05 Nov Ke!928 i-bicuidad
Si de algo pueden acusarnos con justicia es de habernos inventado un montón de términos en estos 12 años de aventura digital (infoxicación, infonomía, infoestructura, etc.). Y es que, en este nuevo campo en el que nos movemos, a veces no tenemos más remedio que acuñar un nuevo término que describa una idea emergente.
Es el caso de lo que me atrevo a denominar i-bicuidad. Porque creo que el discurso creciente sobre la u-bicuidad (tener acceso a toda la información desde cualquier punto, en cualquier momento: información à la Martini) está algo desenfocado. Creo que el problema creciente no es disponer de acceso ubicuo, sino disponer de información ubicua. Lo que la gente necesita cada vez más es que se le presente la información que precisa en el momento, en la situación, en que lo necesita.
Un ejemplo, cuando estoy en una estación de metro puede que me sea curioso recibir las últimas noticias en un canalMetro de TV (algo que pronto será innecesario si se desarrolla como está previsto la móvilTV, televisión en tu terminal telefónico móvil). Pero lo que me es cada vez más útil es saber cuanto va a tardar el siguiente tren. Ya se ha convertido en imprescindible.
El New York Times anunciaba a mediados de febrero que el metro de la ciudad estaba incorporando indicadores de tiempo previsto de llegada de sus trenes. Algo, por cierto, que en alguna de nuestras ciudades llevamos disfrutando desde hace años.
Es una paradoja, en este sentido, que algunas ciudades discutan sobre si es conveniente (o posible, según sea el entorno regulatorio) dar acceso wifi (o wimax en el próximo futuro) en sus calles, cuando la señalética de las mismas es nefasta (o simplemente inexistente). Lo primero debería ser organizar la infoestructura (organización de la capa de información de una ciudad), de forma que los ciudadanos tuvieran la información que necesitan para afrontar eficientemente cada situación.
En la calles quiero saber dónde está la farmacia más cercana. Quiero conectar directamente con el taxi físicamente más cercano (como hace Zingo en Londres), no con una central de taxis. Quiero saber cuánto dista en tiempo la estación de metro más cercana, para saber si tomo un taxi o me acerco a la estación.
Además, no quiero que esa información la tenga que IR A BUSCAR o que ME LLEGUE, porque ambas cosas pueden interrumpir lo que esté haciendo. Quiero que la información sea ambiental. Que me entere de que algo está ocurriendo sin tener que dejar mi actividad, como las campanas de una iglesia que antaño informaban de sus distintos avisos a través de un código conocido de tañidos. No quiero tener que llamar a un número al que enviar un SMS con el código de parada y de bus: quiero que eso sea más automático. Que reconozca donde estoy y el sistema me informe en consecuencia (quizás acabe siendo más importante el GPS que el propio móvil). Quiero información ambiental intuitiva.
Por otro lado, la paradoja de las administraciones de las ciudades quizás sea hoy que la infoestructura que más precisan sus ciudadanos la estén desarrollando justamente las personas individualmente. Son las personas las que se recomiendan mutuamente qué hoteles son mejores, qué nuevos restaurantes hay que visitar, qué médicos son más fiables, etc.
Por tanto, antes de rizar el rizo llevando la conectividad a cada rincón de cada cueva, quizás tendríamos que abandonar el enroque en una posición de mercado de OFERTA (“ciudadano, esto es lo que tengo para ti”) para adoptar una de satisfacción de DEMANDA (“la información que precisas en este momento, porque he observado que la vas a necesitar: otras personas como tú, en esta misma situación, han precisado aquí esta determinada información”).
De la u-bicuidad física de las redes a la i-bicuidad virtual de la información.
Esto es la sociedad de la información.
(Mensaje 928. Serie iniciada en 1995)
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