Juego, luego existo

Juego, luego existo

 

 

En un largo viaje transoceánico en el que ya me había ?comido? todo lo que me había llevado para leer, me tropecé con una de esas revistas de avión que hojeas con la mayor de las indiferencias. Se trataba del Holland Herald, la revista de KLM. Y en ella encontré una pequeña joya de síntesis: un artículo de título ?I play, therefore I am?.

La base del artículo era un comentario sobre el libro Beyond work and love: why adults need to play, de Lenore Terr ( http://www.amazon.com/exec/obidos/tg/detail/-/0684863162/qid3D1096879514/infonomia/). Su hipótesis principal: el juego (activo) es uno de las tres esencias de la vida del adulto, junto con el trabajo y el amor. Dicho de otra forma, no hay salud (física y emocional) posible sin jugar. Entendiendo aquí por jugar, focalizarse voluntariamente en una actividad que te absorbe placenteramente. Cuando alguien juega ?de verdad?, está tan concentrado que ?se siente un uno con el mundo, en ese instante?.

El juego activo requiere concentración. Más exactamente, requiere ?concentracción?. Porque no es juego lo que es una mera observación (ver la tele o pelearte con un videojuego), sino lo que implica sumergimiento en la actividad.

 

Puedo hablar en primera persona, si se me permite. Desde hace unos meses estoy construyendo una maqueta de tren para mis hijos (esa es la excusa: obviamente la hago para mí). Pues bien, ha sido un tremendo descubrimiento ver hasta qué punto me olvido de todo, me concentro en lo que hago, y encuentro sentido a mis actos, mientras estoy ?construyendo? algo que antes no existía. Mi propio trabajo, con mis ?manos? genera algo nuevo del desorden de los elementos.

Es importante remarcar que uso ?mis manos? y no ?mi cerebro? (o lo que pueda quedar de él después de 9 años escribiendo historias como ésta) para hacer esta actividad. No me di cuenta de hasta qué punto ya estaba desconectado de la ?realidad? del hacer, y abducido por la ?irrealidad? del pensar, hasta que redescubrí mis manos.

El mundo digital no nos está ayudando en esta cuestión, precisamente. Por un lado, los nuevos instrumentos (teléfono móvil, portátil, etc.) nos ?roban? ocio: hoy trabajamos à la Martini (dónde estés y a la hora que estés). Tenemos menos tiempo para jugar porque las ?tecnologías de conexión? nos impiden desconectarnos del trabajo (una tautología que merece una tesis doctoral, si aún no se ha hecho).

Por otra parte, las propuestas de juego que recibimos son más de abducción de atención que de acción: nos entretienen capturando nuestro córtex visual, y no nos permiten ?crear? con las manos, sino pulsar con los dedos. Son retos simples que se responden con agilidad automática. Lo mismo podríamos decir, por cierto, en clave de aprendizaje: no aprendemos viendo o leyendo, sino haciendo, a ser posible con nuestras propias manos.

Es curioso, por lo menos, ver como ?lo? digital (el dedo) no sólo está destruyendo el juego manual (la mano)?

El juego de verdad es pasión por algo, es concentración, es creación. Es sentirse conectado con uno mismo, no con una realidad foránea. Es inquietud y curiosidad.

 

Dice Pat Kane, autora del texto The Play Ethic (http://www.amazon.co.uk/exec/obidos/ASIN/0333907361/infonomia): ?la era de la información precisa de jugadores autónomos más que de trabajadores desmoralizados. Ser un jugador es abrazar el futuro, ser un trabajador es defenderse de él?.

Moraleja final: ¿cómo podremos ser innovadores si vemos la vida desde el aburrimiento del que no juega activamente?

No hay innovación posible sin juego.

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