14 Dic
Se trata de sistemas que permiten localizar instantáneamente a la gente: ¿dónde está, en ese momento tal persona? ¿Ha llegado mi hijo al colegio? ¿Qué está haciendo ahora? ¿Por qué no puedo verlo a través de una webcam? ¿Ha caído la abuela en su casa? ¿Está a punto de llegar tal visita (porque su móvil y mi móvil determinan, gracias a los sendos GPS que ambos llevamos, cuán lejos estamos)? ¿Dónde estoy en la ciudad, a dónde quiero ir, y cuál es la mejor ruta en ese instante concreto (según el tráfico “en tiempo real”)?
Estos sistemas de localización están empezando a salir al mercado. No es raro ya tomar un taxi conducido por alguien con poca experiencia en el “mapa mental” de la ciudad, pero que a pesar de ello no tiene ningún problema en llegar exactamente a dónde se le pide: basta con una pequeña PDA conectada a un GPS, y un programa de navegación callejera que le ayuda a determinar la mejor ruta entre dos puntos. Hay ya en el mercado “relojes” para niños que, además, son un localizador GPS (algo de importancia en una sociedad crecientemente preocupada por la seguridad de sus menores). Tenemos sistemas parecidos pensados para la gente mayor, especialmente para ancianos que se desorientan. Y también para animales domésticos o para ganado. Sistemas todos ellos que se verán simplificados con las etiquetas de radiofrecuencia (RFID) que, eventualmente, estarán sobre todos los objetos y seres de la Tierra.
A pesar de que lo primero que se nos ocurre cuando sabemos de estos sistemas es preocuparnos por temas de privacidad (Orwell “revivido”), la verdad es que puede acabar interesándonos mucho llevar un aparato de estos en el bolsillo, para nuestra propia seguridad, por ejemplo para que nos encuentren si nos pasa algo (estamos esquiando y tenemos un accidente, por ejemplo). Algo de creciente interés si se tiene en cuenta que la población tiende a vivir sóla, especialmente en las ciudades densas. Por no hablar de pacientes en un hospital (¿dónde están?), niños en un centro comercial o en un parque temático, etc. O de trabajadores que funcionan con gran movilidad, como los de un centro médico o de una fábrica, que están ahora aquí y ahora allá, y que frecuentemente deben estar localizables en todo momento. Obviamente, se deberá definir un código ético de uso, para determinar con claridad cuando estos sistemas son lícitos y cuando no lo son. Los legisladores tendrán trabajo, está claro.
Pero puede que también nos interese que nadie nos encuentre. Porque estar ilocalizable va a ser un lujo. De hecho, algunos de los pioneros del mundo digital se vanaglorian ahora de que están desconectados (off), y que han vuelto a escribir cartas en lugar de correo electrónico, y a difrutar de las visitas reales, y de las llamadas al teléfono fijo. Cuando en esta situación de desconexión las recibes, las aprecias de verdad.
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