Ke!912 La aceleración como estado mental colectivo

Ke!912 La aceleración como estado mental colectivo

Alfons Cornella

Fundador y Presidente

Infonomia.com

No es ya posible pensar el presente sin la tecnología. Llego a esta conclusión en un taxi conducido por un inmigrante que no sabría localizar la calle a la que me dirijo sin el GPS instalado en el vehículo. Al pasar por un peaje, observo que no se detiene, porque dispone de una tarjeta VíaT. Corre más de lo que yo quisiera, pero veo que reduce la velocidad cuando el detector de radar le avisa. Durante el trayecto, reviso una presentación en mi ordenador mientras escucho música en el iPod, aunque atento a mi móvil para las llamadas relevantes. Luego, compro por Internet unas entradas para ir al cine por la noche y aprovecho también para mirar si una aerolínea low cost ofrece el vuelo que busco, a un precio irresistible.

Hace poco más de una década esta escena habría sonado todavía a ciencia ficción. Pero actualmente, se ha convertido en una realidad cotidiana para cada vez un mayor número de personas. Y ha ocurrido en relativamente poco tiempo. ¿Por qué? La vida moderna es cada vez más sofisticada y lo que consideramos como “valor”, lo que nos aporta soluciones a las nuevas situaciones del día a día, cambia rápidamente. Y es justo para dar respuesta a esos cambios contínuos que aparece hoy con fuerza la innovación como sistema, económico y social.

La innovación es una función que convierte ideas en valor. Y valor es, en la actualidad, soluciones que aportan beneficios. Pero en una sociedad avanzada, lo que los ciudadanos consideran como “valor” es muy distinto de lo que se ve como tal en una sociedad menos sofisticada.

La verdad es que la trepidante actividad diaria de muchos de nuestros ciudadanos exige nuevas capas de “valor”, soluciones que simplifiquen su vida. Porque hay montones de bolsas de ineficiencia con las que tenemos que lidiar cotidianamente, que nos roban tiempo y nos generan estrés. Por no hablar de partes esenciales del sistema de servicios a la comunidad que podrían ser mejorables gracias a una mejor combinación de imaginación y tecnología.

Algunos simples ejemplos pueden valer: las colas en lugares como gasolineras que se podrían evitar pagando con la tarjeta de radiofrecuencia que ya utilizamos en los peajes de autopistas. También podríamos ahorrarnos los embotellamientos de las ciudades, ahora que ya no hay casi ningún obstáculo, tecnológicamente hablando, que nos impida trabajar más desde casa. En un supermercado debería poder obtener más información de un producto (por ejemplo, su contenido calórico, o el precio comparado con otros) con sólo mostrarlo ante una pantalla dispuesta en el brazo del carrito (ver los inventos de Cluesol, www.cluesol.com).

De hecho, todo apunta a que el mundo se convertirá en un escenario de pantallas ubícuas: toda superficie será una pantalla (las fachadas de los edificios, las paredes del ascensor, etc.). La información estará disponible en el ambiente (ver las propuestas de información no obstrusiva de AmbientDevices, www.ambientdevices.com). Y viviremos en una economía de la búsqueda: lo que no pueda ser encontrable a través de un sistema de organización (local y global) de información, económicamente no existirá.

Todo lo comentado más arriba entra dentro de lo imaginable. Pero, ¿qué piensan los expertos en tecnología de lo que podemos esperar en el futuro próximo?

En una reciente encuesta (sept. 2006) realizada por la revista IEEE Spectrum (www.spectrum.ieee.org) junto con el Institute for the Future (www.iftf.org) a más de 700 miembros del IEEE, se analizaba qué tecnologías eran las más susceptibles de ser desarrolladas en los próximos 10 a 50 años. El informe resultante no es un ejercicio de futurología, sino una extrapolación probable de lo que ahora está pasando, y son cinco los “motores” de futuro que se destacan:

1) La disponibilidad de capacidad de cálculo y red sin prácticamente límite (o sea, redes y procesadores “infinitos”).

2) Sensores en todas partes, que todo lo miden generando al mismo tiempo datos procesables.

3) Infraestructura ligera; “grandes” sistemas de telecomunicación basados en la mera conexión de “pequeños” sistemas. Por ejemplo, sistemas de auto-generación de energía que devuelven la sobrante a la red (como los sistemas eólicos y fotónicos de uso individual).

4) El surgimiento de la nanotecnología aplicada a nuestra realidad diaria, en materiales más “inteligentes” y en la conexión de mecánica y biología.

5) La biología extendida, resultado de la aplicación de técnicas que van de la ingeniería genética a la bioinformática para, como dice el informe, “crear nuevas formas de vida y reformatear las existentes”.

El informe también señalaba algunas de las “direcciones” más probables de ser seguidas en los próximos años en cada una de estas cinco grandes áreas:

En computación, veremos reconocimiento del habla y de la escritura humana con un 99% de precisión, traductores automáticos comercializados a precios asequibles, la videoconferencia global como rutina, además de uso masivo y cotidiano de aplicaciones de programación paralela, y el uso de ordenadores distribuidos para aprovechar la coordinación de su capacidad de cálculo en todo tipo de simulaciones (predicción meteorológica, industria farmacéutica, etc.).

