08 Oct Disidencia necesaria
En su imprescindible libro WhyNot, los profesores de la Universidad de Yale Barry Nalebuff y Ian Ayres comentan que en la antigua ley hebraica había una norma por la que no se podía condenar a muerte (por lo general por lapidación) a nadie si el “jurado” estaba al 100% de acuerdo, o sea, si no había nadie que votara en contra. Tanta unanimidad, sin una voz discordante, disidente, resultaba sospechosa de que no había habido, en realidad, un debate, resultando en un juicio justo.
Para funcionar de forma “sana”, una sociedad necesita de una distribución de personas diversas que piensen independientemente y que así se expresen, con libertad. Esta es una de las conclusiones que podemos extraer del texto The Wisdom of Crowds de James Surowiecki, en el que el autor nos recuerda que una multitud puede ser más inteligente (o sea, tomar mejores decisiones) que cualquiera de sus miembros (incluso que el miembro más destacadamente inteligente), pero sólo si se dan tres condiciones básicas: que la multitud sea suficientemente diversa, que las personas de la misma puedan pensar de forma independiente (sin manipulaciones), y que haya algún mecanismo fiable para recoger sus opiniones (un sistema realmente democrático de votaciones, por ejemplo). El problema está en asegurar la independencia de opiniones de las personas. Cosa difícil, como Cass Sustein muestra en su libro Why societies need dissent: los grupos de personas están fuertemente afectados por efectos de feed-back; cuando individuos “parecidos” (que piensan lo mismo) interaccionan, sus opiniones se radicalizan (se entra en resonancia mental).
Y aquí es donde empezamos a tener un problema. Si miramos, por ejemplo, el caso norteamericano, se nos avisa de que la gente está empezando a querer trabajar y vivir con gente parecida. Así, empieza a ser posible encontrar pueblos con altas concentraciones de personas similares: techies idealistas o techies conservadores, financieros conservadores o financieros liberales, personas con la bandera por ropa interior, o ciudadanos del mundo que casualmente viven en ese país. La radicalización política y social que se puede derivar de esta clusterización de los pensamientos en pequeñas comunidades de gente “idéntica” es quizás una de las principales amenazas de Occidente en las próximas décadas.
El problema del conformismo social aumentará. Al parecer hay razones de orden neurológico que llevan a las personas a ceder a la presión del grupo, a aceptar algo que en realidad saben que es falso o incorrecto. Se ha descubierto, por ejemplo, que la independencia de criterio (“defender las propias creencias”) “reside” en las mismas zonas cerebrales que la emoción. Si es así, tenemos un conflicto: defender lo que crees te puede crear un problema porque ello se decide en espacios de la mente en los que se rige la emoción, que es básicamente relación con el mundo, con los demás. Defende tu criterio tiene un gran coste emocional: puede que prefieras ser un borrego acompañado antes que un águila solitaria. De todo ello se deriva que la disidencia y el debate deben estimularse (en las escuelas, en las empresas, en la sociedad), deben incluso institucionalizarse, porque si por nosotros fuera, no aparecerían.
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