El futuro y sus enemigos

El futuro y sus enemigos

Ruca

 

Hace ya muchos años, en una empresa en la que trabajé, cada día que pasaba me sorprendía más de que la empresa pudiera seguir adelante a pesar de una dirección tan incompetente (o, al menos, a mí me lo parecía entonces…). A pesar de no tener ningún plan mínimamente inteligente, de que la dirección no supiera transmitir entusiasmo alguno a los miembros del equipo de trabajo (sino más bien lo contrario), y de que, en mi opinión, no se caracterizaban precisamente por entender hacia donde iba el futuro, la empresa acababa cada día con un poco más de éxito (a corto plazo, o sea: facturación). Me rebelaba entonces pensar que quizás esos incompetentes tenían en el fondo razón, y que mi ilusión por el trabajo era un desvarío propio de la juventud.

 

Me llevó su tiempo entender que la empresa funcionaba porque nosotros funcionábamos. Porque cada uno asumía una responsabilidad superior a la que le correspondía en el organigrama teórico. Porque éramos tremendamente profesionales, de manera que los miembros de la más siniestra de las burocracias no podían desanimarnos.

Quizás todo esto esté demostrando que estamos ya en una sociedad en la que es posible el «orden sin control». Que, a pesar de la influencia que ha tenido en este siglo el «paradigma tecnocrático» («ante un problema, hay que hacer un plan y ejecutarlo»), hoy nos empezamos a dar cuenta de que quizás los mecanismos espontáneos, más propios de una evolución que de una planificación, pueden aportar mejores soluciones. Que en una sociedad de personas (civilizadas, valga la redundancia conceptual), no tiene ya sentido un control estricto mediante «reglas», sino el establecimiento de unos «principios» generales que definan las reglas del juego.

Ya lo anunció Hayek: su propuesta de que las sociedades se construyen gracias a la combinación de un «orden construido» (taxis) y de un «orden espontáneo» (cosmos), es posiblemente una de las más acertadas de este siglo.

Cuando reconocemos que «a veces la evolución espontánea puede hacer emerger soluciones que son mejores que las de los mejores ingenieros», estamos descubriendo todo un reto: que debemos entender la vida como un proceso, el tiempo como la clave de toda evolución, y el aprendizaje colectivo como la garantía del orden sin control.

Y son ya muchos los que no esperan a que alguien defina grandes planes para solucionar los problemas, sino que se hacen voluntarios, actúan por sí mismos, y nutren con su esperanza miles de ONGs.

Para este tipo de gente, que piensa que no hay un único futuro programable (diseñable por los tecnócratas), sino que hay tantos futuros como individuos; para esta gente que cree que en la diversidad está la fuerza y que en el equivocarse reside la fuente de todo avance; para esta gente que quiere escuchar y ser oída; para esta gente ya no hay derecha ni izquierda política… hay, simplemente, los que piensan en clave de futuro frente a los que miran al futuro con la nuca. Para estos «dinamistas», su partido es «el partido de la vida».

Ideas que me surgieron en su día de la lectura de un fascinante ensayo sobre el futuro, «The future and its enemies» de la norteamericana Virginia Postrel. De obligada lectura si quieres que no te roben el futuro…

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