En sensores, la adopción masiva de las etiquetas de radiofrecuencia (RFID), redes sensoriales extendidas, que generan una nueva “logística del todo”, y que harán emerger nuevas preocupaciones sobre la privacidad de las personas.

En infraestructuras ligeras, miniplantas que generarán energía, procesarán residuos y potabilizarán agua, a escala doméstica, transformando las actuales redes que “beben” de unos pocos cientos de fuentes a las que “coordinan” millones de fuentes individuales. También la emergencia de los diodos emisores de luz (LED) como sustituto de mayor eficiencia energética de las bombillas actuales.

En nanotecnología, veremos microrobots para tareas muy concretas, como la búsqueda de supervivientes tras un terremoto o en cirugía y nanomedicina.

Y, en lo que ya denominan “biología extendida”, algo similar a lo que ya hemos hecho con la química, o sea, sintetizar artificialmente (biología sintética), convirtiendo esta ciencia en una nueva “ingeniería”. También serán más frecuentes las interfaces cerebro-máquina, para sustituir los sentidos (retinas prostéticas, implantes para eliminar la sordera, etc.), gracias a que seremos capaces de construir modelos computacionales precisos de los sentidos humanos. Y por no hablar de lo que puede resultar de la secuenciación rápida (y personalizada) del ADN humano. Pero quizás el mayor impacto será en el campo de la energía, puesto que muchos de los encuestados no dudan de que antes de 20 años se extenderá el uso de células de combustible aplicadas a los vehículos automóviles.

En fin, que serán unas décadas científicamente divertidas, siempre, claro está, que conseguimos mantener una cierta paz social mundial, y como especie entendamos que nuestro futuro depende de comprender y respetar el equilibrio con la Naturaleza, y no exprimirla sin más como un recurso inagotable.

El futuro cercano -lo que yo denomino “futuro presente”- será de marcada aceleración. Es un mundo de híbridos, de combinaciones de ideas y proyectos. Un mundo de prefijos: info, tele, nano, robo, bio, geno, socio. Y de sus correspondientes combinaciones.

Un mundo en el que pasaremos de las tecnologías para automatizar rutinas (la etapa que hemos vivido hasta ahora: la sustitución de hombres por máquinas) a las tecnologías para aumentar nuestras capacidades humanas. La tecnología será una condición necesaria para el futuro, aunque no una condición suficiente.

El futuro es un mundo lleno de paradojas en las que ni siquiera hemos empezado a pensar. Así, por ejemplo, una de las ideas más interesantes de los últimos tiempos es la que propone Chris Anderson en su teoría de la larga cola: el mercado ya no es sólo cosa de unos pocos que venden mucho, sino de muchos que venden un poco. O sea, toda propuesta, por rara que sea, tiene un nicho que puede ser importante, si se considera de forma global. Poner una tienda de muñecos de peluche antiguos en Madrid puede convertirse en la ruina de su promotor, pero la misma tienda, en inglés, en eBay, puede generar una fortuna.

Al mismo tiempo, el sociólogo Barry Schwartz señala con acierto en su libro The paradox of choice: why more is less que la gente parece progresivamente abrumada por el exceso de alternativas que se le ofrecen, generándose así una curiosa paradoja: somos infelices en un mundo en el que tenemos de todo. Es decir, seguramente, en los próximos años tendremos que aprender a manejar bien el balance (tradeoff) entre una oferta tremendamente variada, global, y una demanda agobiada, perdida, ante el exceso.

En este mundo, pues, la tecnología será necesaria, pero su potencial sólo se realizará cuando se “multiplique” por la imaginación. El negocio del futuro consistirá en generar valor para el cliente (o ciudadano) multiplicando la imaginación por la tecnología. No será una economía de la eficiencia (cuyo motor es la productividad: más output con menos input), sino una economía de la diferencia (construida alrededor de la imaginación, de la innovación).

El reto consiste, por tanto, no sólo en convertir ideas en valor, sino en conseguir que el mercado, la gente, entienda y aprecie nuevos “aromas” de valor, que este dispuesto a pagar por nuevos servicios, incluso por algunos que ni siquiera se le habrían ocurrido como posibles. Inventar propuestas que expandan los espectros de satisfacción humana. En la línea de la utilidad y de la emoción.

Eso nos lleva a que habrá que aprender a aplicar el rigor de la ciencia en la vida cotidiana. La idea es sencilla: si los servicios ya constituyen la mayor parte de las economías avanzadas ¿podemos seguir sin tener una “ciencia de los servicios” que de forma sistemática (científica), nos permita entender cómo generar más valor a través del aumento de la productividad y de la innovación en los servicios?

