16 Sep K x S = Keynes x Schumpeter
La crisis financiera (reducción del crédito), iniciada en verano de 2008 con la caída de Lehman Brothers, derivó pronto en una crisis económica global (aumento del paro), y amenazaba con conllevar una crisis social (pobreza y disturbios), que finalmente no estalló. Muchos analistas económicos han advertido de que ésta no era una crisis cualquiera, sino que era, posiblemente, una crisis estructural. Una crisis que emergía de un cambio profundo de modelo económico y social. La extrema eficiencia industrial conseguida durante el siglo xx, unida al estímulo desmesurado del consumo, había derivado en el doblete hiperproducción-hiperendeudamiento, agravado además por la realidad de unos recursos naturales, en especial el petróleo, en declive.
Para resolver la crisis, los estados reaccionaron à la Keynes, con paquetes de estímulo hipermillonarios cuyo objetivo era crear empleo a corto plazo. Sólo en Estados Unidos se movilizaron, entre ayudas directas y apoyos fiscales, más de 900.000 millones de dólares. De ellos, 100.000 iban destinados a apoyar el desarrollo científico y tecnológico. Por primera vez en la historia, era posible crear millones de empleos a partir de la tecnología, en especial en el área de las tecnologías verdes. Si la economía occidental había perdido durante las últimas décadas del siglo xx millones de empleos en las fábricas (blue collar) y en las oficinas (white collar), quizás las nuevas tecnologías en energía y sostenibilidad podían crearlos en las primeras décadas del siglo xxi (green collar).
Pero muchas voces recordaron que las crisis son consustanciales al capitalismo. Schumpeter lo resumió perfectamente con su advertencia de que “el capitalismo estable es una contradicción en sí mismo”. El principal mecanismo de progreso del capitalismo es la destrucción creativa: las empresas menos eficientes deben desaparecer para que aparezcan otras nuevas y mejores. En un mecanismo evolutivo muy à la Darwin, sólo las empresas que mejor se adaptan a las nuevas condiciones del mercado pueden sobrevivir y crecer. Son los emprendedores, que ponen en cuestión las formas convencionales de actuar, los que hacen progresar las economías y las sociedades.
¿A quién escuchar, a Keynes o a Schumpeter? Estos dos grandes economistas, nacidos curiosamente en el mismo año, 1883, mantuvieron ya en su día visiones bien diferentes sobre qué mueve la economía y, en especial, sobre lo hay que hacer en momentos de crisis (Keynes, el poder del Estado; Schumpeter, el papel de la innovación). Históricamente, Schumpeter tuvo que conformarse con aparecer en un segundo plano, frente a las ideas de Keynes, que ayudaron a combatir la gran crisis de 1929. Pero hoy, por suerte, hay muchas voces que insisten en la relevancia de la destrucción creativa como motor del capitalismo.
Posiblemente, la solución consiste en superar el maniqueísmo K o S, estado o mercado, y apostar por la combinación de ambos factores: el poder (solidez) del Estado, y el riesgo (visión) de los innovadores (y emprendedores). Tenemos una oportunidad histórica para comprobar si la inversión masiva del Estado en nuevas tecnologías puede originar una ola de innovación tecnológica liderada por emprendedores que cree empleo a corto plazo y haga crecer la economía a largo plazo. Poder financiero del Estado multiplicado por el poder transformador (selección natural) del mercado (los emprendedores). No se trata de K o S, sino de K x S.[1]
[1] En fin, ¿qué es mejor, una General Motors dirigida por el Estado, en una especie de Government Motors, o reinventada drásticamente como una Google Motors, en la que se le aplique lo que el gigante de la búsqueda ha aprendido de la innovación abierta y la conexión muy estrecha con el mercado? Ver el libro What would Google Do, de Jeff Jarvis.
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