Ke!904 Homo Next

Ke!904 Homo Next

Uno tiene la sensación de que la tecnología va más acelerada que nuestra capacidad para absorberla. Es cierto que en pocos años, hemos pasado de enviar faxes en cuentagotas a dar por descontado que tienes cobertura de teléfono móvil en prácticamente todo el planeta. De coleccionar discos de vinilo a llevar encima toda tu discografía, en algunos casos de procedencia dudosamente legal. Y que aquello que llamaban Internet, la red de redes, es ya Undernet, una especie de infraestructura global que discurre invisible por las cloacas de la ciudad, bajo el suelo. La tecnología avanza muy acelerada, pero tengo la impresión de que los humanos somos muy lentos a la hora de sacar provecho de las aceleradas posibilidades de la tecnología.

Un ejemplo muy claro lo constituyen, creo, los blogs. Millones de personas se han lanzado a crear sus “memorias compartidas”, espacios en la Red en la que comentan sus vidas, sus opiniones, sus descubrimientos, sus inquietudes, sus desamores, etc. Pero me pregunto si esto es un avance o, más bien, un nuevo descalabro de infoxicación (de exceso de información). ¿Tenemos capacidad para absorber la información que se produce y, peor, podemos derivar esta aparente riqueza informacional en una forma inteligente de descubrir oportunidades que generen nuevo valor? ¿Tenemos los instrumentos, y las capacidades, para convertir esa exhaustividad de información en conocimiento relevante?

Otro ejemplo de nuestras limitaciones a la hora de sacar provecho del potencial de las tecnologías fue el estudio realizado para HP en 2005 según el cual estar “siempre online” (always on), o sea, estar siempre disponible para contestar una interacción online, como un correo electrónico, un mensaje instantáneo o una llamada de telefonía IP, conllevaba una desconcentración comparable a la provocada tras haberse fumado un porro de marihuana (un efecto que ya ha sido denominado “infomanía” por los investigadores que llevaron a cabo el estudio, http://news.bbc.co.uk/1/hi/uk/4471607.stm). O sea, el problema no está en que las máquinas procesen la información en cantidades ingentes, sino en que nuestro cerebro sea capaz de asimilarlo.

Empezamos, pues, a sospechar que los humanos, con sus limitadas capacidades a la hora de cambiar de hábitos y formas de trabajar, pueden acabar convirtiéndose en un molesto freno a la aceleración tecnológica. Puede que quizás acabe siendo cierto lo que se comentaba en un artículo ya “histórico” de Bill Joy, en la revista Wired en el año 2000 (“Por qué el futuro no nos necesita”, http://www.wired.com/wired/archive/8.04/joy.html): el futuro será tan complejo que será inimaginable manejarlo sin máquinas, hasta el punto de que deberemos abdicar en ellas el control del planeta. Lástima, dirán los robots en un próximo futuro, que a principios del siglo XXI no pudieran prescindir de los humanos, porque aún teníamos que inventarlos.

Por tanto, la revolución que debe venir no es tecnológica, sino humana. Precisamos de un Homo Next, de una evolución de la especie que produzca un humano más capaz de sintonizar con un desarrollo tecnológico que, aunque creado por él, amenaza con desbordarle. Una evolución/revolución que se base en aprender a usar la tecnología para cambiar las formas en las que hacemos las cosas: cómo aprendemos, cómo trabajamos, cómo nos divertimos, en definitiva, cómo vivimos.

Este camino empieza por multiplicar nuestras capacidades por las tecnologías. O sea, por aprovechar las posibilidades de las mismas para “aumentar” a los humanos más que simplemente limitarse a “automatizar” sus rutinas. El Homo Next es un hombre multiplicado a si mismo, con la ayuda de la tecnología. Por ejemplo, hasta ahora hemos hecho muy poco por construir instrumentos (soft y hard) que nos ayuden a interpretar mejor la información de cara a tomar decisiones más inteligentes (tenemos máquinas para generar más información, pero no herramientas para descubrir qué información es la más relevante para nuestras necesidades en un determinado momento). Por otra parte, es cierto que ya empezamos a ver en los medios de comunicación humanos multiplicados físicamente por máquinas, esa especie de pseudociborgs que alientan un mejor futuro a los físicamente limitados (brazos artificiales, dirigidos directamente por el cerebro, rudimentos de ojos basados en silicio, lectores que leen los códigos de barras a ciegos, etc). Pero esto es sólo una pequeña muestra del cambio “evolutivo” forzado por la tecnología que podemos experimentar en las próximas décadas cuando biología y tecnología encuentren un punto de conexión gracias al impulso del humano por superar sus limitaciones, ahora físicas y en seguida intelectuales (lo que Kurzweil ha denominado la gran “singularidad”). Un Homo con montones de interfaces hacia el mundo, en la línea de lo que Marcel.lí Antúnez nos mostró en nuestro re-Nacer’06 (http://www.instituteofnext.com/renacer06).

Pero, aparte de la superación del cuerpo gracias a las tecnologías, hay otros retos importantes para el humano. Por ejemplo, habrá que aprender a aprovechar que las máquinas no tienen aún una “parte derecha” del cerebro, o sea, que no son capaces de intuir, de combinar e hibridar elementos en nuevas formas, de determinar patrones para generar nuevas ideas, porque un cerebro meramente analítico, como el de las máquinas de hoy, no puede aún hacerlo. O sea, hay que sacar partido del hecho de que somos humanos, una circunstancia curiosa en un entorno de creciente automatización donde la eficacia es total. El Homo Next es un hombre que no tendrá miedo de la tecnología, y que sabrá que su valor diferencial reside precisamente en su humanidad.