La primera vez que supe sobre la necesidad de una ciencia de los servicios fue en el informe Innovate America, del Council of Competitiveness norteamericano. Una “declaración” sobre el reto al que se enfrentaba la economía más rica del mundo, sintetizada en el lema de “Innovate or Abdicate”, y que proponía la necesidad de nuevos esquemas de investigación y formación para la aplicación de tecnologías a la resolución de los problemas complejos de una economía de servicios. La anunció también Henry Chesbrough, como una de las “ideas rompedoras” que la Harvard Business Review publicó en febrero de 2005. El concepto aparece de nuevo en el insustituible artículo del profesor de UCLA Uday Karmarkar, de la Harvard Business Review, de junio del 2004, titulado “Will you survive the services revolution”. Y, finalmente, acabé de percibir la importancia de esta cuestión en el artículo The emergence of service science, de James Spohrer, de IBM Research.

El dato concreto que confirma esta necesidad de una ciencia de los servicios está perfectamente reflejado en este gráfico de Karmakar:

Su interpretación es muy simple: el 80% de la economía norteamericana consiste hoy en servicios, de los cuales, un 50% son “servicios informacionales”. Y la tendencia es que cada vez la economía se basará en más “servicios” y más “información”. Por tanto, urge que los servicios sean cada vez más una “ciencia” y menos un “arte”. De conseguirlo dependerá, probablemente, que podamos crear de una forma sostenible la riqueza que garantiza nuestro estándar de vida.

Algunas ideas prácticas que se derivan en la línea de una futura ciencia de los servicios:

Necesitamos una definición de lo que es un servicio, para poder “aplicar ciencia” a su mejora. De las definiciones que aparecen en el artículo de Spohrer citado, me quedo con dos. Una muy simple: un servicio es “pay for performance”. Y la otra, aún mejor, un servicio es “una experiencia intangible y perecedera, realizada para un cliente, que está actuando como co-productor de la misma, y que transforma el estado del cliente”. Una síntesis de las dos es que “un servicio es pay for performance donde el valor es coproducido por el cliente y el proveedor”.

De la última definición anterior se deriva que un sistema de servicios está constituido por clientes y proveedores que interactúan coproduciendo valor. Así, las áreas en las que se puede mejorar la calidad y profundidad del servicio, aplicando ciencia en ello, son las de gestión del talento del proveedor, la de la tecnología que se utiliza, así como la de creación de los entornos de experiencia.

La economía de los países avanzados funciona con la productividad como motor de riqueza. Ello genera tiempo libre para los individuos y beneficios para las empresas. Pero para que no derive en pobreza en forma de gente ociosa y desocupada, es preciso que ese tiempo se invierta en generar nueva demanda de servicios, más y más sofisticados. O sea, para que el incremento de productividad no nos hunda paradójicamente en la miseria en Occidente, es importante que generemos más servicios para más gente dispuesta a recibirlos. Por tanto, no sólo deberemos saber prestar mejor esos servicios, sino que deberemos entender mejor cómo, y por qué, las personas los precisarán y estarán dispuestos a pagar por ellos.

Concretamente, en el campo de los servicios de tecnologías de la información, IBM propone un cambio desde un paradigma meramente técnico a uno sociotécnico. De “vender IT” a “co-producir con el cliente transformaciones del negocio fundamentadas en IT”. En otras palabras, las tecnologías deben verse como un mero factor de una ecuación en la que los otros multiplicandos son la búsqueda de mejores modelos de negocio (que justifican la inversión en IT), y el cambio en la organización.

Necesitamos, pues, una ciencia de los servicios (service science), que cree un lenguaje común transversal en una economía de servicios informacionales y que haga posible una economía que crezca a partir de la innovación sistemática en servicios. Nos espera un futuro de aceleración. ¿O no? ¿Podría ser que tal exceso de cambio traiga un retraimiento en el consumo de lo nuevo? ¿Hasta qué punto la aceleración tecnológica aportará “valor apreciado” por la gente? No existirá una economía de futuro si no reinventamos muchas nociones sobre lo qué la gente considera valor.

Para que el mundo sea económicamente viable, quizás deberemos cambiar radicalmente cómo trabajamos. Puede que ya no podamos basar el crecimiento en la automatización de rutinas (máquinas que sustituyen a humanos), como tampoco habrá sido posible antes mantener un crecimiento basado en el desplazamiento de la producción (humanos de una parte del planeta que desplazan en sus trabajos a humanos que viven en otra). Más bien, deberemos enfocar el crecimiento en la multiplicación de las capacidades de los humanos, o sea, en la incrementación de los sentidos y en la combinación de la diversidad de la gente, haciendo del término coordinación una palabra clave del futuro.

El futuro será, quizás, de coordinación de individuos creativos, cuyas capacidades naturales se vean aumentadas no sólo por la formación que hayan recibido, sino por la aumentación de sentidos a la que se sometan. Las tecnologías permitirán hacerlo. Sólo falta que sepamos usarlas para aumentar el valor que las personas reciben sin arrasar los valores que nos distinguen como especie.

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