Ke!866 Pagar por vivir

Ke!866 Pagar por vivir

Hace algunos años escuché decir a un pescador que cuando era joven salía de su casa por la mañana con la intención de conseguir comida y dinero para el día. Como la mayoría de gente de su pequeño pueblo en la Costa Brava, vivía al día. Y se quejaba de que ahora pagaba por todo: por el agua, por las calles, por la luz, por aparcar, por sacar su dinero de un cajero, y quizás pronto, temía, por respirar.

En algunas comunidades españolas hace años que pagamos por circular por las autopistas. Ahora en algunas ciudades pagas por aparcar en tu calle, en mi opinión, comprensible por el exceso de vehículos que imposibilitan la movilidad. En Londres se instauró hace unos años el Congestion Charge, un peaje para la entrada de automóviles en la City, lo que ha permitido reducir notablemente en dos años un 15% el tráfico en la misma e incrementar la velocidad media en un 22%. Y ya se está pensando, en Inglaterra, en una tarifa por circular por las carreteras del país (road pricing), de manera que pague más quien las use con más frecuencia y duración, algo que hace años que existe, para regular la intensidad del tráfico en Hong Kong y en Singapur.

Esta frase es la que nos debería hacer pensar: que pague quien use, algo que parece lógico, hasta que piensas si con ello no estaremos aumentando aún más las desigualdades. Quizás el ejemplo más patente sea Estados Unidos, descrito por generaciones como la “tierra de las oportunidades”. Cualquiera, nos decían, podía cumplir su sueño, independientemente de su origen y condición. Pues bien, actualmente Estados Unidos está expulsando constantemente a millones de personas “fuera del sistema”1.

Un artículo de The Economist2 señalaba que el acceso a la universidad se correlacionaba cada vez más con la clase social: la proporción de estudiantes procedentes de las familias de mayores ingresos presentes en las universidades de élite crece continuamente. Sólo el 3% de los estudiantes de las universidades más selectivas procede de la parte inferior de la escala, y sólo el 10% procede de la mitad inferior. En otras palabras, si la solución a la desigualdad es la educación, no se está haciendo nada por reducirla, sino todo lo contrario.

Para acabar de rematar la faena, los ricos se juntan con las ricas, y el resultado es una sociedad cada vez más clasista.

Si las clases dominantes se aparean entre sí, y disponen de bolsillos llenos, no es extraño que desde el poder se vea lógico que haya que pagar por todo. Menos mal que los demás tenemos una solución: alistarnos en el pluriempleo para poder sobrevivir.

1 Uno lo puede experimentar por si mismo: el nivel de pobreza que se ve en los alrededores de Union Square en San Francisco, o las decenas de personas que vagan por los barrios del downtown, ponen en duda que el país sea tan avanzado como se le supone.

2 Ver The Economist, 11/06/05, p. 46.

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