Además de aprender a aprovecharnos de nuestras capacidades como individuos intuitivos y creativos, tenemos la oportunidad de construir una “economía de la gente”, una potente máquina de innovación científica, económica y social, a través de la combinación de las habilidades diversas de los humanos (lo que algunos ya denominada crowdsourcing, la multitud como fuente de valor para la empresa, a través de la generación de contenidos, o mejor, de su participación en mercados de problemas/soluciones). Hay que aprender a hibridar a la gente en proyectos complejos en los que puedan participar en la dosis de espacio-tiempo que deseen, o que les convenga, para que de ello emerja una sociedad muy diferente. Por ejemplo, de la combinación inteligente de talentos resultan empresas muy distintas de las que aún se basan en tener sólo empleados cuya función está totalmente pautada, y convencidos de que para prosperar en la organización, “políticamente”, no les conviene “salirse de sus márgenes”.

No estamos hablando de un futuro muy lejano. Y no podemos quedarnos sentados esperando a que llegue. Porque hay tres factores ya presentes en nuestras sociedades que nos aconsejan a no perder ni un minuto. Es lo que Daniel Pink ha designado como la triple A: Asia, automatización y abundancia. Dice Pink en su libro “A whole new mind”: La supervivencia de una empresa depende hoy de que sea capaz de hacer algo que los trabajadores de otros países (más baratos) no puedan hacer, que tampoco puedan realizar más rápido los ordenadores, y que satisfaga los deseos de trascendencia de una época marcada (en el mundo desarrollado) por la abundancia (el exceso). Será esta una nueva economía para una nueva sociedad, que quizás requiera además de una nueva ética.

Para responder a este nuevo contexto marcado por la triple A, no podemos limitarnos a explotar la capacidad de análisis de nuestro lado izquierdo del cerebro, sino que debemos aprender a destilar lo que resulta de mezclarla con la derecha. Hay qye multiplicar el análisis (racionalidad) por la imaginación (emoción de las ideas). Algo que las máquinas aún no han aprendido a hacer.

De la combinación del HomoNext aumentado con organizaciones basadas en la multiplicación de imaginación y tecnología resultará un mundo totalmente diferente. Sin aventurar lo indeterminable, sino sólo proyectando lo que ahora ya emerge como síntoma, no hace falta ser muy listo para ver que en ese nuevo mundo habrá, por lo menos, tres vectores importantes: mover, saber y sentir. Por ejemplo, además de encontrar remedio a la dependencia de ciertos tipos de combustible, el verdadero reto consistirá en encontrar una mayor eficiencia watts-átomos (o sea, cuantos watts se precisan para mover un átomo en el espacio/tiempo). También deberemos encontrar la manera de convertir automáticamente información en conocimiento, en términos de bits-memes (o sea, cuantos bits, y organizados de qué forma, ayudan a generar una nueva idea en una mente). Y finalmente, nos convendría encontrar una forma de generar felicidad individual y social que no se limitara a recurrir al Prozac y a las pantallas (TV, etc). Redescubrir la virtud humana del juego. Buscar el sentido de las cosas. Tomar la felicidad como un tema importante.

En un futuro de máquinas, los humanos todavía seremos necesarios. Y como recuerda Pink, lo seremos básicamente por dos razones principales. Por que somos capaces de aportar criterio experto (la intuición, la experiencia, que te permite resolver problemas para los que no hay una solución rutinaria), y porque nos movemos bien en la comunicación compleja (la capacidad de persuasión, de seducción, de transmisión de pasión que tienen algunos humanos). Los humanos han hecho a lo largo de la historia cosas que un robot (al menos uno de las primeras generaciones) no podría entender.

Quizás el mejor ejemplo que se me ocurre ahora de la “no-racionalidad” humana es el que explica Anne Fadiman en su texto ExLibris, confessions of a common reader, sobre la expedición de Scott al Ártico en 1912. Después de comprobar que Amudsen había llegado 34 días antes (podemos imaginar su sensación de fracaso…), Scott inició su vuelta de casi 900 millas desde el Polo Sur hasta el campamento de partida. Cuando habían recorrido ya casi 750 millas, una tempestad obligó a los únicos tres supervivientes a refugiarse en su tienda. Siete meses más tarde la expedición de rescate encontró sus tres cuerpos congelados. Junto a ellos, sus cosas, y, en especial, un montón de cartas que Scott escribió a su mujer y a las mujeres de los compañeros fallecidos en la expedición. Pero lo más sorprendente es lo que encontraron en su trineo: unos 20 kilos de piedras que contenían fósiles. Y sorprendía porque, en una situación como la que vivieron esos exploradores, en la que habían limitado hasta lo inimaginable el peso de las raciones de comida así como de los objetos personales a acarrear, no dudaron en arrastrar centenares de kilómetros un montón de “pedruscos”. Quizás si las hubieran abandonado habrían conseguido realizar las once millas que les faltaban hasta un depósito de combustible y alimentos que estaba próximo.

Scott murió por acarrear unas piedras que hoy nos permiten entender un poco más el pasado. La pregunta es, ¿cuántas evoluciones de un robot deberemos esperar para que uno de ellos sea capaz de hacer un gesto humano tan incomprensible, y al mismo tiempo tan loable, como el de Scott? ¿Será el Homo Next capaz de hacerlo?

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