09 Sep Ke!920 De qué vivía Galileo…
En una era de grandes instalaciones científicas como la nuestra, me sigue sorprendiendo que en épocas menos afortunadas algunas mentes notables hicieran los descubrimientos que hicieron. Por centrarse sólo en un área de conocimiento, la que denominaron del “sistema del mundo” (la lógica y mecánica del movimiento de los planetas y el Sol), personajes como Copérnico, Bruno, Brahe, Galileo, Kepler o Newton, llegaron a fascinantes modelos y conclusiones con muy pocas herramientas.
Pero si ello ya es sorprendente en si mismo, me resulta hoy más relevante la pregunta de cómo consiguieron vivir al mismo tiempo que investigaban. O sea, ¿de qué caramba vivían? Cuando muchos inquietos de hoy día se quejan (nos quejamos) de lo difícil que es “inventar” (innovar) y al mismo tiempo ganarse la vida, ¿qué podemos aprender de los “gigantes” que construyeron los cimientos de la ciencia moderna?
Una fantástica fuente de información sobre este tema es el legendario Dictionary of Scientific Biography, que publicó Scribners en su día, y al que dediqué muy buenos ratos en uno de mis primeros trabajos escribiendo centenares de artículos para una enciclopedia. Cualquier día me descuelgo en eBay a ver si alguien vende los 18 volúmenes de esta recopilación de vidas notables a un precio atractivo. O esperar a la nueva edición de 2007 (http://www.gale-edit.com/ndsb/).
Ahora estoy leyendo casi simultáneamente biografías de dos de los personajes “siderales” antes citados. Se trata del texto “Galileo’s Daughter”, de Dava Sobel (la autora del ya comentado aquí célebre libro sobre la historia de la determinación de a longitud, la vida de Harrison), y el texto “Kepler’s Witch”, de James Connor. Dos personajes prácticamente coetáneos a los que debemos la base del sistema científico actual.
Es muy curioso que estos dos textos tengan como eje la relación de un científico con una mujer querida; la hija en el caso de Galileo, y la madre, en el caso de Kepler. La relación de Galileo con uno de sus tres hijos ilegítimos, Virginia, que pasó toda su vida en un convento (ya hemos dicho que era hija ilegítima), y la de Kepler con su madre, que, seguramente como ataque a las ideas de su hijo, tuvo que padecer (literalmente) un proceso de brujería, por ser una persona distinta. Dos mujeres inteligentes, que, en otras épocas, habrían quizás ellas mismas tenido un impacto en la sociedad y el conocimiento.
Algunos factores comunes entre Galileo y Kepler.
Primero, el impacto de los progenitores, del padre en el caso de Galileo (que le transmitió el placer del pensamiento libre; era un músico que le gustaba investigar con curiosos aparatos para entender la “matemática de la música”), y de la madre en el de Kepler, una mujer con un temperamento e inteligencia al parecer más que notables (y que tuvo que soportar un marido borracho que desaparecía frecuentemente en búsqueda de suerte como mercenario en las muchas guerras de la era).
Segundo, el apoyo de los mecenas, los Médicis en Florencia (banqueros de la República de Florencia, convertidos en Grandes Duques, gracias a su hábil control del poder), y el emperador Romano Germánico en el de Kepler. Los dos acabaron disfrutando de puestos como científicos “oficiales” de las respectivas cortes, aunque ello no significa que pudieran vivir de ello (Galileo tenía que mantener una considerable familia, de hermanos y sus respectivos, y a Kepler el emperador le debía siempre montones de dinero, que no acababa de pagar). En los ingresos de Galileo también fue vital el sueldo de las universidades en las que enseñó, primero Pisa y luego Padua.
Tercero, fueron rebeldes contra el sistema. Galileo lo mostró muy pronto, cuando ya en la universidad de Pisa como profesor joven se negó a llevar los hábitos que así distinguían como docente, y Kepler empecinándose en crearse enemigos tanto entre los católicos como entre los protestantes, en una época en la que convenía alinearse en una de las dos orillas del discurso (vivieron en la complicada trama de la Guerra de los Treinta Años).
Cuarto, eran grandes comunicadores, ya sea por su experiencia en la universidad, como su gusto por la literatura, y en especial, por la poesía, en la que creo que ambos coincidían (¿había en los dos una vocación literaria previa a la científica?).
Pero, volviendo al origen de este mensaje, ¿de qué vivían realmente? Otros “gigantes” como Tycho Brahe vivían de sus rentas (eran ricos). Pero Galileo y Kepler no eran precisamente patricios…
El compás geométrico y militar de Galileo
Me ha resultado muy revelador aprender del texto de Sobel sobre Galileo que este no tuvo más remedio que aguzar su ingenio para alimentar a su abultada familia indirecta. Así, en 1597 inventó el compás geométrico y militar, un instrumento sencillo pero que tenía ingeniosas aplicaciones como calculadora portátil, y que encontró un éxito casi inmediato en la navegación por mar, así como en el campo de batalla (permitía, por ejemplo, hacer raíces cuadradas para calcular el lado de un bloque cuadrado de soldados en el campo de batalla, algo útil cuando la mitad de Europa estaba siempre en guerra).
Aplicación militar del compás de Galileo
El éxito del instrumento llevó a Galileo a contratar un artesano que los fabricara (a mano); este se trasladó con toda su familia a casa del científico, y trabajó para él a cambio de un sueldo, casa y comida para toda ella. El sueldo era básicamente variable, 2/3 del precio final del instrumento, lo que permite entender que Galileo no podía hacer ninguna fortuna con ello.
Pero aquí el italiano tuve un golpe intuitivo y se dio cuenta de que el negocio no estaba en fabricar el instrumento (por el que lo clientes pagaban cinco escudos florentinos) sino en enseñar cómo utilizarlo (por lo que les pedía 20 escudos). Más aún, más tarde se dio cuenta de lo lucrativo de editar un manual de instrucciones, que él mismo escribió y editó en su casa.
Así pues, el Renacimiento italiano es en realidad un memorable ejemplo histórico de sociedad del conocimiento, en el que el margen no está en los objetos, sino en el conocimiento transmitido sobre cómo usarlos. Un indicio de economía en el que lo relevante no es el hardware, ni siquiera el software, sino el knoware, el “cómo se usa”.
Así, Galileo no sólo fue el precursor (el inventor, en realidad) del método científico (no dar por cierto nada que no haya sido probado empíricamente) sino un pionero de la economía del conocimiento.
Lástima que no se aplicara a ello con esmero, y más tarde tuviera que invertir muchos recursos en regalar algunos telescopios mejorados a las cortes europeas, con el fin de permitir a otros ver lo que él veía (básicamente, el sistema de satélites de Júpiter), y con ello defenderse de la Inquisición que lo acusaba de ir contra el texto “sagrado” al defender un sistema centrado en la Tierra en lugar de en el Sol. Todo ello frente al desinterés activo del Papa Urbano VIII, que en sus días de juventud fue un intenso amigo personal de Galileo, pero que en aquellos momentos utilizó ese proceso como una forma de “lavar” su errática y dudosa conducta a la hora de preservar la Fe Católica durante la compleja Guerra de los treinta años frente a los protestantes.
Pero esa es ya otra historia…
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