Ke!857 Juego, luego existo

Ke!857 Juego, luego existo

En un largo viaje transoceánico me tropecé con una de esas revistas de avión que hojeas con la mayor de las indiferencias1, y en ella encontré una pequeña joya de síntesis con el inspirador título I play, therefore I am (juego, luego existo).

La base del artículo era un comentario sobre el libro Beyond Work and Love: Why Adults Need to Play, de Lenore Terr. Su hipótesis principal: el juego activo es una de las tres esencias de la vida del adulto, junto con el trabajo y el amor. Dicho de otra forma, no hay salud física ni emocional posible sin juego, entendiendo por jugar el focalizarse voluntariamente en una actividad que te absorbe placenteramente. Cuando alguien juega de verdad, está tan concentrado que se siente uno con el mundo. El juego activo requiere concentración y, más exactamente, requiere “concentracción”. Porque no es juego lo que es una mera observación, sino lo que implica sumergimiento en la actividad y, a ser posible, con las manos y con el cuerpo, no sólo con el cerebro.

Puedo hablar en primera persona, si se me permite. Desde hace unos meses estoy construyendo una maqueta de tren para mis hijos y ha resultado un tremendo descubrimiento ver hasta qué punto me olvido de todo, me concentro en lo que hago, y encuentro sentido a mis actos mientras estoy construyendo. Mi propio trabajo, con mis manos, y no sólo con mi cerebro, genera algo nuevo a partir del desorden de los elementos. No me di cuenta de hasta qué punto ya estaba desconectado de la realidad del hacer, y abducido por la irrealidad del pensar, hasta que redescubrí mis manos.

El mundo digital no está ayudando en esta cuestión, precisamente. Por un lado, los nuevos instrumentos (teléfono móvil, portátil, etc.) nos roban ocio: hoy trabajamos à la Martini (donde estés y a la hora que estés), tenemos menos tiempo para jugar porque las tecnologías de conexión nos impiden desconectarnos del trabajo y, por otra parte, las propuestas de juego que recibimos son más de abducción de atención que de acción. Son retos simples que se responden con agilidad automática. Lo mismo podríamos decir, por cierto, en clave de aprendizaje: no aprendemos viendo o leyendo, sino haciendo, a ser posible con nuestras propias manos.

El juego de verdad es pasión por algo, es concentración y creación. Es sentirse conectado con uno mismo, no con una realidad foránea. Es inquietud y curiosidad.
Dice Pat Kane, autora del texto The Play Ethic: “la era de la información precisa de jugadores autónomos más que de trabajadores desmoralizados. Ser un jugador es abrazar el futuro, ser un trabajador es defenderse de él”. Moraleja final: ¿cómo podremos ser innovadores si vemos la vida desde el aburrimiento del que no juega activamente? No hay innovación posible sin juego.

1 Se trataba de Holland Herald, la revista de KLM.

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