Ke!905 La lección de Scott en el Ártico… en la era de la triple A…

Ke!905 La lección de Scott en el Ártico… en la era de la triple A…

En un libro que todo innovador debe leer sin duda alguna, el “A whole new mind” de Daniel Pink (http://www.danpink.com), se nos dice que la supervivencia de una empresa depende hoy de que sea capaz de hacer algo que los trabajadores de otros países (más baratos) no puedan hacer, que tampoco puedan realizar más rápido los ordenadores, y que satisfaga los deseos de trascendencia de una época marcada (en el mundo desarrollado) por la abundancia (el exceso). Pink ha designado como la triple A a estos tres “demonios”: Asia, automatización y abundancia.

Así, en un mercado del exceso, hay que proponer emoción, actitud, sentido, trascendencia, estilo, más que mera eficiencia. El coste prácticamente nulo de las comunicaciones hace que hoy se pueda trabajar con empresas en cualquier parte del mundo. Y las máquinas han avanzado tanto (recordemos el triunfo de Deep Blue sobre Kasparov…) que la pregunta a hacerse es si acabarán prescindiendo de nosotros. Puede que quizás acabe siendo cierto lo que se comentaba en un artículo ya “histórico” de Bill Joy, en la revista Wired en el año 2000 (“Por qué el futuro no nos necesita”, http://www.wired.com/wired/archive/8.04/joy.html): el futuro será tan complejo que será inimaginable manejarlo sin máquinas, hasta el punto de que puede que acabemos abdicando en ellas el control del planeta. Lástima, dirán los robots en un próximo futuro, que a principios del siglo XXI no pudieran prescindir de los humanos, porque aún teníamos que inventarlos. El futuro puede intuirse a partir de lo que hoy hace el Asimo de Honda…

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Dice Pink que para responder a este nuevo contexto marcado por la triple A, no podemos limitarnos a explotar la capacidad de análisis de nuestro lado izquierdo del cerebro, sino que debemos aprender a destilar lo que resulta de mezclarlo con las habilidades intuitivas del derecho. O sea, hay que aprender a multiplicar el análisis (racionalidad) por la imaginación (emoción de las ideas). Habrá, pues, que aprender a explotar mejor nuestra “parte derecha” del cerebro, o sea, nuestra habilidad de combinar e hibridar elementos en nuevas formas, de determinar patrones para generar nuevas ideas, algo que un cerebro meramente analítico, como el de las máquinas de hoy, no puede aún hacer.

O sea, hay que sacar partido del hecho de que somos humanos, una circunstancia curiosa en un entorno de creciente automatización donde la eficacia total es la norma. Una economía imaginativa basada en las emociones humanas. El negocio de multiplicar la imaginación por la tecnología. Algo que en Infonomía pregonamos desde hace tiempo (véase nuestra fiesta de la imaginación en los negocios Next’06: http://www.instituteofnext.com/next06)

En un futuro de máquinas “perfectas”, los humanos todavía seremos necesarios. Y como recuerda Pink, lo seremos básicamente por dos razones principales. Porque somos capaces de aportar criterio experto (la intuición, la experiencia, que te permite resolver problemas para los que no hay una solución rutinaria), y porque nos movemos bien en la comunicación compleja (la capacidad de persuasión, de seducción, de transmisión de pasión que tienen algunos humanos). Los humanos han hecho a lo largo de la historia cosas que un robot (al menos uno de las primeras generaciones) no podría entender.

Quizás el mejor ejemplo que se me ocurre ahora de la “no-racionalidad” humana es el que explica Anne Fadiman en su texto ExLibris, confessions of a common reader, sobre la expedición de Scott al Ártico en 1912.

Después de comprobar que Amudsen había llegado 34 días antes (podemos imaginar su sensación de fracaso…), Scott inició su vuelta de casi 900 millas desde el Polo Sur hasta el campamento de partida. Cuando habían recorrido ya casi 750 millas, una tempestad obligó a los únicos tres supervivientes a refugiarse en su tienda. Siete meses más tarde, la expedición de rescate encontró sus tres cuerpos congelados. Junto a ellos, sus cosas, y, en especial, un montón de cartas que Scott escribió a su mujer y a las mujeres de los compañeros fallecidos en la expedición. Pero lo más sorprendente es lo que encontraron en su trineo: unos 20 kilos de piedras que contenían fósiles. Y sorprendía porque, en una situación como la que vivieron esos exploradores, en la que habían limitado hasta lo inimaginable el peso de las raciones de comida así como de los objetos personales a acarrear, no dudaron en arrastrar centenares de kilómetros un montón de “pedruscos”. Quizás si las hubieran abandonado habrían conseguido realizar las once millas que les faltaban hasta un depósito de combustible y alimentos que estaba próximo.

Scott murió por acarrear unas piedras que hoy nos permiten entender un poco más el pasado. La pregunta es, ¿cuántas evoluciones de un robot deberemos esperar para que uno de ellos sea capaz de hacer un gesto humano tan incomprensible, y al mismo tiempo tan loable, como el de Scott?

El Homo Next, el hombre que viene, es un hombre que no tendrá miedo de la tecnología, y que sabrá que su valor diferencial reside precisamente en su humanidad. Más sobre el Homo Next que viene en mí artículo de fondo de nuestra revista “if…” de octubre 2006 (pero como, ¿aún no te has suscrito?: http://www.instituteofnext.com/blog/indexs.php?id=14)

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