Segunda derivada de la tecnología

Segunda derivada de la tecnología


David Keith, U. Calgary, 2004

 

Una de cosas que debemos aprender con urgencia es a ?sacar la segunda derivada? del impacto de la tecnología (por cierto, una expresión esta, ?segunda derivada?, que muchos usamos sin que necesariamente recordemos por qué era más importante la segunda derivada que la primera?). En cualquier caso, se trata de comprender mejor la complementariedad de los factores, o sea, que cualquier decisión conlleva consecuencias. Y que, con frecuencia, estas consecuencias eran difícilmente imaginables para el que primero tomó ?la? decisión de partida.

 

El caso más espectacular de ?segunda derivada? de la tecnología lo encontramos, en mi opinión, en cómo los motores de combustión pueden acabar cambiando el clima del planeta. ¿Quién, en su sano juicio, podía imaginarse hace cien años que correrían por el planeta más de 600 millones de automóviles, cantidad que puede duplicarse en pocos años cuando China entre en el juego? ¿Que consumiríamos alegremente energía incluso para subir eléctricamente una persiana o para mover una cortina? ¿Y que todos llegaríamos a dar por descontado que el petróleo se acabará en treinta años?

 

La solución está en las energías alternativas? claro! Pero ahora nos avisan de que, aunque una superficie del planeta cubierta de millones de molinos de viento tendría un gran efecto positivo sobre la reducción de las emisiones de CO2, también podría tener efectos no-negligibles sobre el clima a escala continental (así lo pronostica un estudio del profesor David Keith, de la universidad de Calgary, «The influence of large-scale wind-power on global climate», publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences, y disponible íntegramente).

 

O sea, uno deriva que el problema es que cualquier cosa en exceso, a escala global tiene sus efectos negativos además de los positivos. Somos una especie global que cuando se pone a aplicar las tecnologías ?urbi et orbe?, extensivamente, crea derivadas segundas negativas, casi siempre.

 

No estamos sencillamente preparados para gobernar y cambiar nuestro planeta. Nos atrevemos a ello, pero NO sabemos hacerlo bien, y el resultado es el desastre. Contribuye a ello nuestra visión ?provinciana?, localista, individualista, del mundo.

 

Otro ejemplo es la toxicidad que, sin querer, podemos generar en el planeta a medio plazo a base de extender las nano-cosas, lo muy pequeño, hasta convertirse en algo normal en nuestra experiencia diaria. Lo anuncié en la idea-fuerza Nanopolvo y también Wired nos avisa ahora de ello en su artículo When Nanopants Attack. Nano cosas en el aire, que no necesitan respirar, pero que atacarán nuestros pulmones, que si precisan hacerlo.

 

Por no hablar del spam, derivada segunda del correo electrónico. ¿Quién podía imaginarse que hoy lo verdaderamente inteligente es NO tener correo electrónico, como único antídoto eficaz del spam?

 

O, ¿quién podía suponer la falsedad de la hipótesis de que gastaríamos mucho menos papel cuando sobreviniera el mundo digital?

 

Pero me atrevo a pronosticar aquí una derivada segunda del crecimiento de Asia, mucho más angustiosa: el ?terrorismo de los pobres?. Porque, ¿qué le quedará a Africa, la desheredada, sino aterrorizarnos con armas biológicas baratas pero efectivas, como única forma de hacernos reaccionar? El auge de Asia está muy bien, pero ello nos lleva a blindarnos frente a terceros, lo que puede llevar a la desesperación a Africa, y, todo ello unido, a un conflicto entre ricos y pobres que hoy no nos podemos ni imaginar.

 

Qué curioso que, al final, puede que la riqueza de Asia lleve a Africa a atacar a Europa (por que America le quedará demasiado lejos).

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