigos exteriores. Dicho de otra forma, mantenerse como “corazón” acaba consumiendo más recursos que los que genera el hecho de serlo. Y eso se ha repetido, según Attali, en las nueve ciudades que lo han sido a lo largo de la historia de Occidente. Con una duración promedio de 100 años.
La siguiente parte del libro está dedicado a describir lo que podría ser el fin del imperio americano, por las mismas razones de siempre: mantener el poder mundial cuesta demasiado dinero (el déficit exterior norteamericano así lo demuestra), y el sistema financiero acaba exigiendo del productivo unas rentabilidades exageradas, lo que obliga a este último a invertir en riesgo financiero antes que a mejorar su propio producto. El mundo ya no es mercantil, sino meramente financiero.
La crisis se complica con la amenaza a la propiedad intelectual (algo notable en un mundo donde la información es el valor del comercio), la deuda de las familias, la desigualdad económica creciente en los países occidentales, por no hablar, que hay que hacerlo y mucho, de la pobreza en el mundo. Estados Unidos en declive, Europa empeorando, y Asia dominando (aunque Attali avisa de su duda sobre la capacidad de cambio de un sistema político de partido único). Este es su pronóstico a corto plazo.
Y a partir de aquí alguna de las ideas de futuro que Attali pronostica:
La mercantilización del tiempo: la reducción de los ciclos de producción se acelerará, dominando aun más nuestra vida el corto plazo. Entenderemos que el tiempo es la única variable escasa (“el tiempo es la única realidad realmente rara”) e intentaremos alargarla como sea (viviendo más años, sacando más provecho de cualquier instancia de tiempo, o incluso reduciendo el tiempo necesario para la gestación de un bebé. No habrá distancia entre trabajo, consumo, transporte, distracción y formación. La gente dedicará mucho tiempo a moverse de un sitio a otro, y en esa logística realizará muchas de sus actividades (aprender en el tren, comprar en el avión).
La ubicuidad nómada. Si el tiempo es el recurso básico, la gente velará por sacarle el máximo provecho. Aprovecharemos que la tecnología nos permitirá la ubicuidad nómada (hacer cualquier cosa desde cualquier lugar). Los medios personalizarán los contenidos, y la creación colaborativa a distancia será la norma.
Las industrias del miedo. Dos industrias destacarán sobre el resto: la del entretenimiento, para distraernos hoy de las miserias del día a día, y la de los seguros, para tranquilizarnos sobre el miedo al futuro.
El desinflado tecnológico: a mediados de siglo, se frenarán las “innovaciones lineales” (o sea, las mejoras incrementales de las tecnologías que hoy tenemos). El automóvil, Internet, los móviles, etc., se estancarán tecnológicamente. La genética patinará. No seremos capaces de producir nuevos medicamentos (de hecho, uno tiene la impresión de que eso ya está ocurriendo). Las prometidas nuevas fuentes de energía no llegarán. Para resolver este estancamiento tecnológico, será preciso un fuerte giro hacia la innovación radical, en productos, procesos y en todo tipo de logísticas. Detrás de ello, una miniaturización creciente de más y más procesos.
Empresas sin país. Las empresas virtuales, que operan globalmente, se acabarán preguntando por qué su “país” oficial no es Internet. Se constituirán en ese país independiente, porque sus intereses empresariales ya no coincidirán con los de “sus” países (“the end of nationality”). Y si el país no es Internet, lo serán los paraísos fiscales que cada vez prosperan más. Si esto se generaliza (las grandes empresas, a-nacionales), y estas empresas dejan de pagar impuestos, los estados tendrán dificultades para financiar los servicios públicos. Aparecerá la “deconstrucción” de los estados. Muchos de estos servicios pasarán al domino de las mismas empresas privadas que habrán ocasionado su declive, y el mundo será gobernado por el hiperimperio de las empresas. La democracia sucumbirá frente al orden mercantil al que justamente ayudó de forma definitiva a prosperar.
Los intereses individuales de las empresas, y la debilidad de los gobiernos, llevarán entonces a un hiperconflicto, al que se unirán todas las luchas por los recursos escasos que ya empiezan a asomar la cabeza.
Y lo que venga después, puede ser un gran vacío (autodestrucción humana) o una hiperdemocracia, según unas pocas cosas que podrían pasar o no…
Pero eso lo explicaremos en el próximo mensaje…
(Mensaje 949. Serie iniciada en 1995)
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