31 May Maria Riera, empresaria agrícola
La Maria Riera es hija de Mataró, de estirpe labradora. Como los orígenes marcan, hace unos años ella y su marido plantaron raíces en Palafolls (Alt Maresme.). Desde entonces, trabajan y viven de la tierra.
En Palafolls, compraron una pequeña finca inculta, que con años y esfuerzos, han ido rompiendo y mecanizando hasta transformarla en una pequeña explotación familiar de regadío, mitad a cielo raso y mitad cubierta con invernaderos.
Rábanos y acelgas
Érase una vez un labrador de secano al que sembrando cebada se le apareció el genio de la lámpara. Como el genio era también de secano, adusto, avaro y poco dado a generar grandes expectativas, le concede un único deseo.
El labrador, entusiasmado por su buena suerte, le suplica: «a partir de ahora quiero dos cosechas de cebada al año». Y así le fue concedido: dos cosechas por año, ¡pero con años de veinticuatro meses!
Moraleja: siempre que pidas un deseo a un sabio, gnomo o genio, hay que leer la letra pequeña.
Hoy, agua y tecnología han suavizando las restricciones naturales sobre los rendimientos de la tierra. Un ejemplo, en la explotación familiar de Maria pueden llegar a recoger ¡hasta diez cosechas al año de rábanos y acelgas!
«Nos hemos especialidado en el rábano holandés y las acelgas, nos encontramos cómodos con esta clase de cultivos. Son cosechas de ciclo rápido y diversificamos el riesgo. Si perdemos alguna o pillamos un periodo de precios bajos, no pasa nada. Es aquello de no poner todos los huevos al mismo cesto», enfatiza Maria.
Y me explica como este rábano holandés — un recién llegado a nuestra mesa — se ha ido imponiendo en los mercados y desplazando a la homónima variedad local que cada día registra menor demanda.
«Es una lástima. Compramos por la vista. Queremos este rábano tan bonito y de rojo tan intenso, reluciente y encerado. Ha tenido tanto éxito que todas las otras variedades autóctonas de diferentes medidas, formas, colores y gustos prácticamente han desaparecido. Cosa que también ha sucedido con otras variedades de frutas y verduras», sostiene Maria.
Agua, fertilizantes y electroválvulas
Este pequeño ecosistema agroproductivo se basa en la automatización del sistema de riego. Mangas y válvulas que funcionan cual arterias que conducen, por parcelas e invernaderos, el apreciado fluido hasta aspersores que lo difuminan como pequeña lluvia sobre las verduras. Red y líquidos también se aprovechan para distribuir fertilizantes y otros componentes fitosanitarios.
«Años atrás , era impensable este sistema de electroválvulas que permiten regar cuándo y cómo quieres», señala Maria.
Tecnología que hace el trabajo más fácil, incrementa la productividad y ayuda a conciliar familia y trabajo en un sector siempre tan incierto como el agrícola.
«Hemos pasado de labradores a empresarios agrícolas. Hemos invertido y tecnificado. Ahora el mayor rendimiento de estas explotaciones lo necesitamos para pagar estas inversiones y su mantenimiento. Lo hemos conseguido aunque también hemos entrado en el consumismo», concluye.
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